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¿Por qué no ser un Jedi?
Amadeo Pasa tiene 22 años. Se le ocurrió
hacer el Festival Buen Día, que en su segunda vuelta acaba de
convocar a veinte mil personas a lo largo de un día de frío
y lluvia en una plaza de Palermo Viejo. Diseño, música,
gastronomía, moda, citas y conversaciones breves entrecruzaron
a neohippies y modernos.
Por
Alan Pauls
Inspirado
por una ecléctica batería conceptual (las horas-aire del
piloto postal Saint-Exupéry, los mercados de Las 1001 Noches, la
modernidad anacrónica de la ciencia-ficción, las nuevas
teorías del poder que destilan Robotech y los juegos de rol), Amadeo
Pasa, un músico capricorniano de 22 años, exhumó
una obsesión de infancia (imaginaba el futuro como algo donde
todo sucedía al mismo tiempo y mi energía estaba adentro)
y concibió Buen día, un raro mixto de feria,
exposición, camping, festival musical, jornada etno-gastronómica,
mercado de pulgas, discoteca a la intemperie y programa fashion ómnibus
que debutó, en una escala más módica, el año
pasado, y que el sábado 13 de mayo desafió con un éxito
abrumador los sabotajes persistentes del clima. Entre las 12 del mediodía
y las 11 de la noche, alrededor de veinte mil personas circularon por
la plaza Palermo Viejo, en la manzana acotada por Malabia, Costa Rica,
Armenia y Nicaragua, para experimentar el efecto sinestésico de
una nueva sensualidad, mezcla de hippismo tardío, diseño,
informática y hedonismo de síntesis, y para consagrar definitivamente
la condición pop del barrio de Palermo. Reuniendo en un solo día
a los diseñadores, los negocios y los restaurantes que proliferan
como hongos en el barrio, Buen día hizo algo más
que concentrar y promover el auge de lo que los diarios ya llaman el SoHo
de Buenos Aires: desplazó el eje del barrio de la placita Serrano
a la plaza Palermo Viejo e intervino en la tensión que crispa la
geopolítica cultural de la zona: psicobolchismo versus modernidad.
Ese deseo de intervención, teñido de un cierto despecho,
está en el origen de la idea de Buen día. El
año pasado, al que suele referirse como el siglo pasado,
Pasa acababa de sacar un disco con su banda, 1001, y quería
tocar pero no tenía fechas. No me interesaba estar en el compilado
X o Y, y tampoco llamar para que me invitaran al ciclo P o D. Entonces
dije: bueno, quiero tocar en un escenario acá, como los escenarios
que la municipalidad les pone a las murgas, y me alquilo el sonido y toco
al aire libre con un par de bandas amigas acá, a una cuadra de
mi casa, para 150 personas. En un segundo momento, Pasa decidió
incorporar lo que estaba pasando en el barrio y gracias a
Andrea, una de las tres integrantes de Ondas Martenot, que forman parte
del staff fijo de Buen día, descubrió la plaza
Palermo Viejo, ese lugar irradiante cuyo circuito natural
establecido, redondo, representaba lo que para nosotros era el motivo
político básico para llevar adelante el proyecto: la idea
de vincular los elementos de los artistas y los nuevos diseñadores
en un día de comunicación e intercambio.
Apoyada desde el principio por Darío Lopérfido, entonces
secretario de Cultura de la Ciudad (Me lo encontré en el
Codo y le dije que quería hacer un festival pop en Palermo porque
Palermo es re pop y me dijo que sí, que lo llamara a su oficina),
la primera versión del Buen día obligó
a Pasa a pagar algún derecho de piso: Me dieron un octavo
de lo que valía; y todo se habríavenido abajo una semana
antes del festival si no me hubiera entrado un cheque. Pero también
lo envalentonó para reincidir. Entonces apareció la alegoría
espacial, hija de una enciclopedia generacional donde La guerra de las
galaxias y la trilogía como formato ocupa un lugar
decisivo. Pasa concibió el Buen día como un
viaje en tres etapas, de las que acaban de cumplirse dos (el lanzamiento
el año pasado y el relanzamiento el sábado 13); la tercera
será en el 2001 y en el Planetario, si sus autoridades dan el brazo
a torcer y consienten lo que el Gobierno de la Ciudad ya ha autorizado.
Los pormenores de la travesía son algo confusos, pero acaso importen
menos que la mitología que los engloba. Es probable que el Buen
día sea, como quiere Pasa, un Voyager encargado de exportar
a los mercados siderales los curries de pollo, las sopas tai, los zapatos
de Verónica Leik, las canciones de Suárez, la ropa de Prisl
y las pasadas de Trincado. El balance terrestre del evento, por ahora,
sigue siendo bastante más interesante, sobre todo pensando que
entre sus efectos secundarios
figuran un web site (buendia 2000.com, apenas un calendario emocional
para los que extrañen el festival) y un film de 90 minutos,
mezcla de documental y de animación por computadora, que Canal
á pondrá en el aire en julio.
