Autoconvocados
Por J. M. Pasquini Durán

“Los autoconvocados son grupos de personas que, sin pertenecer ni obedecer a ninguna organización particular, se reúnen porque comparten la decisión de alcanzar propósitos comunes.”

Los afectados por las inundaciones en Santa Fe marcharon para demandar la atención que merecen de las autoridades y al frente de la columna llevaban un cartel con la identificación: “Inundados autoconvocados”. Ya es leyenda la faena de los vecinos de Esquel, también reunidos por propia voluntad, que impidieron con éxito daños irreparables al medio ambiente de su zona evitando que el gobierno y una corporación minera canadiense explotaran una mina de oro con uso masivo de arsénico. En esta evocación, imposible olvidar al grupo de madres de detenidos-desaparecidos que se congregaron un jueves en la Plaza de Mayo, o las puebladas de Cutral-Có y Tartagal, los cortes de ruta con “piquetes”, algunas jornadas de diciembre de 2001, las asambleas barriales, las movilizaciones vecinales contra el crimen y el “gatillo fácil”... La lista se hace interminable apenas la memoria recorre los archivos cotidianos y la clasificación completa de las reivindicaciones con seguridad agotaría los asuntos públicos y los mejores sentimientos humanos de cooperación y solidaridad.
Los autoconvocados son grupos de personas que, sin pertenecer ni obedecer a ninguna organización particular, se reúnen porque comparten la decisión de alcanzar propósitos comunes. Es, si se quiere, la forma primaria de lo que los políticos siempre prometen y nunca hacen: formar consenso alrededor de lo que llaman “políticas de Estado”. Esos grupos pueden ser transitorios o permanentes y en más de una ocasión han dado origen a entidades que llegan a tener influencias sobre el resto de la sociedad. Pueden o no conseguir lo que se propusieron, pero en ningún caso la experiencia pasa sin dejar huellas en sus participantes. En más de una ocasión hay quienes se preguntan si se trata de fenómenos naturales o son recursos del desamparo, ya que las instituciones que deberían ocuparse están mirando hacia otro lado.
Es decir, ¿existirían igual si las organizaciones formales y establecidas cumplieran con plenitud sus responsabilidades? Un debate abierto hoy en día, por ejemplo, es el que involucra a ciertos sindicatos formales y el nuevo movimiento piquetero. Algunos líderes sindicales piensan que es episodio pasajero producido por la explosión del desempleo, pero que si la economía recupera impulso esos trabajadores volverán a tener empleos estables y, con ellos, regresarán a las respectivas organizaciones gremiales. En consecuencia, perciben al movimiento con carácter de auxiliares temporales de la actividad sindical, mientras que ciertos sectores piqueteros consideran que sus proyecciones sobrepasan la mera coyuntura y, con o sin empleo, los trabajadores que lo integran han llegado para quedarse. Así como aquellos eran sindicatos de fábrica, estos son sindicatos territoriales.
Antes de asumir que se trata de bandos separados o irreconciliables, quizá será útil ubicar este tipo de temas en sus contextos más amplios. Las tendencias de las sociedades contemporáneas, con grandes concentraciones urbanas en detrimento de las rurales, lo cual supone hábitos de vida, de consumo y hasta de ocio diferentes, además de las modificaciones sustanciales en los sistemas de empleo y producción por obra de la tecnología, las fusiones corporativas y otros factores novedosos, tendrán que encontrar reflejos en las instituciones de esas mismas sociedades. Los partidos, sindicatos, cámaras, iglesias, están desafiados a convivir con las expresiones sociales, ya que ninguno de ellos estará en condiciones de contener a la totalidad del nuevo mundo.
No está dicha la última palabra, lo mismo que en tantas otras cuestiones que están atravesadas por preguntas sin respuestas acabadas y por incertidumbres. Aun con esa reserva, los autoconvocados muestran que la democracia, en la base social, arraiga de muchas maneras y sólo la capacidad para lo tolerancia, la imaginación para encontrar nuevas vías de avance y el firme rechazo a los dogmas librescos podrán contener y aprovechar los frutos de época. No se trata de matar viejos ni ahogar a los jóvenes, sino de construir el mejor mundo posible para todos. Valdría la pena autoconvocarse para un objetivo de ese porte.