|
Fotos a pie de página |
Por José Pablo Feinmann
|
Para muchos de
nosotros, Página/12 es (ante todo y por sobre todo) el
diario que cotidianamente, desde hace diecisiete años,
publica las fotos de los desaparecidos y las frases que sus
amigos y familiares escriben en su memoria. No sé si
es poco, no sé si es mucho o demasiado. Sé que
es único. No hay otro medio que lo haga. Tampoco sé
si hay otros motivos para hablar de la grandeza de este diario,
pero tampoco lo necesito: con éste alcanza. Esta continuidad,
esta obstinación de la memoria, este espacio para la
desdicha habrán de volverlo imperecedero. Las sociedades
demoran en calibrar los hechos que más peso tendrán
en su historia. A poco de terminar la Segunda Guerra, un filósofo
genial como Sartre escribió un brillante ensayo sobre
la cuestión judía y no mencionó Auschwitz,
no mencionó el Holocausto. El “suceso” demoró
en instalarse en la conciencia europea. Recién en 1967,
Theodor Adorno dice por la Radio de Frankfurt su texto La educación
después de Auschwitz. Durante los cincuenta aparece el
gran documental de Alain Resnais, Noche y niebla. No demasiado
más. El juicio de Eichmann en Jerusalén agita
las aguas y la ensayística de Hannah Arendt. Pero el
tema tiene tantas resistencias. Es tanto lo que se desea negar
que arduamente logran ubicarlo, los que desean hacerlo, en la
centralidad que le corresponde.
Lo mismo con nuestros desaparecidos. Sé que muchos lectores
de Página no leen los textos de las fotos ni miran las
caras de los que fueron secuestrados, torturados, asesinados
y por fin desaparecidos. Sé que algunos no compran el
diario por “ese” motivo. Duele ver esas caras. Duele
leer los textos de los amigos y los familiares. Duele ver lo
jóvenes que eran las víctimas. Y cada vez duele
más porque cada vez las vemos más jóvenes,
porque nosotros envejecemos y ellas quedan ahí, petrificadas
por la muerte, con la cara que la muerte les fijó para
siempre. Ningún rédito le produce al diario esa
elección: publicar las fotos de las víctimas del
terrorismo de Estado, de todos esos seres que serán siempre
inocentes porque no hay culpable en esta tierra que merezca
ser tratado como un perro, o peor, como una basura, como un
desecho, sin leyes, sin jueces, sin justicia, sólo con
verdugos.
Algunos dicen que esas fotos son “bajoneantes”,
que hay que bancarse esas fotos para poder leer el diario. Otros
dicen francas atrocidades: que implican (esas fotos) una apología
de la subversión. Otros no dicen nada, pero uno sabe,
se da cuenta: preferirían no verlas. Preferirían
olvidar o (al menos) no recordar todos los días. Aquí,
acaso, resida la verdadera grandeza de la actitud del diario:
no hay día en que no publique una o dos o tres de esas
fotos. Debiéramos preguntarnos qué “gana”
con eso. La gratitud de los familiares y amigos que buscan mantener
vivo ese recuerdo. Por supuesto. Pero “pierde” mucho
más. Incomoda a muchos. Les recuerda –inevitablemente–
la muerte. Aun cuando los textos de los memoriosos que amaron
a las víctimas digan que “viven”, que “viven”
en su memoria, en su amor o en las causas justas que eligieron
en su militancia originaria, para los otros, incluso para el
lector “politizado”, el recuerdo “inmediato”
que esos rostros entregan es el de la muerte. O el de un pasado
terrible al que no sólo no se desea volver sino al que
tampoco se quiere recordar. Al menos, dirán algunos,
no tan asiduamente. No todos los días. La vida de todos
los días ya es, en sí, bastante triste como para
andar mirando y “siendo mirados” por los ojos de
las víctimas del horror. Ocurre, sin embargo, que el
diario publica esos recordatorios, esos prolijos ejercicios
de memoria para que todos, todos los días, recordemos,
miremos las caras jóvenes –cada vez más
jóvenes– de los que quisieron un país y
hasta un mundo mejor, y no tengamos reposo, no podamos olvidar,
ellos están ahí, con los cabellos sueltos las
chicas, con esos bigotazos “setentistas” los muchachos,
y desde ahí nos miran y nos preguntan desde hace diecisiete
años, todos los días, en el diario en que escriben
Bayer, Verbitsky, Saccomanno, Russo, Gelman, Aliverti, Wainfeld,
Granovsky, Nudler, Kiernan, Sasturain, Uriarte, Pauls, Fresán,
Forn, María Moreno, Eduardo Galeano, Daniel Link, otros
que, sin duda injustamente, estoy ahora olvidando, y “el
autor de estas líneas” o, por decirlo con sinceridad,
yo, nos preguntan, decía, qué hacemos, hoy, cotidianamente,
para perseverar por un mundo en el que todas y cada una de esas
muertes sean imposibles.
|
|
|