Todo fue una algarabía un tanto
fina. Los reportajes al ganador y las tomas de su marcha a los balcones
tenían algo de pavoneo y de conservadurismo de viejo fuste. No,
no de un estanciero pero sí de funcionario de origen aristócrata:
sonrisa medida, traje de varón crecido, sonrisa al tono y palabras
oídas ya en aquella década del treinta, última de
caballeros. No prometió sino que habló del deber de
todos, una sociedad patriótica donde unos van con chofer
y los otros se cuelgan del tranvía. Fernando, hombre de Liceo Militar
y muestras de duras disciplinas hacia el exterior, presidente. Lectura
de La Nación y de los códigos. Pero también repaso
de San Agustín. La primera plana de los diarios estuvieron dignas,
pero con dudas. Ese día del triunfo nada más que un principio,
una promesa de altar.
Página/12 tituló Volver a empezar, que suena
a desesperanza o por lo menos a volver a intentar, una vez más
y son..., vamos a ponernos en marcha aunque los víveres estén
acumulados en Anillaco o en la banca suiza. La foto, el primer mandatario
queda mejor que usar la palabra presidente, en este caso, aunque
de forma, sólo; no exageremos ni tengamos demasiado miedo
tiene un rostro que no abandonará nunca, con color al Salón
de los Pasos Perdidos, y al lado el muchacho Chacho, como recién
salido de La Cosechera, de una partida de billar con los amigos. Un Caballero
del treinta de aquellos de la concordancia y un muchacho más
bien de café de Palermo Viejo que de Núñez. Uno de
pasar el domingo en estanzuelas con olor a campo con caballadas, y el
otro, de salir de la ducha después de terminar un juego de pelota
paleta en Platense. Dos mundos argentinos. Chupete y Chacho. Dios quiera
que se lleven bien es el pensamiento de los cansados de nuestras democracias.
Y Fernando de la Rúa comenzará con sus frases que parecen
sacadas de los discursos del presidente Alvear, aquel de la década
del veinte, pero sin olvidar a don Hipólito: El país
va a cambiar y vamos a cambiar para recuperar la dignidad y la justicia
(aplausos medidos) y por supuesto no olvidarse de los pobres, algo esencial
para el sentimiento radical: A los más humildes les digo
que a partir de hoy la Argentina es un país más solidario,
más confiable y de reglas claras. A partir de hoy, Argentina será
un país con igualdad de oportunidades, Argentina será ejemplar
para todos los países del mundo.
Esta última frase es de una genialidad radical que nos puede llegar
al estómago o para ponernos a llorar de vergüenza como chicos.
Ejemplar para todos los países del mundo. No, no la releamos porque
si no nos pondremos a caminar por esos andurriales de Dios y llegaremos
al estrecho de Magallanes de pura desolación. (Pero en su última
frase nos deja esperanzas de color rosa: El primero que vino a saludarme
fue Alfonsín. Por suerte todavía lo tenemos y será
nuestro consejero. Menos mal. Con un dúo así estamos
salvados. No, pero hablemos con palabras radicales: La República
está salvada.)
Los argentinos nos embarcamos en el chupetemóvil rumbo al Parque
Japonés. Un peatón disfrazado de clown saluda al chupetemóvil
y dice en voz alta: Cambié mi voto. Antes voté a Menem.
Un fenómeno argentino. La radio deja escapar estas palabras del
nuevo presidente: Tengo la alegría de contar con Chacho,
que ha sido el gran arquitecto de la Alianza. Menos mal.
Claro, los planos fueron dibujados en La Cosechera y se le aflojaron los
cimientos al muchacho. Entre el dominó y las barajas. Vamos
a ser un pueblo grande, dispara con voz entre melancólica
y aristocrática el señor presidente desde el hotel Panamericano.
La misma frase del general Justo, aquel presidente de la década
innombrable que pronunciaba todo con su voz en falsete de militar que
nunca se sentó en un tanque.
El último mandatario radical, dijeron viejos yrigoyenistas cuando
vieron partir en helicóptero al atildado presidente volando sobre
jóvenes cadáveres en la eterna Plaza de Mayo. Aunque despintada,
la escena tenía algo de aquel Yrigoyen de ese 6 de setiembre huyendo
en su auto, como un bote a la deriva, mientras quedaban en la lejanía
los cuerpos de pobres gauchos sin vida en los desiertos del sur.
La República con sus dos partidos y las estadísticas de
hoy luego de 86 años de democracia de balcones radical-dictaduras-peronista
ha dejado a nuestros paisajes sin ombúes y a nuestras calles llenas
de cáscaras secas o podridas. Es hora de que sople el pampero del
pueblo.
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