Mi 24 de marzo de 1976

León Gieco, músico

Me dijo “no vuelva a cantarla porque le vuelo la cabeza”

Por Cristian Vitale

Gustavo Mujica
León Gieco

León Gieco, como tantos otros artistas de su generación, experimentó el rigor de los uniformes bastante antes del 24 de marzo de 1976. Dos años antes, cuando él tenía 23, “le recomendaron” no tocar “John el Cowboy”, un tema de su tercer disco, porque cierto troglodita lo pensaba relacionado con la muerte del comisario Villar. “Los servicios se comieron que estaba anunciando su muerte y caí preso. Estuve en cana una semana”, evoca. En 1975, mientras grababa el disco de Porsuigieco, 20 policías lo fueron a buscar a un recital en Comodoro Rivadavia por tocar “La Francisca”, otra canción “intrépida”. “Un tarado entre el público llamó a la policía, porque yo estaba tocando temas ‘prohibidos’... igual, el trato fue cordial. Vino un militar, me preguntó por qué me habían detenido y le conté. El tipo me dijo ‘no tienen por qué detenerte por esta canción’. Estuve dos días preso y me largaron, algo que me volvió a pasar en Córdoba poco después.”

–¿Cómo vivió el 24 de marzo?

–Estaba durmiendo en mi departamento de Corrientes y Thames. De repente, escuché un ruido muy raro, salí al balcón y vi todos los tanques marchando por la calle. Me dio una impresión rara, porque pensé que se podía romper el asfalto por el peso de los tanques. Dije ‘este es el anuncio, mañana hay golpe militar’. Pero no lo pensé por el lado de que tenían un as en la manga, que venían con todo el horror. Más bien imaginé que llegaban para poner orden en medio de una democracia de derecha, muy jodida en términos de represión. La Triple A desaparecía y mataba gente en las calles e ingenuamente imaginé que iban a quedarse dos años y dar elecciones. Hasta en un momento me puse algo contento, porque se iba Isabelita y todo el aparato represor. Viéndome desde hoy, me siento un iluso, porque mirabas a tu alrededor y te encontrabas con chilenos y uruguayos que se venían al país escapando de la dictadura, y no te dabas cuenta.

–¿Usted militaba formalmente en alguna agrupación?

–No. Era parte de la segunda generación del rock y me tocó absorber una cosa diferente a la que habían vivido los músicos de los sesenta. Las dictaduras anteriores hacían cosas macabras, pero infantiles, como cortarle el pelo a la gente y eso...; entonces, la rebeldía se manifestaba a través del pelo largo, de las actitudes, del Di Tella. En cambio, a partir del ’70 nos fueron adiestrando a otro tipo de rebeldía. Me acuerdo de haber recibido los primeros folletos de la masacre de Trelew mientras trabajaba en Entel. Ya era la época de Lanusse y caí en que no era lo mismo que en los sesenta. La cuestión venía más seria.

–Creció de golpe... como si hubiese recibido un shock...

–Esos hechos me obligaron a recapacitar y empezar a componer canciones más sociales. Así nacieron “Hombre de hierro”, “La Navidad de Luis”, y a Charly, “Botas Locas”. Todo ese trayecto culminó con la canción que le compuse a Víctor Jara –“Chacarera de Dragones”–, que fue prohibida en 1975. Nos obligaban a una realidad más pesada, por eso sentí lo de la dictadura como una escalada. El recital de Sui Generis en el Luna, en diciembre de 1975, fue un antes y un después. Había que tener más cuidado, pero igual éramos unos ilusos. Yo no me enteré realmente de lo que pasó hasta el ’78, cuando me fui a Italia y muchos exiliados me contaron las atrocidades del régimen.

–¿Estando acá no registró algo de ese régimen de terror, no percibió que desaparecía gente?

–Empezaron a desaparecer amigos, eso es cierto, pero pensé que estaban presos.

–¿Casos puntuales?

