91

 

 


Quién hubiera dicho
por Julio Nudler


¿Por qué, en cada momento, ignoraremos el futuro? Ignorancia que nos impide torcer la historia si ésta, al cabo de los años, se nos ha mostrado tan adversa. ¿Cómo saber, aquel primer día del otoño de 1991, que el nuevo plan económico anunciado en la cubierta de Página/12 concluiría, casi 11 años después, en una catástrofe? Nadie creía entonces lo que sí merecía crédito: que la Argentina acabaría pronto con su condena a la inflación, mientras durase la convertibilidad. Los economistas críticos estaban muy ocupados prediciendo en cuántos meses “explotaría” el plan. ¿Cómo admitir que este país podía anclar el dólar? Pero pudo. La falla no se escondía donde todos la buscaban.

- - -

¿Estuvo algún lector repasando fotos de las épocas previas a la convertibilidad, a las privatizaciones, a Puerto Madero, a la fiesta menemista, a las grandes autopistas, al estallido de la iluminación? Aquellas imágenes de los '80 muestran carteles rústicos, teléfonos públicos vetustos, luz escasa, precariedad, atraso. Después, en los '90, la apertura importadora, el dólar cada vez más barato, la veloz multiplicación de las computadoras, el salto en la tecnología de consumo transformaron asombrosamente la escenografía. Los shoppings, las estaciones de servicio, los multicines, los autos modernos...” todo contribuyó a que la Argentina se sintiera transportada al Primer Mundo. Muchos hicieron realmente el viaje. Muchos más sólo pudieron mirar cómo viajaban otros.

- - -

¿Cómo contaríamos hoy la convertibilidad? ¿Cómo haríamos aquella tapa del jueves 21 de marzo de 1991? Se supone que anunciaríamos la implantación de un programa económico que conduciría al país al borde del abismo al cabo de algunos años. Que estallaría la desocupación. Que los saqueos vistos durante la hiperinflación se reiterarían multiplicados, pero no porque los precios estuvieran subiendo sino porque bajaban. Que rutas y calles serían obstruidas por piquetes. Que el pueblo, no los militares, derrocaría a un presidente y al propio Domingo Cavallo en jornadas que la represión teñiría de sangre. Que Estados Unidos pasaría abruptamente de considerar a la Argentina el alumno modelo a manifestarse harto de su inconducta y su corrupción. Que el dólar se convertiría en maldición y preciado tesoro.

- - -

¿Qué pensarían los lectores ante semejantes presagios? Pensarían: “Son unos amargos. Los mismos disolventes de siempre. Está bien que critiquen y desconfíen, pero esta vuelta se les fue la mano. ¡Qué manera de exagerar!”. Al mismo tiempo, sin embargo, tomarían como broma de mal gusto que el diario les anticipara que los teléfonos empezarían a funcionar, que en lugar de inflación habría deflación, que resultaría más barato veranear en el Caribe que en Villa Gesell, que habría créditos de hasta 30 años para comprar una vivienda. “¿Estos de Página/12 nos están cargando?”, exclamarían los lectores, arrojando el periódico.

- - -

Mejor dejar las cosas como están. Escribir en cada momento sin conocer el futuro, el temible o alborozado final de la película. Hacer, en definitiva, como los economistas especializados en pronósticos, que nunca aciertan una. Finalmente, esos errores son importantes porque condicionan las expectativas, éstas determinan las decisiones y, de este modo, inducen un curso que hubiese sido diferente de no haberse equivocado tanto los economistas. Pero ni la profecía autocumplida logra que los hechos tomen el curso que ellos predicen. ¿Por qué pedirnos más a nosotros, los periodistas?