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El
contradiscurso
Dos intelectuales, Pierre Bordieu y Günter
Grass, se propusieron pensar y plantearon a otros pensadores la
necesidad de imitarlos con qué nueva gama de discursos
puede enfrentarse la globalización neoliberal. Una de sus ideas
es la creación de un sindicato europeo de desocupados.
Por
Osvaldo Bayer
Desde Bonn
Buena idea esta de Pierre Bordieu y Günter Grass de ponerse
a discutir nada menos que el tema Civilizar por fin al capitalismo.
Un sociólogo y un literato. Un francés y un alemán.
Dos miradas diferentes de dos países diferentes, de dos vocaciones
diferentes. No quedarse los filósofos entre ellos, ni los sociólogos
en su idioma, ni los economistas en sus recintos de números y cálculos.
Abrir el juego y dar el ejemplo. Lo hicieron a principios de diciembre
de 1999, antes de empezar el siglo, y ya comenzó la ola de sus
enhorabuena imitadores. Hay que salir a la calle a discutir esto, señores.
Este sistema no da más, pero no hay que esperar el fin del mundo
ni irse a vivir a una isla del Caribe. Hay que invadir los medios, hay
que llevar la discusión a las aulas, a las casas de gobierno, a
los Parlamentos, sí señor, a las calles, como en los viejos
tiempos de los oradores de barricada que eran los verdaderos púlpitos
de la sabiduría del pueblo. La discusión entre Bordieu y
Grass, en estos últimos seis meses, ha sido analizada en aulas
europeas pero también en medios. Claro, en los medios después
de medianoche y eso es lo difícil. Los intelectuales tienen que
reunirse, crear el discurso crítico y empujar para
llevar el debate a las ocho de la noche. Iniciar una verdadera revolución
de la discusión. Es el deber de los intelectuales, pero ayudando
a traer la opinión de los que no tienen voz o no son escuchados.
Se acabó la joda del posmodernismo con el seudointelectual que
se lavaba las manos, escribía para él y sus amiguitos y
ya se disponía a gozar la fiesta del fin de la historia. Bordieu
quiere cambiarles el oficio a los intelectuales. Como ya lo escribió
en su libro La miseria del mundo, quiere darles un humilde pero
al mismo tiempo útil empleo: el del escribir público,
tal como existe en los pueblos del Norte de Africa, un escribidor que
pone su capacidad al servicio de los demás para que puedan quedar
asentadas cosas de las cuales ellos, los demás, saben.
Un mensaje crítico y subversivo. Enhorabuena que esta
última palabra vuelva a emplearse. Recuerdo que la última
vez que la leí, fue en las páginas de Heinrich Böll.
Fue cuando escribió esas palabras memorables: Yo soy un simpatizante.
Simpatizante era una categoría policial que se aplicaba en el prontuario
para aterrorizar a los buenos vecinos. Günter Grass, ahora, le dijo
a Bordieu que se va a convertir en un papagayo para repetir una y mil
veces que el sistema capitalista está matando a la democracia,
a pesar de que se lo van a tomar a mal los grandes medios y tratarán
de acallar su voz.
El propio Grass, un socialdemócrata consuetudinario, reconoce que
la socialdemocracia de todo el mundo ha capitulado ante la economía.
Y Bordieu apuntó allí, sin querer hacer un juego brillante
de palabras: Ya sea Schroeder, Jospin o Blair, son políticos
que se basan en el socialismo para hacer política neoliberal.
Y más adelante volvió a recalcarlo: El poder del neoliberalismo
es tan increíblemente grande que es puesto en el mundo por políticos
que se llaman socialistas. Bien, ahí está el problema.
¿Qué hacer? vuelve a ser la clásica pregunta
un siglo y medio después. Que obra como una obligación de
comenzar de nuevo. De crear una posición crítica de izquierda,
a la izquierda de la socialdemocracia que hace mucho dejó de ser
izquierda. Pero no hay que quedarse en lo nacional sino lograrlo en una
superficie internacional. La movilización de los intelectuales
debe ocurrir para alcanzar que la discusión se centre en cómo
lograr un mundo social. Grass apuntó a que los sindicatos deberían
resucitar de sus cenizas y promover un sindicato europeo de los desocupados.
Pero Bordieu lo retrotrajo a la obligación de los intelectuales
y a la preparación de un discurso crítico en toda Europa
que sea una especie de manifiesto que entre a discutirse y que se haga
conciencia en las aulas y en los medios. Respecto de los medios, señala
que los intelectuales deben ejercer la fuerza simbólica de sus
presencias para comenzar a mover la piedra. Obrar desde la minoría,
pero una minoría con presencia y con palabra. Los ejemplos históricos
sobran, ¿cómo se logró la victoria sobre el oscurantismo?
Y hoy nos dice Bordieu tenemos que luchar contra nuevas
formas del oscurantismo. Hoy tenemos que enfrentar al poder omnímodo
de los multimedios y sólo nos quedan pequeñas islas. Por
eso, los intelectuales en vez de ser herramientas de la televisión
deben pasar a ser herramientas del debate del diálogo al servicio
de lo que deseamos.
Grass luego pasó a equivocarse diciendo que hay que volver a rearmar
el Estado, que fue desarmado para dar paso al poder del capital. Como
si los representantes del Estado no actuaran al servicio de los grandes
capitales. Bordieu le respondió que para no caer nuevamente en
los tentáculos de la revolución conservadora habría
que inventar otro Estado. Y aquí está la palabra participación,
más democracia. Esas son las nuevas y antiguas armas de la verdadera
izquierda: movilizar para que entre la definitiva sospecha contra las
estructuras, debatir, analizar futuros y presentes, en trabajo y ecología,
en migración y violencia, en el aislamiento como sinónimo
de egoísmo y muerte. En la historia hubo un momento donde los absolutismos
comenzaron a desmoronarse a pedazos. Hoy tenemos el peligro de la absolutización
de los medios, los misiles y la cada vez más tiránica concentración
de capital. Llegó el momento de sembrar la sospecha contra el Moloch
y la certeza de que las únicas armas son nuestras fuerzas de identificación
con lo democrático y lo solidarista.
La triunfante revolución conservadora realizada con la ayuda
de la complaciente socialdemocracia tiene asegurados todos los portones
de su muralla: democracia globalizada más vacío intelectual
del individualismo. Una fórmula bien adobada con vidrios de colores.
La democracia para que pueda llamarse así tiene que tener influencia.
La política no debe seguir el camino que marca la economía
sino ser el resumen de una voluntad popular que deberá ir formándose
fuera de los medios, para finalmente llevar la democracia a los medios
que pasen a ser de derecho público, por ejemplo y comenzar
entonces el debate sobre economía y política.
La academia europea está produciendo materia prima para el gran
debate. La globalización no ha tenido un Bismarck inteligente que
para explotar daba condiciones humanas.
En cada ciudad hay ya un núcleo de intelectuales que discute qué
y cómo hacer.
Un deber. Así tal vez los políticos socialdemócratas
en vez de enviar a la gendarmería a parar el hambre a palos tendrán
que empezar a ahorcar intelectuales.
Claro, para el intelectual tal vez sea mejor morir discutiendo en la calle
que tener un escritorio con calefacción en el altillo del gerente
general de Todos los Medios Todos, o en el cuartito de al
lado de la portería de la multinacional Mercedes-Chrysler Automotor
Mundial.
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