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La media francesa
por Eduardo Aliverti


Más de un lector se sorprenderá por la portada de Página/12 que el autor de estas líneas eligió como disparador de su columna. En 15 años hubo tapas muy superiores a ésa desde todos los aspectos informativos y sentimentales que quieran contemplarse. Tapas más conmovedoras, más explosivas, más originales, más divertidas, más reveladoras. Pero es que hay una historia detrás. De esas que no trascienden al público y que marcan algo así como un antes y un después, no ya en la relación personal con el diario, sino en la de éste con los medios y, por lo tanto, en su penetración social.
Desde el primer número, estas páginas habían revolucionado los criterios estéticos y de titulado del periodismo gráfico argentino. La solidez de sus columnas de opinión y de sus notas de investigación ganaba interés entre los colegas. Y un número creciente de sectores medios, de una Argentina que ya no existe, incorporaba a Página como su segundo diario: todavía no les “cerraba”, informativamente, que pudieran carecer de lo que les proveía su lectura tradicional, pero tampoco les cuajaba prescindir de ese aire fresco que tenía y sigue teniendo datos, pimienta, coraje, plumas y polémica en una proporción mucho mayor que el resto. Además, eran ya los estertores de la primavera alfonsinista y al conjunto de las publicaciones –tanto como a los programas de radio y televisión– le costaba hallar el punto intermedio entre cuidarse de no hacer peligrar a una democracia flamante y caerle con toda la severidad que era menester a un gobierno claudicante. Página nunca tuvo ese problema, porque si algo había quedado cristalino desde el principio era su insobornable vocación democrática.
Sin embargo, las dudas acerca del origen económico e ideológico del diario –mucho antes prejuiciosas que ingenuas, y motorizadas por los servicios y la competencia– aún calaban hondo. No entre sus consumidores, que en última instancia también podían tenerlas para terminar rindiéndose ante la calidad y la orientación del material ofrecido. Pero sí en el universo mediático. La historia conocida de si detrás estaban los Montoneros, la Coordinadora, el PC o los platos voladores. El periodismo escrito no citaba a Página como fuente original en casi ninguna de las coberturas desatadas por sus primicias e investigaciones. Y al suscripto, como hombre de radio, le constan las barreras y los debates aparecidos en las mesas de conducción y producción, poco menos que sin excepciones, cada vez que la mención del diario se tornaba inevitable. En los informativos y programas periodísticos de la televisión era peor, lo cual es un dato nada menor: aún hoy –aunque mucho menos– la prensa audiovisual funciona como amplificadora de la escrita.
En plena vigencia de ese panorama, aparece aquel título de portada: “Liberté, Fraternité, Pigüé”, cuando la visita de François Mitterrand a esa localidad bonaerense de arraigada colectividad francesa. El firmante confiesa que su primera impresión fue la de estar ante una construcción tan pretenciosa como rayana en el ridículo, de gracia muy dudosa y resultado de un día “fiambre”. Pero por algún motivo, que en lo personal se considera insondable, las audiciones radiales y televisivas parecieron ponerse de acuerdo en masa para levantar esa tapa como un hallazgo creativo de escasos antecedentes. Se recuerda haber escuchado que era una suerte de ejemplo periodístico en torno de cómo conjugar en una línea el objeto de una noticia, el marco dado por sus protagonistas, la localización y, de yapa, el tratamiento tan irreverente como respetuoso hacia la presencia en el país de un jefe de Estado extranjero. Suena insólito, pero el periodista que firma esta columna es testigo fiel de que la simpatía despertada por esa tapa provocó, en relación directamente proporcional, un efecto destructor sobre tantas prevenciones suscitadas por Página/12. Como si hubiese sido la prueba de originalidad necesitada por un abundante coro de voces y pensamientos enroscados, para asumir la realidad de un diario que les producía náuseas ideológicas pero de factura profesional ineludible.
Chapeau a aquel título de tapa. Es de esos que, humildemente, cuando se escriba la historia del diario o se junte la familia de sus portadas, podrá levantar la mano y decir “guarda conmigo”.