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El eterno retorno
por Juan Forn


La foto es pura niebla y, entrando en cuadro desde la derecha, Maradona, con el proverbial 10 en la espalda de su camiseta –la de la Selección– y el brazalete de capitán en su brazo izquierdo. Tiene los brazos en jarra y una media caída, y parece estar dando un paso en dirección a la raya de cal que es lo único nítido (además de él) que se alcanza a ver en la niebla. El título dice: “El rey no ha muerto”, y es del viernes 8 de octubre de 1993. La tapa, en tamaño gigante, está en la puerta del diario hace mucho. Es cierto que, con el tiempo, esa clase de cosas se dejan de ver, especialmente si uno pasa por ahí todos o casi todos los días. Pero al menos de mí sigue ganándose un golpe de vista, no digo todos los días pero sí bastante seguido, desde que empecé a venir cotidianamente a esta redacción hace seis años.
No es exactamente un hecho deportivo el que consigna la tapa. Recordemos: la noche anterior, en Rosario, Maradona había vuelto al fútbol argentino, después de: a) su tormentoso retiro del Napoli y de Italia por presuntos vínculos con la camorra; b) el escandaloso operativo policial que le armó acá la Federal para detenerlo por consumo de cocaína; c) el fallido retorno a las canchas en el Sevilla dirigido por Bilardo, y d) el tour de force contra reloj que le permitió bajar trece kilos en dos semanas y estar físicamente más entero que en su breve lapso por las canchas españolas. Todo esto en momentos en que la Selección de Basile estaba casi afuera del Mundial que se jugaría al año siguiente en Estados Unidos, después de los cinco goles que nos clavaron los colombianos en el Monumental, una tristísima campaña en las eliminatorias y un repechaje pendiente contra Australia, en la última oportunidad que quedaba para morder un lugar en el Mundial '94. Así las cosas, Maradona debutaba en Newell's, en un amistoso de pacotilla contra el Emelec de Ecuador, delante de treinta mil personas (más los millones que lo veían por TV). Todos los que estaban dentro de la cancha se sentían comparsa: no sólo sus compañeros sino también el árbitro y los rivales. Pero Maradona igual rendía más de lo esperado y hasta hacía un gran gol (y no con la zurda sino con la de palo).
Sugestivamente, la tapa del diario, al día siguiente, no mostraba a Maradona festejando el gol con la camiseta de Newell's (como hubiera correspondido “consignar el hecho deportivo”), sino la niebla. Y, asomando entre la niebla, entrando en cuadro, esa figura archirreconocible con la albiceleste y el diez en la espalda, a punto de superar la línea de cal e internarse en esa bruma que era el panorama futbolístico de la Selección en ese momento. Creo que es por eso que me gusta tanto esta tapa: por lo que anticipa, para bien y para mal (¿hace falta recordar lo decisivo que fue Maradona en ese repechaje y después, convirtiéndose en el indiscutido factótum de esa máquina de fútbol que era la Selección hasta el fatídico hallazgo de efedrina en el antidoping post-Nigeria?).
Walsh pudo abarcar en forma inigualable el mito de Evita y Cortázar el mito del Che entrándole los dos al bies, uno con el cuento “Esa mujer” y el otro con el cuento “Reunión”. Algo de eso tiene esta tapa, al menos para mí. Hasta el día de hoy, cada vez que veo esa niebla y esa raya de cal y Maradona a punto de cruzarla, volviendo a la batalla, pienso: es cierto, el rey no había muerto. Ni siquiera después que le “cortaran las piernas” en USA '94. Todavía quedaban algunos firuletes en la galera: verlo jugar de nuevo con el Pájaro Caniggia, y con la Brujita Verón, por ejemplo, para limitarnos estrictamente al terreno futbolístico. Porsupuesto que hay algo agridulce en esta tapa. Porque abarca un buen pedazo de historia. Una épica. Y, si se quiere, una parábola también.