Entre Cadícamo y Eladia
Por Julio Nudler

“Otras lluvias no solamente mojan. Además inundan, ahogan, arrasan, como la de Santa Fe. También allí, a la furia de los elementos se sumó la incuria de los gobernantes democráticamente elegidos.”

Espero el colectivo bajo la lluvia. Otros en las colas de otras líneas están peor que yo porque salieron sin paraguas. Simplemente se empapan. Muchas de las oxidadas chapas que, a pesar de sus agujeros, techaban de algún modo estos largos refugios de Retiro faltan desde hace tiempo, desde que las saquearon. Ningún funcionario de la democracia se ocupó de reparar el daño, aunque las autoridades enteradas deben de estar porque la sustracción fue muy comentada en los diarios, la radio y la televisión. El pavimento de estos refugios tampoco ayuda al confort de la espera. Su antigüedad parece similar a la de las chapas acanaladas: la calculo en 42 años, porque datan de la presidencia de Frondizi. El asfalto de estas hileras de paradas, erosionado por millones de pisadas a lo largo de décadas, ha dejado aflorar unas piedritas puntiagudas que perforan las suelas, ocupadas éstas en esquivar unos pocitos aleatoriamente repartidos. Cuando un taxi o un colectivo pasan velozmente, cerca del cordón, por la calzada también irregular, que deja asomar el antiguo adoquinado entre crostones de asfalto, una tromba de agua grisácea se abalanza sobre la gente de las filas que, hasta los huesos calados y helados, responde con insultos. Alzando la vista, detrás de la Torre de los Ingleses se ve la mole impertérrita, extraterritorial del Sheraton, y se intuyen sus alfombras, sus bronces y quizá los ojos curiosos de algunos viajeros, que desde las ventanas contemplarán a estos argentinos que soportan embotadamente la lluvia. Alguno de ellos quizás intuya, a partir de esta melancólica escena, esquicio de una absurda comedia dramática, el extraño carácter de nuestra democracia, en la que los representantes del pueblo no se sienten comprometidos con el bienestar de sus representados ni les rinden cuentas. Hacer política es siempre otra cosa. Es luchar cotidianamente por los espacios de poder, es estar en los medios, comprar voluntades de todas las maneras posibles con los recursos del Estado, y mentir y salir del paso como un ejercicio diario.
Tras veinte años de democracia, esto es la democracia en la Argentina, aunque cualquiera suponga que debería ser otra cosa. Si lo fuera, una mayoría de argentinos no estaría hundida en la pobreza, la degradación, la ignorancia. No hay otra razón para este estrepitoso fracaso sino el mal funcionamiento de la democracia, con Alfonsín, con Menem, con De la Rúa, con los peronistas, los radicales, los frepasistas, los impunes caudillos de las provincias. Pero en un país tan castigado por sucesivas dictaduras militares, que fueron del ridículo a la aberración, suena peligroso criticar a la democracia. Aunque no hacerlo sería como abstenerse de condenar a Saddam Hussein o a Fidel Castro porque de esa condena podría deducirse un respaldo al imperialismo estadounidense. Sólo que en este caso hay una diferencia: sin Saddam hay Irak y sin Fidel habrá Cuba, pero es inconcebible una Argentina sin democracia. La única alternativa es transformarla.
Otras lluvias, para volver al agua, no solamente mojan. Además inundan, ahogan, arrasan, como la de Santa Fe. También allí, a la furia de los elementos se sumó la incuria de los gobernantes democráticamente electos.Quizá deba aspirarse a que la democracia aporte algo más transformador de la sociedad que unas chapas o unas obras hídricas. Pero, mientras tanto, ¿no podrá empezar por las cosas más sencillas, como diría Eladia?

Nota bene: Este comentario fue escrito el viernes 16. Pocos días después, las chapas robadas empezaron a ser sustituidas por otras similares, igual de protectoras y deprimentes. La democracia está a salvo.