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Pasteurización y sociedad
civil |
Por Mario Wainfeld
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El politólogo
sueco que trajina su tesis de post grado en la Argentina quiere
enviar una nota a este suplemento de Página/12. Su título,
ambicioso, es “La pasteurización y la sociedad
civil”. Su hipótesis básica es que pasar
del frío al calor a cada rato es propicio para los lácteos
pero produce efectos desalentadores en la sociedad civil. Su
objetivo, inconfeso pero patente, es recuperar (por vía
de la presencia gráfica) si no el corazón la atención
de su ex más que amiga, la pelirroja progre que es asidua
lectora de este medio.
La idea central del escandinavo brotó precisamente discutiendo
con su esquiva amada. Esta siempre se queja de la falta de justicia
en la Argentina, de la impunidad de los poderosos. El sueco
le propone, vanamente, que las cosas son más complejas.
Que en la Argentina se han hecho públicos muchísimos
ilícitos cometidos en las tres últimas décadas.
Han tenido enorme difusión mediática, integran
la agenda cotidiana de personas comunes bien informadas. Muchos
de sus responsables son conocidos y también sus modus
operandi, incluyendo detalles de las ingenierías financieras,
conexiones internacionales, cuentas en Suiza. Amante de las
estadísticas, que aburren a la pelirroja, nuestro científico
informa que jamás se conocieron tantos delitos de Estado.
Pero hay más, propone el becario de la Facultad de Sociales
de Estocolmo. Una cantidad pasmosa de protagonistas políticos
de primer nivel han sido acusados, procesados y hasta ido presos.
Carlos Menem, Domingo Cavallo, María Julia Alsogaray,
Víctor Alderete, Fernando de la Rúa pasaron por
las galeras, con el consiguiente escarnio público y con
repercusión fenomenal no sólo en el momento sino
en el decurso del sistema político.
El problema –propone el sueco cuando ve que la colorada
se le encrespa para mal y pone cara de querer irse– es
que, en la mayoría de los supuestos, la excitación
se ve defraudada por la falta de condignas condenas. Y la pelirr...
perdón la sociedad civil, vive con despecho esos corsi
y ricorsi de la administración de justicia. La frustración
se agrava porque la vindicta social es tan alta que considera
defraudaciones no sólo a la liberación de los
sospechosos sino también a la vigencia de instituciones
que en otras sociedades (v. gr. la sueca) son valoradas como
garantistas. La pelirroja, por muy progre que sea, aborrece
la prisión domiciliaria y considera que todos los corruptos
deben cumplir prisión efectiva mientras son procesados.
Menudo error comete el sueco cuando, códigos en mano,
pretende convencerla de la relativa bondad de esos institutos.
Error que no repara cuando le recuerda que los militares responsables
del terrorismo de Estado no la pasan bomba en democracia, que
han tenido tres rachas de detenciones y procesos masivos: la
primera hasta 1987, la segunda por robo de bebés, la
tercera con las inconstitucionalidades de las leyes de la impunidad.
“¿A que no sabés cuántos años
acumulan presos Videla y Bussi?”, inquiere el científico
social, planilla de datos en mano. La pelirroja ni quiere oír
esos datos, que le parecen argumentos de “la derecha”,
que aborrece desde siempre y más ahora que se ha vuelto
kirchnerista. Ella sí recuerda que Bussi fue gobernador
de Tucumán y que su hijo no accedió a serlo porque
perdió en la definición por penales.
Transformando a su amor imposible en “sociedad civil”,
el politólogo propone que la saga de la revelación
(con la consiguiente esperanza), a la detención y luego
a la frustración obra efectos de desencanto que –a
su ver– serían mayores a los de las sociedades
aletargadas, en las que nada se conoce ni se pesquisa. “No
se histeriquea con la verdad y eso es mejor que vivir pasando
del calor al frío y de éste al calor”, redondea
su trabajo el politólogo. Tal vez si Página se
lo publica, la pelirroja lo lee, lo revaloriza, lo llama.
Y, sin embargo, a la hora de la hora no lo envía. El
hombre no es un trucho del todo. Y sabe que lo que está
diciendo no es cabalmente verdad. Que estas idas y vueltas son
mucho más que nada. Que han generado conciencia, que
han deteriorado prestigios. Que de hecho muchos criminales (en
especial terroristas de Estado) sí están presos.
Y que la batalla contra los corruptos de la década del
90 no ha terminado aún. Con ese mensaje optimista, reescribe
su tesis y, a contramano de los tiempos, la privatiza: le envía
un correo a la pelirroja. Y se sienta a esperar respuesta. |
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