Es difícil imaginar el placer al aire libre cuando hay viento y
diez grados de temperatura, cuando caen la noche y una lluvia tenaz y
los Demonios de Tasmania corren peligro de electrocutarse en un escenario.
Si el Buen día pudo sobreponerse a tanta adversidad
fue porque consiguió lo que Pasa se proponía: inventar,
a lo largo de un día, el contexto material y sensual necesario
para el desarrollo de otra forma de vida, cuyas coordenadas fueron la
fluidez, una gracia no producida, una mística sin énfasis
(a la vez introspectiva y social, individualista y erótica) y una
ambición suave, relajada, ajena a cualquier comportamiento maníaco.
Inútil buscar la fuente de esas virtudes en las comidas étnicas,
los desfiles de moda, las performances musicales o la banda de sonido;
no estaban allí, y tampoco en ningún lado en particular;
circulaban, distraídas y enigmáticas, como un extraño
polen de bienestar, anónimo, sin origen ni destinatario: social.
En ese sentido, como su obra, que surge del cruce de prácticas,
experiencias y dimensiones muy heterogéneas, Pasa encarna una figura
más o menos nueva, a caballo entre la función profesional
(acepta llamarse arquitecto), la organizativa, la empresarial
y la estrictamente artística (define el Buen día
como una instalación plástico-musical-dramática,
más cercana a la ópera que a la feria). Pero la palabra
que prefiere es hechicero; ése era su personaje favorito cuando
de chico jugaba a juegos de rol: Ya entonces tenía la idea
de hacer un conjuro en la tierra, pero para mi mente pragmática
eso era obviamente imposible. Y sin embargo, un festival como el Buen
día yo lo veo como un conjuro gigante: hay un montón
de tiempo de preparación, y hay un montón de componentes
materiales y verbales que hacen falta para que el conjuro funcione. La
idea, al final, es mezclarlos todos y canalizar en un solo propósito
una cierta cantidad de energía del entorno.
¿Es el Buen día una idea hippie? Tal vez. Siempre
y cuando se entienda el grado de mutación que sufren el chamanismo,
la psicodelia, el hedonismo grunge y las formas comunitarias de experiencia
(el staff del Buen día está formado por un 70
por ciento de músicos, y todos somos amigos, nos besamos,
nos acostamos, y espero que eso se sienta en lo que hacemos) cuando
se aparean con los juegos de realidad virtual, la informática,
la publicidad y el marketing. Es probable que Pasa sea un neohippie: hijo
de arquitectos, ex alumno de la Escuela del Sol, vecino de Palermo Viejo
desde hace una década, tiene 22 años, es músico,
alguna vez cantó covers de los Beatles y los Doors, usa remeras
raídas, lo único que tiene en los bolsillos es un cheque
de 125 pesos (y no son para él), pero cuando cita de memoria a
John Lennon cita el verso post beatle que dice: I just believe in me.
Es un hippie, sí, pero un hippie que confiesa ser monista y dice
pensar todo de la misma manera: una canción, un permiso gubernamental,
el esponsoreo de una empresa... En todos los casos se trata de que un
mamífero le transmita un pensamiento completamente subjetivo a
otro mamífero y obtenga una respuesta direccionada en un sentido
determinado. Y eso se llama política. Y en ese sentido para mí
no hay ninguna diferencia entre la influencia que ejerzo en vos ahora,
la que genero cuando canto una frase de una canción o la que puedo
tener sobre las veinte mil personas que fueron al Buen día.
Un hippie que combinación desconcertante reconoce su
propia voluntad de poder. Un pomposo subtítulo inquietaba desde
la tapa del programa del Buen día del sábado
13: Re-lanzamiento de arte próximo. Pasa se explica
mientras devora la obleíta que acompaña el café:
Todos nosotros vamos a ser masivos y vamos a estar insertos en la
cultura popular de acá a menos de diez años. Por eso lo
de arte próximo. Tenemos una confianza ciega en lo
que hacemos. La comida, la ropa, el espíritu: son todas cosas elementales
para la vida. Fracasar es imposible. El punto, hoy en día, es cómo
decirle a la gente que consuma otra cosa. Y en ese sentido, lo importante
es tener el medio de comunicación más potente posible para
presentarle a la sociedad una alternativa a los medios de las transnacionales.
Lo que hay que hacer es un grupo de poder fuerte, no alternativo por lo
minoritario sino por el lugar de donde viene, por quién lo proyecta
y lo propone. En un sentido, el éxito de Suar, de Pergolini o de
Agulla es bueno, porque conceptualmente cruzan límites y se asimilan
a lo que nosotros buscamos como artistas, pero en realidad son los que
les hacen las marcas a las transnacionales. Es así. Y también
es obvio que perdimos. Que Internet es de alguien. Que la información
no es libre. Pero mantenerse afuera es morir sin intentarlo. ¿Por
qué renunciar a la búsqueda de ese poder? No del poder que
corrompe, del lado oscuro de la fuerza, citando a los Jedis,
sino del buen poder, el poder hacer, el poder de producir posibilidades.
¿Por qué no ser un Jedi?
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