Quince años siempre suena a mucho.
Y más si se trata de permanencia en un trabajo. Para gente como
uno, y cuando digo como uno pienso en mí pero también en
los lectores de este diario que, no importa si es verdad o mentira, siempre
se los imagina iguales a uno.
Gente acostumbrada al ir y venir, contraria a los anclajes, a los horarios,
a las rutinas. Gente de ida, gente sin vueltas, gente creativa y gente
para la cual la vida es un cambio, una revolución permanente, un
siempre estar por empezar de nuevo. Gente hecha a los encuentros y desencuentros,
a los exilios y desexilios.
Quince años es para algunos de los que empezamos con el diario
un tercio de nuestra vida, poco más, poco menos. Algunos venían
de experiencias anteriores, otros eran del oficio y otros sólo
sabíamos de diarios que se hacían con papel y tinta y en
una máquina grandota que se llama rotativa.
Nos mirábamos sorprendidos, corríamos de un lado al otro
porque en un diario todo tiene que ser rápido e inventábamos
mil razones para apostar al éxito, mientras cruzábamos los
dedos para que la utopía no terminara en otra derrota de esas a
las que la gente como uno ya está acostumbrada.
Nos encontrábamos con amigos que nos miraban desencajados cuando
contábamos los lugares abandonados para ocupar éstos. Hace
quince años abandonar puestos o fundar empresas era también
una apuesta riesgosa. Un diario progre, pluralista, independiente era
directamente suicida.
Como toda historia de vida, ésta no fue un lecho de rosas. Hubo
discusiones, diferencias, peleas, amenazas. Hubo bombas, atentados desde
sectores oscuros y discriminación de sectores no tan oscuros a
los que molestaba el humor, la crítica o la resistencia a las presiones
que sutil o brutalmente hacía llegar el poder de turno.
El diario molestaba desde chiquito y, como un hijo no querido, molestaba
más a medida que crecía. Los pantalones empezaron a quedarle
cortos, las mangas de la camisa dejaban ya ver las muñecas y tuvimos
que empezar a renovarle el guardarropa: primero llegó la salida
de los lunes, luego los suplementos, las ediciones especiales, los libros,
los fascículos, los CDs, los videos y la magia de todos los días
para que los números no fueran rojos en el país de aquel
entonces que, como el de ahora, navegaba en la hiperinflación.
La gente como uno, cree uno, ama la política, y a pesar del que
se vayan todos, o por ello mismo, piensa que la política
es la única herramienta eficaz para hacer más vivible el
lugar donde nacimos. La gente como uno, decíamos más arriba,
vivió de un modo u otro el exilio externo, el interno, la persecución,
la cárcel el dolor o el silencio de la dictadura y todos los días
pelea contra el desencanto y el cinismo.
Hay cumpleaños que valen la pena. Hace poco las Madres festejaron
sus veinticinco años y en octubre lo harán las Abuelas.
Este diario festejó con ellas y no hizo falta que las ayudáramos
a apagar las velitas.
El viento que ellas generan vuela tristezas y enciende esperanzas.
Hay cumpleaños que valen la pena, pensamos los que hacemos el diario,
y no queremos disimular nuestro orgullo y nuestra alegría. Quince
años que pasaron demasiado rápido aunque hayamos engordado,
nos hayan salido canas o tengamos menos pelo. Las mañas no las
perdimos y seguiremos haciendo magia para que no haya inflaciones, recesiones,
amenazas o crisis capaces de detenernos.
Por única vez, aunque contradiga el ritmo de un diario, seamos
lentos como las tortugas y capaces como ellas de festejar quince, treinta,
cien, cuatrocientos años.
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