Martina y su bisabuela
Por Raúl Kollmann

“Sin darse cuenta, la democracia argentina ya tiene, seguro, más de cien Martinas: hijos, nietos y hasta bisnietos de quienes fueron víctimas de los atentados de la Embajada y de la AMIA.”

Me da bronca que nunca se haya detenido a nadie por el atentado. Pero Dios va a buscar a quien tenga que buscar.” La voz tímida, pero firme, pertenece a Martina Mustafá, 15 años, la bisnieta de Mausi Meyer Freis, que murió en el atentado contra la Embajada de Israel. “Soy la tercera generación que reclama por justicia –la de mi abuela, que era hija de mi bisabuela, la de mi mamá y la mía– y en esa pelea estamos todos los primos. Algunos como yo, que tengo origen islámico porque mi papá es islámico, pero otros primos de mi familia tienen origen católico y hay uno de origen judío.” Como un primer paso, Martina aceptó hablar en el reciente acto de homenaje a las víctimas del ataque, a once años de aquel 17 de marzo de 1992: “Lo hice pensando en mi abuela, la hija de Mausi, pero también por todos nosotros, para que se haga justicia”.
Mausi tenía 76 años. Los había cumplido el 14 de marzo, apenas tres días antes del atentado. Vivía en el pensionado que quedaba en la calle Arroyo, justito frente a la Embajada. Ese mediodía la bomba arrasó con todo, con el colegio católico de al lado, el pensionado para la tercera edad y los demás edificios de la cuadra.
“Me acuerdo poco de mi bisabuela. Cuando fue lo del atentado, yo tenía entre cuatro y cinco años –se esfuerza Martina–. A veces no sé si el rostro que se me aparece es el que yo recuerdo o es el de la foto que hay acá en mi casa. Lo único que sí tengo firme en la memoria es aquel día en que me regaló un disfraz que ella misma hizo. Era de campesina holandesa o alemana. Yo era muy chiquita, pero eso me quedó grabado.”
“A finales del año pasado, mi abuela fue por primera vez a una reunión de los familiares de quienes habían muerto en el atentado. Ella les propuso participar de la organización del acto-aniversario y efectivamente este año participó. En esas reuniones de familiares propusieron convocar a los jóvenes, para que nosotros también asumamos un compromiso con la memoria de los que murieron aquella vez. Y yo, que casi no había leído nada sobre el atentado, decidí aceptar esa posta. Nunca había ido a un acto, menos todavía había hablado ante gente, pero sentí que era el momento de hacerlo: por mi bisabuela, especialmente por mi abuela, por todos.”
“No, no me acuerdo cómo me contaron la forma en que la mataron a Mausi. Estoy segura de que no lo leí después sino de que ya el primer día me dijeron todo como fue. Lo que pasa es que, con lo chiquita que era, es lógico que no haya entendido mucho. Igual, tengo la sensación de que siempre supe cómo fueron las cosas. Y ahora, con mis primos, que tienen edades parecidas a mis quince años, compartimos mucho, el colegio, el club y también esta historia familiar. No hablé en el acto para decir unas palabras y después borrarme. Voy a seguir participando.”
Sin darse cuenta, la democracia argentina ya tiene, seguro, más de cien Martinas: hijos, nietos y hasta bisnietos de quienes fueron víctimas de las masacres de la Embajada y la AMIA. En el caso de la Embajada, nunca hubo un detenido, ni siquiera un sospechoso de perpetrar el atentado. En el caso AMIA, hay un juicio oral en marcha, con final dudoso, y una serie de órdenes de captura aún más dudosas circulando por algunos escritorios de la burocracia internacional. En los despachos oficiales ya se imaginan el punto final, el cierre de las dos causas. Pero la esperanza está puesta en los familiares y en esa legión renovada de Martinas, los únicos que le plantan batalla al olvido.