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Seamos
lentos

por Hugo Soriani


Quince años siempre suena a mucho. Y más si se trata de permanencia en un trabajo. Para gente como uno, y cuando digo como uno pienso en mí pero también en los lectores de este diario que, no importa si es verdad o mentira, siempre se los imagina iguales a uno.
Gente acostumbrada al ir y venir, contraria a los anclajes, a los horarios, a las rutinas. Gente de ida, gente sin vueltas, gente creativa y gente para la cual la vida es un cambio, una revolución permanente, un siempre estar por empezar de nuevo. Gente hecha a los encuentros y desencuentros, a los exilios y desexilios.
Quince años es para algunos de los que empezamos con el diario un tercio de nuestra vida, poco más, poco menos. Algunos venían de experiencias anteriores, otros eran del oficio y otros sólo sabíamos de diarios que se hacían con papel y tinta y en una máquina grandota que se llama rotativa.
Nos mirábamos sorprendidos, corríamos de un lado al otro porque en un diario todo tiene que ser rápido e inventábamos mil razones para apostar al éxito, mientras cruzábamos los dedos para que la utopía no terminara en otra derrota de esas a las que la gente como uno ya está acostumbrada.
Nos encontrábamos con amigos que nos miraban desencajados cuando contábamos los lugares abandonados para ocupar éstos. Hace quince años abandonar puestos o fundar empresas era también una apuesta riesgosa. Un diario progre, pluralista, independiente era directamente suicida.
Como toda historia de vida, ésta no fue un lecho de rosas. Hubo discusiones, diferencias, peleas, amenazas. Hubo bombas, atentados desde sectores oscuros y discriminación de sectores no tan oscuros a los que molestaba el humor, la crítica o la resistencia a las presiones que sutil o brutalmente hacía llegar el poder de turno.
El diario molestaba desde chiquito y, como un hijo no querido, molestaba más a medida que crecía. Los pantalones empezaron a quedarle cortos, las mangas de la camisa dejaban ya ver las muñecas y tuvimos que empezar a renovarle el guardarropa: primero llegó la salida de los lunes, luego los suplementos, las ediciones especiales, los libros, los fascículos, los CDs, los videos y la magia de todos los días para que los números no fueran rojos en el país de aquel entonces que, como el de ahora, navegaba en la hiperinflación.
La gente como uno, cree uno, ama la política, y a pesar del “que se vayan todos”, o por ello mismo, piensa que la política es la única herramienta eficaz para hacer más vivible el lugar donde nacimos. La gente como uno, decíamos más arriba, vivió de un modo u otro el exilio externo, el interno, la persecución, la cárcel el dolor o el silencio de la dictadura y todos los días pelea contra el desencanto y el cinismo.
Hay cumpleaños que valen la pena. Hace poco las Madres festejaron sus veinticinco años y en octubre lo harán las Abuelas. Este diario festejó con ellas y no hizo falta que las ayudáramos a apagar las velitas.
El viento que ellas generan vuela tristezas y enciende esperanzas.
Hay cumpleaños que valen la pena, pensamos los que hacemos el diario, y no queremos disimular nuestro orgullo y nuestra alegría. Quince años que pasaron demasiado rápido aunque hayamos engordado, nos hayan salido canas o tengamos menos pelo. Las mañas no las perdimos y seguiremos haciendo magia para que no haya inflaciones, recesiones, amenazas o crisis capaces de detenernos.
Por única vez, aunque contradiga el ritmo de un diario, seamos lentos como las tortugas y capaces como ellas de festejar quince, treinta, cien, cuatrocientos años.