El maravilloso 071
me hizo salvar de la colimba, aunque mucho antes de que me llegara el
turno del sorteo yo ya había aprendido a marchar, a pararme fir-mes
y a dar media vuelta izquierda izquier. Fue en la secundaria, una escuela
técnica cuya especialización estrella era aeronáutica.
Era la por entonces Escuela Nacional de Educación Técnica
Nº 1 de Haedo, Jorge Newbery. La dirigía un ex militar y lo
hacía a tono con la época, con el estilo de los cuarteles.
Yo ingresé un año después del triunfalismo mundialista
y en ella aprendí eso de los argentinos derechos y humanos leyendo
las cartas de salutación que cada 24 de mayo día del
aniversario de la escuela mandaba el almirante Armando Lambruschini.
Ovidio Gené, el director, murió al poco tiempo. El espíritu
militarista quedó apaciguado, pero siempre presente en el reglamento
de la escuela, que ordenaba la media americana como corte de pelo, la
prohibición de juntarse en la puerta de entrada y hasta de conversar
de temas colegiales en el colectivo porque esos comentarios no suelen
reflejar con objetividad lo que sucede en la escuela. Así
estaba escrito, palabras más, palabras menos, en las normas distribuidas
entre alumnos y padres.
La que férreamente se mantuvo en pie fue la costumbre de invitar
a los padrinos de la escuela al doble festejo del 25 de Mayo, el patrio
y el propio. Padrinos que obviamente vestían uniforme. De gala
y con las mejores medallas que podían ostentar. La entrada de los
militares solía ser el momento más rígido, en el
que los 1200 alumnos estábamos cuadrados y en riguroso silencio
para recibir a la ilustre visita.
La costumbre se mantuvo y avanzó por sobre la democracia. Aunque
para entonces también en la escuela algo había cambiado.
Como sucedía en casi todos los colegios, habíamos armado
el centro de estudiantes y hasta habíamos empapelado las pulcras
paredes con la campaña de las distintas listas, mientras observábamos
divertidos el desconcierto de los directivos que no sabían cómo
manejar la avalancha democrática.
Tan desorientados estaban que, efectivamente, mantuvieron el reflejo de
la invitación a los padrinos. Fue para el 25 de Mayo de 1984, con
los 1200 alumnos ya no cuadrados ni firmes, pero sí formados para
la ocasión, que volvieron a entrar, siempre de uniforme, siempre
de gala. Entonces sucedió. No hubo un chiflido tímido iniciador.
Fueron 1200 adolescentes que después de años de izquierda
izquier encontraron su propia forma de recuperar la democracia. Los larguísimos
minutos de silbatina generalizada, el estoico rictus militar de los padrinos
y el pavor de las autoridades marcaron el nuevo escenario que se empezaba
a vivir en el Newbery.
El director me citó al día siguiente para que, como presidente
del centro de estudiantes, enviara un desagravio a los padrinos. Antes,
mucho antes que eso, alguien debería habernos desagraviado a nosotros.
Veinte años después, el colegio mantiene su nombre, aunque
ahora es la provincializada Escuela de Educación Técnica
Nº 8 de La Matanza. Es posible que sus alumnos desconozcan aquel
episodio. Es posible que si alguien se los cuenta se sorprendan. Que no
terminen de entender cómo alguna vez allí mismo se amonestara
por llevar el pelo algo más largo que la media americana (a mí
me tocaron cinco de esas amonestaciones). O que les parezca descabellado
saber que si a uno se le rompían los zapatos se quedaba sin ir
a la escuela porque estaba prohibido entrar en zapatillas. O que no comprendan
cómo fue posible que Marcelo Planes muriera en Malvinas cuando
apenas había terminado sexto año. Es bueno que tanto absurdo
sea una realidad inimaginable en su universo. Es bueno también
que lo conozcan.
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