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La
confianza conviene
No
le dicen contrato sino capital social. Los organismos
internacionales tienen una nueva vara para medir si el modelo que promueven
funcionará o no: la cohesión, la confianza, el valor que
se les da a los acuerdos. Según sus análisis, son más
confiables los países que se toman sus crisis con soda y optimismo.
Por
Raul Kollmann
Los
organismos internacionales, incluyendo el Banco Mundial y el Banco Interamericano
de Desarrollo, dejaron de utilizar como único referente los conceptos
puramente económicos de producto bruto, inflación, déficit
fiscal o similares. A nivel mundial, se empieza a usar cada vez con más
fuerza una idea: el capital social. Este concepto ya no apunta a dinero,
sino a otros criterios como confianza, estabilidad social, consenso. Los
bancos no sólo toman en cuenta la capacidad de pago de un país,
sino estos otros elementos que revelan, por ejemplo, si la gente suele
respetar o no los acuerdos, si la Justicia funciona, si existen normas
de convivencia, si hay confianza en las instituciones, si la gente se
suma o no a organizaciones voluntarias. En resumen, lo que se evalúa
es si hay cohesión, porque de lo contrario existe choque y explosión
en la sociedad y de esa manera el modelo no cierra. Este es el capital
social y ha pasado a ser una de las principales formas de evaluar un país.
Enrique Zuleta Puceiro, presidente de la consultora Ibope OPSM, es actualmente
consultor del Banco Mundial y ha dirigido distintas investigaciones sobre
desarrollo social y pobreza. En diciembre de 1999 fue el responsable del
estudio del BM sugestivamente llamado Gente pobre en un país rico.
Un informe sobre la pobreza en la Argentina. En su relación con
el Banco Mundial, Zuleta absorbió la discusión sobre el
capital social que se está desarrollando en todo el planeta.
El capital social no es sólo la suma de las instituciones
que subyacen en una sociedad señala Zuleta. Es más
bien el pegamento que las cohesiona. Ahí entran las normas jurídicas,
las estructuras de gobierno, si el gobierno se somete al derecho, el sistema
de libertades, si la gente tiene confianza o no en lo que se está
haciendo. Todo esto apunta a una estabilidad que va mucho más
allá de la estabilidad económica: es una medida, una percepción
de lo que esa sociedad va a ser dentro de unos años, algo que obviamente
les interesa a los bancos.
Aunque parezca increíble y novedoso a las instituciones
de asistencia financiera les interesa ver el grado de optimismo o pesimismo
con que la sociedad se ve a sí misma, si se considera exitosa o
frustrada y en ese marco aparecen también conceptos fundamentales
como el cinismo o la desconfianza.
Un caso típico es el del cinismo mafioso, o sea que la gente coopera
con todo lo que debería cuestionar la actividad delictiva
y cuestiona a lo que debería darle cooperación, la lucha
contra esas mafias. Este cinismo señala Zuleta
se construye, desde arriba hacia abajo, con el propósito de desarticular
la resistencia. Los de abajo también hacen su aporte, suponiendo
que mantienen un orden. Todo el estudio del capital social debe tratar
de identificar las actitudes expresadas en el no te metás, algo
habrán hecho o nosotros nunca supimos. Los vínculos dentro
de la sociedad se debilitan cuando está claro que el otro comparte
un secreto escepticismo sobre las reglas de juego y actúa según
un libreto en el que queda afuera la generosidad en el esfuerzo, la entrega
a los demás, el compromiso efectivo.
Como se ve, el análisis de datos numéricos, esencialmente
económicos, ha sido superado ahora por variables mucho más
complejas pero en las que se toman en cuenta elementos que serán
determinantes para el avance de una sociedad: credibilidad, cinismo, confianza,
participación, funcionamiento de la Justicia, violencia, delincuencia,
compromiso.
En el debate sobre el capital social en la Argentina hay un problema grave.
La secuencia sostiene Zuleta es que en los años
80 la preocupación central fue democrática, el establecimiento
de las instituciones democráticas. Se pasó después
a los años 90, donde el acento estuvo puesto en lo económico.
Sin embargo, ya en esta segunda secuencia aparecieron cuestiones no resueltas
de la década anterior, fallas en la democracia, por llamarlo de
alguna manera: el Parlamento no funciona, son mejores
los decretos de necesidad y urgencia o la existencia de leyes como
las de Punto Final y Obediencia Debida y el indulto, con las que no se
cerró como correspondía el juzgamiento a los militares.
Al cerrarse la década del 90, también quedaron pendientes
cuestiones de la etapa económica: la idea era que al final de los
años 90 iba a haber sólo un 9 por ciento de pobres
y resulta que hay un 40 por ciento. De manera, que se entra en la etapa
del capital social, con graves problemas de las dos etapas anteriores.
El capital social es la base para que el modelo cierre. Si no hay cohesión
social dicen en los organismos internacionales, todo funcionará
al revés: primará la insolidaridad, el todos contra todos,
la violencia, la delincuencia, la muerte en las ciudades, el desempleo
y eso hace imposible capitalizar ningún esfuerzo, desaparece la
noción de inversión y de previsibilidad. Las cosas tenderán
al estallido.
En la Argentina, el debate sobre el capital social recién está
en pañales. Por ahora, los políticos oficialistas y opositores
siguen embriagados por las recetas economicistas, en las que prima lo
siguiente: el que puede, puede, y el que no puede se queda afuera. Las
recetas que Carlos Menem dejó instaladas durante su gobierno.
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