–Dos pibes muy amigos míos que vivían en Las Heras y que militaban en el peronismo. Yo paraba en la casa de ellos los fines de semana y un día me enteré por medio de Miguel Pérez –integrante del dúo Miguel y Eugenio– de que los había detenido la policía. Nunca creímos que iban a desaparecer. Miguel se vino a vivir a mi casa, porque la policía lo iba a buscar a la suya. Es probable que hayan visto su nombre en la agenda de los chicos. Después desapareció Pedro, que vivía a tres cuadras de mi casa. El era del ERP, lo engancharon jugando al fútbol y se lo llevaron. Pero lo suyo lo entendíamos distinto, porque formaba parte de un grupo armado. Lo que nos parecía ilógico era que la gente que militaba en universidades y colegios desapareciera de la noche a la mañana. Después, me enteré del caso de Fito Gallo, el único desaparecido de Cañada Rosquín, mi pueblo. Tenía dos hijos y lo acusaron de tener una imprenta clandestina. Increíble.

–Los amigos presos no aparecían y el clima se iba enrareciendo...

–Claro, porque nos juntábamos entre amigos y resulta que todos teníamos cuatro o cinco amigos chupados por los servicios. Y aparecieron las primeras preguntas sobre los campos de concentración y esos antros. ¿Cómo era que, si pasaba algo groso, nadie se enteraba..., ni la prensa, ni la gente, nadie?

–En ese momento, también le censuraron el 80 por ciento de “El fantasma de Canterville”.

–Sí. Figuré en una lista que decía que no podían pasar mis temas por la radio y no podía ir a la tele. Después, en 1977 me mudé a Belgrano y empecé a recibir las primeras amenazas telefónicas.

–¿Qué le decían?

–En el primer llamado un tipo me aconsejó que me fuera del país. Que no había nada contra los músicos, pero... Yo hablaba con él y le decía “mirá que mis canciones pasan por el Comfer, lo mío está todo claro”. Pero igual insistía con el consejo de irme del país por un tiempo. Al principio, pensé que era una cargada. El mismo tipo me llamó dos veces más y después una tipa que me hizo caer la gran ficha. “Mirá... tomá seriamente la posibilidad de irte del país porque estos tipos saben a qué jardín va tu hija.” Liza, mi hija, tenía dos años.

–¿Para dónde cayó la ficha?

–Le dije a mi mujer... “regalemos todo lo que tenemos y vayámonos de acá”. Nos fuimos a Estados Unidos en un momento bárbaro de ese país. Llegué a Los Angeles, fui a ver Dylan, me tomé un ácido con unos amigos y me fui a escuchar a los Grateful Dead. Dije: ‘este país es la gloria’, y me instalé.

–Pero estuvo poco tiempo, porque en 1978 sacó el cuarto LP acá en Argentina...

–Ocho meses, hasta que me quedé sin guita. En EE.UU. hice de todo.

–Eran los momentos previos a la grabación de Pensar en nada. ¿Fue antes de que saliera el disco cuando amenazaron con matarlo si volvía a tocar “La cultura es la sonrisa”?

–Por ahí. En 1980, para escapar de lo pesado que era vivir en Buenos Aires, empecé a girar por el interior. En dos años hice como 600 conciertos y uno de los primeros fue en la Universidad de Luján. Vino a buscarme un tipo a casa y me dijo “esto es una caza de guantes blancos... hay un auto abajo y si yo no aparezco, suben”.

–¿Cuál era el propósito?

–Me dijo “te vengo a invitar a que vayas al I Cuerpo de Ejército porque te quiere ver el general Montes..., lo único que te pido es que te pongas saco y corbata”.

–¿Tenía traje?

–No. Llamé a Oscar Moro, le pedí uno y me fui con el traje de él, que me quedaba medio grande, a ver a Montes a las 7 de la mañana. El general tenía un télex y me dijo “usted está cantando ‘Cachito cierra las escuelas’” –se confundió Cachito con una estrofa de “La cultura es la sonrisa”– y me recomendó, con una pistola en el escritorio, “no vuelva a cantarla porque yo mismo le vuelo la cabeza..., así que ya se retira”. Todo fue de parado y en medio minuto. Caminé hacia la puerta, la abrí y, antes de salir, me dijo “usted nunca estuvo acá”.

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