Ninguna definición sobre esta Argentina
puede superar a la de un gran ensayista del siglo XX. Escribió:
La tierra está maldita y el amor con gripe en cama.
En esta tierra maldita, la gente a veces cree que la crisis sólo
consiste en que un grupo de filibusteros gobierna, y que basta con mandarlos
a bodega para que éste sea un país ideal: la igualdad de
Noruega, el crecimiento de China, el fútbol de la Argentina.
Mientras tanto, la aspiración modesta es que las cosas no empeoren.
El lema de la Argentina podría ser El que dura, gana.
El que dura en el poder, en un cargo menor, en el empleo. El que ve cómo
su ingreso se licua sólo al 50 por ciento. El empresario
que no avanza pero escapa de la quiebra. El que todavía no cayó
entre el 45 por ciento de argentinos que viven por debajo de la línea
de pobreza. El Presidente que, como un preso al revés, dibuja una
marca por cada día que logra permanecer en la Casa Rosada. Los
venezolanos aseguran que antes, cuando en Caracas había una tormenta
eléctrica, los argentinos salían a la calle. Con cada relámpago
sentían que Dios les estaba sacando una foto. Ahora se conformarían
con que el rayo no les caiga encima.
Cuando la tierra está maldita y el amor con gripe en cama, la tentación
del fascismo queda ahí nomás. Con un cuarto de la población
en edad de trabajar sin empleo, el miedo a caerse del mapa suele dar pánico.
Un ejemplo es el miedo a que supuestas hordas ataquen los countries. Es
un miedo absurdo, porque para cualquier bandita mejor sería asaltar
sitios sin protección armada, pero ahí está el temor,
robusto, saludable, como el miedo a que secuestren a todos los chicos
de los colegios privados para pedir rescate.
Es curiosa la Argentina, ese país que José María
Aznar parece no entender aunque se explica fácil: si la Argentina
quedara en Europa sería España, y si España quedara
en América sería la Argentina. Es curiosa porque incluso
con la tierra y el amor así, el país quebró la cintura
y gambeteó elegantemente al fascismo. Conviene fechar esta afirmación.
Se escribe hoy, 26 de mayo de 2002, a los 15 años exactos de la
aparición de Página/12. La fecha se pone porque ningún
futuro está comprado y porque quién sabe si la Argentina
seguirá exhibiendo la extraña vitalidad de hoy. Es difícil
imaginar un gran futuro cuando, encima, a esta Argentina le tocó
en suerte George W. Bush y su idea de que la devastación es la
forma escatológica del progreso.
Parece un delirio pensar que las cacerolas cambiarán la sociedad.
Pero evitaron el asesinato de algún cajero de banco y por lo menos
juntaron la bronca y le pusieron banda de sonido.
Las asambleas de barrio no son una opción de poder. Por más
euforia que produzca la democracia directa, tampoco lo serán. Sin
embargo, reconstituyeron cierta forma de asociarse, de preocuparse por
soluciones concretas a problemas concretos. Y dieron una alternativa a
un país donde el modelo, si no, era Timothy McVeigh, el asesino
de Oklahoma que atentó contra un edificio del gobierno federal
reivindicando el derecho de matar al Estado en nombre de la sociedad.
Nadie sabe si la Argentina llegó sólo al impulso vital de
los sobrevivientes o si es capaz de más. Si escribirá una
canción nueva o repetirá esa letra de ¿Qué
sapa, señor?, cuando Enrique Santos Discépolo decía
que la tierra estaba maldita y el amor con gripe en cama porque era 1931
y la crisis parecía no tener fin.
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