Los héroes del pueblo
Por Osvaldo Bayer

Acaso hay un acto más democrático que aquel que sucede cuando la opinión popular pone al desnudo un crimen del Estado que éste ha tratado de esconder durante ochenta años? ¿Un alevoso crimen contra todas las leyes y la Constitución? Para alegría de todos aquellos que aceptan sólo como democracia la época en que todos los habitantes de un país viven en dignidad, el homenaje de los centenares de trabajadores rurales fusilados por el Ejército argentino en 1921/22, en la Patagonia, terminó con el silencio cobarde y cínico de las autoridades. Todos se callaron la boca: los radicales, los peronistas, la Iglesia, la CGT de los gordos, el Congreso, la Justicia, los diversos poderes ejecutivos desde Yrigoyen hasta Perón. Los libros que se escribieron con todos los datos históricos sobre la masacre fueron quemados por el teniente coronel Gorleri por “Dios, Patria y Hogar”, pero antes habían sido prohibidos por el gobierno peronista de Isabel. El film sobre esas huelgas, La Patagonia rebelde, estuvo prohibido diez años, también por el gobierno peronista de esa época. Al autor de la investigación se le largaron los perros sarnosos de la persecución y debió sufrir ocho años de exilio.
Pero la democracia triunfa siempre y cuando esa movida desde abajo, desde los sectores más humildes. Fue la Unión de Trabajadores Rurales y Estibadores la que le puso punto final al olvido. Primero, hace cinco años, se levantó el monolito en memoria de los cuatrocientos diez gauchos fusilados en la estancia “La Anita”; segundo fue el monumento levantado en Jaramillo a uno de los héroes más puros de nuestra historia de pampas y llanuras: José Font, llamado “Facón Grande”, que encabezó las columnas obreras en la lucha contra la explotación de la tierra, que tenía los colores de la bandera británica. Un monumento al coraje y a la justicia. A “Facón Grande”, fusilado por el 10º de Caballería del Ejército argentino. Ahí está el gaucho, mirando en lontananza, fiel a sus ideales, fiel a sus compañeros, fiel a la dignidad humana. Fusilado por la cobardía de los políticos de Buenos Aires y por la brutalidad sin límites de los uniformes.
El cuarto acto de valentía histórica fue la señalización de las tumbas masivas de Gobernador Gregores y luego, hace apenas seis meses, la emotividad en San Julián: la elevación a hijo preferido de la ciudad de Albino Argüelles, el valiente rural que puso el pecho a los representantes de los dueños de la tierra, fusilado por el feroz capitán Elbio Carlos Anaya, que aprovechaba de sus jinetas para ser dios de la vida y de la muerte de los humildes.
Finalizados los actos, me quedé mirando el ancho espacio de la llanura de la soledad. Me dejé acariciar por la fría brisa. Lo que acabábamos de hacer era democracia pura. La reivindicación de los asesinados por el delito de creer en el progreso, de creer en la vida, de defender la libertad. Esas soledades se cubrieron de pronto de decoro humano. En esas horas, sí, comprendí realmente lo que debe ser siempre la democracia, que se me sumó a la sangre roja de mis venas. n