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¿Desgracia a la cabeza? |
Por Alfredo Zaiat
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La tía
abuela se espantó: –El 17 a la cabeza, ni loca
(22). Es la desgracia. Su sobrino (68), también amante
de los números y, por lo tanto, exorcizado con cada uno
de los significados que se le adjudica en el juego, la respaldó
en el mismo momento que sacaba del bolsillo las boletas del
Loto y quiniela con la esperanza que el cementerio (94) o la
niña bonita (15) lo haya bendecido. No tuvo fortuna,
como es costumbre. Su hijo (52), o sea el sobrino nieto, insistía
con que el 17 era su número de la suerte desde niño
(02): –Yo estaba enamorado (93) de mi maestra de cuarto
grado, fue siempre mi preferida, y se casó un 17 de agosto.
Los dos saltaron con los ojos desorbitados, como si hubieran
encontrado un mensaje bendito: –Jugá al 63 (casamiento)
o al 84 (la Iglesia).
Los últimos treinta años de la economía
argentina fueron una gran lotería, un gran paño
donde las riquezas o las miserias se terminaron distribuyendo
no por azar sino por la rapidez para pasarle el muerto (47)
al Estado. O por jugar con habilidad en el mundo financiero
o bursátil, destreza que implicaba aprovechar las ganancias
rápidas y no andar borracho (14) con el dinero (32) fácil,
puesto que de esa forma, al final, terminaban haciendo agua
(01). La tablita, el austral y la convertibilidad fueron fiestas
(20) que mostraron que, pese a que el cuchillo (41) de esos
planes había dejado heridas profundas, los vicios (69)
no se abandonaron con tanta facilidad.
Por ese motivo muchos se convencieron a fuerza de la sucesión
de caídas (56), de las cuales en sus respectivas recuperaciones
quedaron en escalones inferiores previos del incendio (08),
que Argentina es, aunque les cuesta admitirlo, yeta (13). Sin
embargo, para sorpresa (72) de esos soldados (12) del pesimismo
y para desmentir esa mala fama, el país acaba de ganar
el Loto, la grande de Navidad y Año Nuevo y el pozo del
Quini 5 en un mismo momento. Y la mayoría todavía
sigue hablando de crisis, que es comprensible por el miedo (90)
que selló las llamas (76) del diecinueve y veinte de
diciembre, corralito, devaluación y pesificación.
La verdad es que, a esta altura, hablar de la crisis es una
historia vieja, aunque ésta haya dejado una estructura
social fragmentada y expulsado a la mitad de la población
fuera de la mesa (97). Argentina, por esas razones que desorientan
a economistas propios y extraños, tiene una capacidad
de resucitar que asombra. Lo que pasa es que ahora goza de la
gallina (25) de los huevos (00) de oro. Y son huevos doble yema:
soja + petróleo.
Los precios internacionales de esos dos commodities que cotizan
en valores por las nubes son como anillo (16) al dedo para erguir
de la cama (04) a una economía que estaba postrada. La
lluvia (39) de dólares por las exportaciones de la fórmula
S+P facilitó el rescate de la inundación (62).
Los productores del campo, que estaban ahogados (58) por sus
deudas, levantaron la cabeza (34); algunos porque pudieron arrendar
a buen precio sus lotes; otros porque reunieron el capital para
sembrar el poroto sagrado. Las mieles de la soja, a pesar de
que la producción y comercialización se encuentra
bastante concentrada, se distribuye a varios sectores. En cambio,
la súper renta que regala el oro negro queda en muy pocas
manos.
El Estado, entonces, interviene en esas utilidades extraordinarias,
en las del campo y en las de los petroleros, a través
de retenciones (impuestos a las exportaciones). Así,
con la recuperación global de la economía y actuando
de cazador (65) de un porción de esas rentas, el Tesoro
Nacional ha ido acumulando excedentes que fueron a paliar en
parte los efectos de la crisis. Esta vez, y a pesar de aquellos
que aunque salga el sol piensan en el mal tiempo (83) por venir,
el premio mayor del Loto fue para Argentina. En esta semana
del aniversario, el 17 a la cabeza. ¿Saldrá?
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