1 7   A Ñ O S
1987 / 2004
¿Serrucho o mandolina?

Por Osvaldo Bayer

Mamita, qué serrucho! Claro, para los que volvimos del exilio con la fe en una democracia nueva. Con la gran oportunidad de fundar ya una democracia para siempre. Pero no, ligamos lo habitual: los dos partidos únicos que nos gobernaron desde siempre. Siempre más de lo mismo son las palabras señeras de nuestra democracia. Siempre, siempre así. ¡Cómo tuvo que moverse el diario desde que apareció, emparejar las ilusiones de sus periodistas con las realidades de todos los días! Lo de Alfonsín fue como todo gobierno radical, un idilio de sobremesa. Se come bien, se habla de cosas agradables, se toma un bajativo y vienen las despedidas y los abrazos con golpecitos. Si el peronismo es ir a comer los ravioles con la vieja los domingos, el radicalismo es otra cosa: se va de saco y corbata y en la mitad se sacan los sacos, las camisas se arremangan, las corbatas se bajan por el nudo, y se sigue comiendo. Hasta que se oyen las patadas de los militares en la puerta.
Todos éramos argentinos hasta que Rico tocó el clarín con sus nalgas y todo se arregló de manera radical con el Felices Pascuas. Volvimos a ser todos argentinos. Menos los presos que venían condenados por la justicia de los desaparecedores. A ésos ni justicia porque para que la casa estuviera en orden había que dejarlos en la cárcel. Eran, señor, izquierdistas.
A esos presos fui a visitarlos a Devoto un domingo de enero a las dos de la tarde, con la noruega Liv Ullman. Ella no podía entender. En una democracia. Le expliqué que era una democracia radical. Después cuando vinieron la Obediencia Debida y el Punto Final quedó todo más claro. Cuando varios años más tarde, también en un gobierno radical, el de De la Rúa, le pregunté al ministro Storani por qué a los militares desaparecedores Punto Final y Obediencia Debida, y a los guerrilleros de La Tablada prisión de por vida. Me contestó: porque de una vez por todo se tiene que aplicar la Justicia en la Argentina. Sí, le contesté, pero usted levantó el brazo en diputados para dejar libres a todos los militares, me respondió mirando el horizonte: sí, pero aquella vez se me fue el alma. En la sobremesa quedaron migas mezcladas con lágrimas de yacaré. Pero la muchachada radical siguió adelante.
Página/12 me siguió en mis melancolías del regreso: ese soñar con una República donde se aplicaran muchas cosas aprendidas por la humanidad después de sus tragedias. Por ejemplo esa Alemania que cambió hasta el nombre de su ejército, todos los programas y profesores de sus institutos militares, y puso observadores del Parlamento en su seno. Aquí vine con la televisión alemana a filmar nuestro colegio militar. Y filmé el cuadro de Videla en su salón de actos. Y al mejor cadete de cuarto año que sostuvo (1992): “El mejor militar de la historia del mundo fue el general Videla, que nos salvó del marxismo internacional”. El serrucho. El cuadro del desaparecedor fue bajado doce años después por Kirchner. Kirchner. Y el cadete de cuarto año hoy debe ser capitán y debe haber custodiado la comida sospechosa en el quincho de generales no democráticos y ex ministros lamedores de uniformes de hace pocos días.
Alfonsín abandonó la Casa de Gobierno como Yrigoyen e Illia. No se quedaron defendiéndola hasta el final. A Alfonsín lo siguió Menem donde los ravioles del domingo con la vieja se transformaron en menús en hoteles árabes para elegidos, con miembros de la corte internacional de inversores o acreedores. Lo único bueno que hizo el riojano –nada de Facundo ni de Chacho– fue eliminar el servicio militar. Yo, que hice un año y medio de ese servicio en el que me convertí en sirviente, lo festejé con petardos en el patio de mi casa. Allí, en aquellos cuarteles todo era humillación y vejación.
Bien. Después hubo la clásica conversación entre los dos partidos y la sobremesa fue con caviar en Olivos, combinación de Alfonsín y Menem, un golpe en la nuca para la democracia. Y para un país cuyo signo evidente fue la inmoralidad. Desde la Corte hasta los gordos y el Barrionuevo. Después la nada. De la Rúa. Pero la gente en la calle. El fin de la sobremesa con confites y sonrisas televisadas por patadas bien apuntadas al trasero. La pobre República. Pero enseguida el acuerdo entre los dos partidos eternos que fundaron una sui generis democracia radical-peronista. Ahora Kirchner, una mesa que se está sirviendo en un campamento con ganas de marchar al amanecer. ¿Nos tocará el serrucho otra vez? ¿O una mandolina para tocar en días más felices?