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La fábula del chita
y la tortuga |
Por Raúl Dellatorre
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El chita, también
llamado guepardo, puede alcanzar velocidades de 110 kilómetros
por hora. Es el animal más rápido de la Tierra.
En estos diecisiete años, de 1987 hasta acá, la
sociedad argentina vivió varias veces la sensación
de vorágine. Y disfrutó de la velocidad, aunque
no supiera bien hacia dónde corría. Vivió
la euforia de los primeros tiempos de Menem y el destino de
modernidad, de Primer Mundo, de viajes al exterior, de equipar
la casa con lo último. Y si no había casa, había
crédito para comprarla. En dólares, claro, comprados
a un peso, valor que prometía ser eterno. Así
también vivió la euforia del primer año
de Kirchner, con sabor a revancha, el reverdecer de los valores
sociales, el resurgir del Estado. La sensación de vertiginosa
salida de un pasado oprobioso. Entre uno y otro, también
hubo un paso vertiginoso de Rodríguez Saá por
el sillón presidencial, inmediatamente sucedido por un
no menos veloz Duhalde para terminar con la convertibilidad.
La tortuga terrestre, aunque no es el ser vivo más lento,
lleva ese estigma. También hubo épocas en esos
años en las que la inacción dejó la sensación
de lentitud, pasividad, parsimonia. Así fueron los últimos
años de Alfonsín, hasta que en 1989 le dejó
paso al vértigo. De la Rúa en el gobierno, desde
diciembre de 1999, se ocupó rápidamente de pinchar
las expectativas de cambio, adormeciendo todo entusiasmo. La
tortuga jamás avanzó, o al menos nadie la vio
en movimiento. El prometido despegue sólo se cumplió
cuando el helicóptero partió de la Casa Rosada.
Otros tiempos más vertiginosos estaban llegando.
A diferencia de otros depredadores, el chita elige su presa.
Si corre a una manada, no ataca al que cae o queda rezagado
–al más débil–, sino que busca al
elegido al iniciar la persecución. Kirchner hizo de sus
discursos un estilete contra petroleras, privatizadas, organismos
internacionales. Menem también eligió presas poderosas,
al menos desde la formalidad democrática: la población
que lo había votado y la prensa.
La tortuga terrestre es exclusivamente herbívora. Sus
crías suelen ser fácil presa de los zorros y aves
rapaces. El Alfonsín de 1987 ya no podía hincarle
el diente a ningún rival poderoso. De la Rúa ni
siquiera se tentó con platos tan fuertes. Ambos dejaron
a sus crías –una joven generación de dirigentes
de la Junta Coordinadora en el primer caso, el Frepaso en el
segundo– a merced de zorros y aves rapaces en su debacle.
El chita no tiene hábitos nocturnos: sólo caza
y devora sus presas bajo la luz diurna. Menem ni siquiera disfrazó
sus favores hacia el poder. Kirchner es otro cultor de la alta
exposición pública y tiene una marcada preferencia
por dar pelea a plena luz del día, antes que en encuentros
reservados. Rodríguez Saá no dejó un solo
día de exponer sus movimientos, pero se le vino la noche
antes de lo que esperaba.
En el horóscopo maya, los nacidos bajo el signo de la
tortuga son conservadores en sus costumbres, creen en las normas
de la buena educación y la ética. Suelen aparecer
como “chapados a la antigua”. Tanto Alfonsín
1987/89 como De la Rúa 1999/2001 creyeron proteger los
valores de la democracia y las instituciones con su falta de
audacia, al punto de ponerla al borde de su quiebre sin siquiera
darse cuenta.
El país intermitente entre la vertiginosidad y la quietud
acompañó cada etapa del proceso renegando de su
pasado, confiado en la impronta de sus gobernantes antes que
en el debate de proyectos. En cada etapa, vivió la euforia
inicial hasta llegar a la depresión final. Sintió
como propio cada tramo del proceso, pero fueron los tiempos
de alta velocidad los que más lo marcaron, hasta ahora.
Aquel menemismo irreverente que irrumpió en el ‘89,
derrotando a los “candidatos conservadores” Angeloz
y Alsogaray, terminó concretando los sueños de
los derrotados en las urnas, marginando a los que supuestamente
representaba.
La hembra chita necesita que dos machos compitan por ella para
entrar en celo. Entre los votantes de clase baja y los grupos
económicos que se lo disputaban, Menem optó por
el segundo pretendiente. Kirchner todavía no llegó
a esa instancia (¿o sí?), pero la carrera ya está
lanzada.
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