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Un mundo feliz
El canadiense John Kenneth Galbraith y el español
Fernando Savater prefieren las propuestas a las predicciones a la hora
de hablar sobre el futuro inmediato. Ambos se basan en premisas sencillas,
pero contundentes. El economista aconseja a sus colegas castigar a los
banqueros y no a los trabajadores, y el filósofo propone una
renta básica para todos los ciudadanos, ya que vivir da trabajo.
Por
Juan Forn
La idea fue de la Oxford
University Press, supongo que bajo el influjo de la fiebre milenarista
de 1999: reunir en un volumen a treinta grandes figuras de
distintas ramas de la ciencia y el pensamiento para pronosticar el futuro.
El libro, titulado Predicciones (y recién llegado a la Argentina),
da pavor: difícil decir si gana la megalomanía, el tedio
o la superficialidad en estos ilustres pronósticos
del mañana, todos ellos de una carilla y media a lo sumo (mientras
las presentaciones preliminares de cada uno de los descollantes
seleccionados ocupan hasta veinte). Afortunadamente hay una desdeñosa
excepción a la tendencia general, en la edición de Oxford,
a la que se suma otra en esta traducción española que acaba
de editar Taurus (donde, desde la portada, se anuncian, no 30, sino 31
grandes figuras..., en lo que parecía a priori un ejercicio
de chauvinismo patrio o de fascinación por los números primos).
Las dos excepciones del libro pecan de tales porque se las arreglan para
evitar: a) la predicción, b) la tediosa-petulante enumeración
de futuros avances técnicos, o c) la pura expresión de deseos
políticamente correctos. En cambio, ofrecen propuestas. Propuestas
tan sensatas que parecen descabelladas. En la edición original
de la Oxford, el solitario cruzado es John Kenneth Galbraith. En la edición
española se suma Fernando Savater. Dos lúcidos provocadores,
enmascarados en sendos disfraces profesionales: de economista
el uno, de filósofo el otro.
La idea de Galbraith (que a sus ochenta y pico de años está
más allá del bien y del mal) parece haber dado piedra libre
a Savater (que a los cincuenta y pico aspira a llegar al mismo estadio
de Galbraith, pero, en lo posible, antes que su colega). Con el título
Castigar a los banqueros, no a los trabajadores, el canadiense empieza
diciendo que la brecha en las rentas debe ser reducida, mejorando
las condiciones de los más desfavorecidos porque no
hay nada que niegue tanto el disfrute de la vida y, en realidad, de la
libertad misma que una falta total de dinero. Después de
algunas consideraciones sobre los países ricos (que pueden
garantizar perfectamente una renta a quienes no la tienen, así
como revertir la ecuación televisión caraescuelas
pobres, ya que las opciones de esparcimiento y educación son mucho
más escasas para quienes tienen menos) y los países
pobres (en el futuro deberá existir algún procedimiento
por el cual unas fortalecidas Naciones Unidas suspendan la soberanía
en países cuyos gobiernos estén destruyendo a sus súbditos),
Galbraith entra en tema con la sutileza de un toallazo mojado: El
capitalismo sigue tendiendo a la inestabilidad debido a sus errores sistemáticos,
como ha sido evidente en los últimos tiempos en Asia, América
latina, en Rusia y, potencialmente, cuando estalle la burbuja de Wall
Street en Estados Unidos. Pero nuestros remedios presentes rescatan a
los banqueros y empresarios que fueron los más propensos a la insania
que causó todo, y prescriben restricciones a la ayuda de quienes
más padecen el desastre. Tal la oratoria del Fondo Monetario Internacional,
que salva a los banqueros y ejecutivos responsables de la crisis y urge
la restricción presupuestaria a expensas de los trabajadores y
el público en general. Como si siguiera rigiendo la doctrina fundamental
de Reagan, que decía: si se alimenta al caballo con suficiente
avena, una parte de ésta desembocará finalmente en comida
para los gorriones.
La idea de Savater se enmascara en un título menos rimbombante
(Reforzar la ciudadanía) y, para alivio del lector, el español
abandona enseguida los esfuerzos por impostar un tono borgeano y prefiere
hacer un guiño a Galbraith (citando Los derechos del hombre que
escribió Tom Payne en 1792: El apoyo social a grupos económicamente
comprometidos no es un mero subsidio sino un auténtico derecho
de los ciudadanos). Se ve que el influjo combinado de Galbraith
y Payne es como un poderosísimo Viagra mental, porque a continuación
Savater lanza una fenomenal idea, que vale la pena citar enterita en párrafo
aparte:
En la sociedad tecnológicamente hiperdesarrollada en que
hoy vivimos, donde los instrumentos automáticos han sustituido
ventajosamente a tantos puestos de trabajo, vivimos presos de un círculo
infernal entre el liberalismo que aboga por una desregulación cada
vez mayor de la legislación laboral (aumentando el nivel de pobreza
y excluyendo a una creciente cantidad de individuos de la protección
social) y la socialdemocracia, que sólo acierta a promover leyes
que frenan la iniciativa propia o la elección de trabajos a tiempo
parcial. Ya es momento de pensar en una renta básica para todos
los ciudadanos, entendida no como un subsidio a los necesitados sino como
un derecho democrático general. Tal ingreso debería garantizar
la subsistencia mínima de las personas, con lo que el trabajo se
convertiría en una opción libre, o temporal, y se potenciaría
la práctica de actividades humanitarias o creativas que el mercado
actualmente no recompensa, para no mencionar cómo facilitaría
la negociación equitativa de las condiciones laborales entre patrones
y empleados.
Savater explica después cómo ponerlo en práctica
(reformando los actuales subsidios sociales, gravando el trabajo remunerado
y especialmente la especulación financiera con impuestos; en fin:
cosas técnicas que creo que ni el mismo Savater entiende del todo),
pero eso no importa. La consigna de este suplemento es una idea,
una buena idea. Cuando llegue el turno del suplemento de implementación
de buenas ideas, veremos si Galbraith sigue vivo, si Savater se
internó un poco en la macroeconomía, si la idea prendió
y alguien gana el Nobel o una bala en la sien, o la sorna sistemática
del sistema por querer implementarla. A fin de cuentas, ¿no
obligaron a Galileo a retractarse bajo amenaza? ¿No se le cagaron
de risa a Verne cuando habló de llegar a la luna? Mientras tanto,
por qué no creer, por un ratito al menos, que las osadías
de Galbraith y Savater puedan algún día hacerse realidad:
usura para los usureros, renta digna para todos los ciudadanos, no más
hambre, no más abismo inmoral entre pobres y ricos, una base al
menos para la fraternidad entre los hombres. Pensemos en eso, por un instante.
Pensemos por qué hemos llegado al punto en que nos parecen descabelladas
ideas tan ejemplarmente sensatas. Pensemos en eso, y en la reflexión
final de Savater (que es un cierre más que digno, no sólo
a sus palabras sino también a las de Galbraith y Tom Payne): Me
parece que merece la pena que se afronten tales retos, si no queremos
seguir rodando por una pendiente que lleva a nuestras democracias hacia
la dictadura oligárquica de los dueños financieros del trabajo.
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