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La Patria histérica |
Por Sergio Moreno
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Arriba y abajo.
Excitación, depresión. Suiza, Uganda. Capital,
conurbano. Up, down. La Argentina parece tener el síndrome
de los extremos, y los argentinos con ella. Una Patria histérica
que nos acerca al abismo y nos eleva hasta el cielo una vez
cada –por cifrar el portento– diez años.
Así ha venido ocurriendo desde el nacimiento de este
diario, desde la recuperación de la democracia, desde
principios del siglo que se fue hace cuatro años. Podemos
decir, que este subibaja nos ha venido afectando a lo largo
de la historia moderna de la Nación.
¿Por qué ocurre esto? ¿Acaso nos gusta?
¿Acaso no podemos, los que habitamos bajo este cielo,
hacerlo de otra forma, con menos barquinazos? ¿Necesitamos
esa descarga adrenalínica que generan los sacudones aun
a costa de que obtenerla nos cueste la vida?
Torcuato Di Tella –cuando no anda ninguneando un montón
de cosas importantes que él considera sin importancia,
transformándose en uno de los funcionarios más
leves de esta administración– ha sabido decir que
la historia de la Patria no es más que la historia de
la puja de poder entre los sectores reaccionarios y el campo
popular, brega en la que por lo general se han impuesto los
grupos más conservadores. Es, si se quiere, una explicación.
Se entenderían, de esa manera, un sinnúmero de
fenómenos sociales y políticos que nos han ocurrido,
tales como golpes de Estado, masacres, saqueos, bombardeos,
conquistas sociales, el crecimiento del Estado y su posterior
destrucción, la incorporación de las clases más
bajas a la toma de decisión política y su posterior
desaparición, y así.
Un fenómeno último y novedoso, que no escapa a
esta dialéctica que explicaría el subibaja, merece
un poco más de atención. Cuando esos sectores
conservadores se habían hecho con la Patria, cuando parecía
que su discurso había fraguado en el convencimiento de
los ciudadanos, hasta de los más desposeídos,
cuando el mensaje neoliberal estaba asentándose en los
estratos más profundos de la sociedad, su golem, por
su naturaleza, porque no puede ser de otra forma en un país
subdesarrollado pero con historia de rebeldía, estalló
en la cara de sus demiurgos y de sus ejecutores. Diciembre de
2001 fue la explosión de un plan impuesto por esos grupos
conservadores de la mano de un caudillo populista y demagógico,
con natural inclinación hacia los ricos y la injusticia.
Esa vez, si se quiere, explotó –más allá
de la clase media que salió con sus cacerolas a quejarse
por la exacción de sus ahorros– la criatura, la
creación de esa elite de saqueadores que imaginaron poder
tomar su libra de carne aun cuando el cuerpo no tuviese más.
El “modelo”, perverso sistema que enriqueció
a pocos y empujó a la mayoría al inframundo de
la pobreza y la indigencia, explotó: el escorpión
picó a la rana en medio del río y rana y escorpión
murieron ahogados en medio de preguntas existenciales.
Sin embargo, no se podría decir que han muerto o, cuando
menos, que no hayan dejado cría, en especial la alimaña.
¿Dónde está la Argentina, ahora? ¿En
qué parte de la línea quebrada del subibaja? Podríamos
decir que el camino es cuesta arriba, y que, paulatina, tibia
y lentamente, se ha comenzado a subirlo, con esfuerzo, sufrimiento
y sin saber si llegaremos a la meta.
En estos 17 años –que son casi los 21 años
de la recuperación democrática–, hemos participado
de este perverso juego de montaña rusa: por la alegría
de recuperar la democracia, tuvimos a los carapintadas; por
el Juicio a Juntas militares, las leyes de impunidad y los indultos;
porque con la democracia se come y se educa, la economía
de guerra; por el Plan Austral, la hiperinflación; por
la estabilidad, la corrupción; por los viajes al exterior,
la convertibilidad; por ser modelo del mundo, la pobreza y la
exclusión; por votar cada dos años, la irrepresentatividad
política. Y siguen las alternancias. Este destino binario,
de sí-no, de uno-cero, crea un matrix donde seguimos
viviendo con mayor o menor conciencia de la inminencia de estos
padeceres. Ocurre que la carencia de evocaciones, de ejercicio
por la memoria y, por tanto, por la previsión, hace que
gran parte, si no la mayoría, de los argentinos se eche
a gritar y a quejarse ya bien comenzado el descenso por el tobogán.
Esta Patria histérica ha sido en los últimos 21
años cincelada por sus protagonistas, hombres comunes
que eligieron a sus gobernantes –más o menos comunes
cuando fueron electos– y que gobernaron de la manera menos
común para lograr la felicidad de sus mandantes.
Así, el fenómeno histérico-binario logró
despolitizar a la sociedad de una manera asombrosa y, a la vez,
cambiar la lucha política por la indignación.
Ahí estamos ahora, en nuestra Patria histérica,
buscando un psicoanálisis que cuadre.
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