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SUBIBAJA
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Por J. M. Pasquini Durán
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Néstor
Kirchner gobierna el quinto período sucesivo en democracia,
pero es el cuarto presidente debido a que Carlos Menem ocupó
dos mandatos consecutivos por un total de diez años y
medio (1989/1999), la mitad del tiempo transcurrido desde que
las instituciones republicanas desplazaron, en 1983, a la última
y más sangrienta dictadura militar del siglo XX. Los
otros dos mandatarios, Raúl Alfonsín (1983/89)
y Fernando de la Rúa (1999/2001), tuvieron que abandonar
sin terminar, acosados por el descontento ciudadano. Dado que
ambos eran originarios de la Unión Cívica Radical
(UCR), sus frustradas gestiones cayeron sobre ese partido, desmoronándolo,
con pronóstico reservado a los cien años de vida
y después de ocupar uno de los lugares en el bipartidismo,
primero con los conservadores y después con el peronismo,
que cortó el bacalao, pese a las intermitencias militares
compulsivas, durante todo el siglo pasado.
A diferencia de Alfonsín, De la Rúa no ganó
ni cayó en soledad. En la victoria como en la caída
lo acompañó la fuerza más joven de esta
etapa histórica de la democracia, el Frepaso, coalición
formada con retazos del progresismo llegados hasta ahí
desde diversas experiencias políticas y culturales. En
diez años escasos, el ímpetu de esta movida cívica,
que parecía la encarnación misma de la nueva esencia
democrática, horadó el secular bipartidismo colocándose
en el segundo lugar de las preferencias de los votantes. Bajo
la conducción de su fundador, el joven peronista Chacho
Alvarez, una vez que había alcanzado ese nivel de expectativa
pública, decidió suicidarse abrazándose
a la UCR, vetusto miembro del anacrónico bipartidismo,
y a uno de los veteranos de la derecha partidaria, De la Rúa,
elegido por una votación interna abierta, probado después
como un inepto superestándar y sospechado hasta hoy por
actos de corrupción.
En el intento de explicar la indisimulable contradicción
fundacional de esa Alianza, algunos argumentaron que el progresismo
vocacional, aunque no siempre militante, quería cambios
de rumbo en el postmenemismo pero con moderación, o cuando
menos, con mínimos riesgos de confrontaciones violentas.
La justificación cupular del Frepaso fue que obedecía
al imperativo popular de rejuntarse para cerrarle el paso a
la aspiración menemista de eternizarse en la Casa Rosada.
En un plano de consideraciones menos coyunturales, Alvarez solía
asegurar que el Frepaso había reemplazado la habitual
“cultura del testimonio” que distinguía a
la izquierda por la “cultura del poder”, aunque
es improbable que haya pensado hasta que sucedió que
el precio del relevo sería la implosión del instrumento
revisionista.
Menem, peronista oriundo pero el más conservador de los
cuatro, fue el único por ahora que ocupó su cargo
hasta el último día del plazo establecido por
la Constitución. Más aún: se fue a regañadientes
porque no pudo conseguir respaldo suficiente para modificar
de nuevo el texto constitucional a fin de habilitar una segunda
reelección para un tercer mandato, como ya lo había
hecho en 1994, en sociedad con Alfonsín, los dos firmantes
del Pacto de Olivos que legalizó la primera reelección.
A diferencia de los otros tres presidentes, Menem recién
tuvo su etapa rosa con la sociedad en 1991 pero también
fue el único en terminar la gestión del sexenio
con el apoyo de más del 50 por ciento de los votos. Favorito
en las urnas, en abril de 2003 encabezó el lote de candidatos
en los resultados de la primera vuelta de los comicios presidenciales,
pero abandonó la competencia antes de llegar al ballottage,
ya que las encuestas previas le pronosticaban una derrota sin
precedentes en su trayectoria pública. De todas maneras,
no es un dato menor que el hombre que renunció a la doctrina
convencional del peronismo para adherirse a los dogmas de la
ultraderecha, sin ningún respeto por la justicia social
y atravesado por evidencias de corrupción impune y de
frivolidad, haya sido el único –exclusivo hasta
el momento– en ganar la reelección.
Alfonsín y De la Rúa, al empezar tenían
notables promedios de simpatía popular, sobre todo en
las clases medias de centroizquierda, todavía más
altos que los votos conseguidos en las respectivas elecciones.
La victoria alfonsinista tuvo ribetes históricos, porque
fue la primera vez que el peronismo, sin ninguna restricción
previa, llegó segundo en la carrera hacia la presidencia,
lo que significa que también debutaron votos peronistas
que desertaron de las candidaturas del PJ. Fue la primera evidencia,
más tarde confirmada, de que la disciplina partidaria
no era condición suficiente para ganar el gobierno ni
para mantenerlo. Los dos presidentes radicales perdieron en
las encuestas antes que en las urnas y comprobaron una verdad
que también sería generalizada: nadie es dueño
de los votos que obtiene en la inauguración. Menem tuvo
oportunidad de constatarlo ya que, si bien en el primer período
se mantuvo casi intacto, en el segundo su declinación
fue similar a la de los radicales, aunque hubo una diferencia
con ellos: Alfonsín y De la Rúa sepultaron sus
chances de futuro, mientras que el más conservador todavía
puede aspirar a ser el jefe de una minoría de derecha,
incluida la peronista.
Durante los ascensos y declinaciones, la sociedad en su conjunto,
sobre todo las mayorías populares, volatilizaron sus
opiniones porque no están sujetas por ninguna ideología,
fidelidad partidaria o utopía. Las esperanzas y decepciones
van subiendo y bajando, arrastrando tras de sí a los
gobernantes elegidos en las urnas, con una cierta banalidad
pero, ante todo, con urgencias que no pueden esperar. Kirchner
hará su propio balance movido, sin duda, por la certeza
de que será diferente a sus predecesores. Si no tuviera
esa confianza, no podría gobernar, pero eso no lo vuelve
infalible. Llegó de manera casi mágica, ganó
la confianza mayoritaria y ahora le queda la más difícil:
conservarla. Si consigue coagular la gaseosa adhesión
inicial en una consistente y sólida filiación
militante, si termina de una buena vez con el estado de transición
y hace de la democracia una épica tan atractiva como
lo fueron la Revolución de Mayo, la Organización
Nacional, la universalidad del voto secreto, la justicia social
del peronismo o el modernismo frondicista, quizá termine
con las exclusividades estadísticas de Menem e inaugure
una etapa diferente de verdad, sin subibaja. |
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