Por Ernesto Seman
Alfredo Bravo es hoy diputado por la Unidad Socialista. Pero ya era presidente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos cuando fue secuestrado, el 8 de septiembre de 1977, mientras daba clases en una escuela de Colpayo y Rivadavia, en Caballito. Fue liberado el 16 de junio de 1978, tras nueve meses y ocho días de cautiverio. Este es su relato:
“Cuando me llevaron, yo ya era una persona pública, conocida. A los diez minutos se empezó a mover todo, avisaron a Ctera, a la Asamblea, y la APDH manda un telegrama a Estados Unidos. ¿Por qué? Porque al día siguiente se reunían Videla, Carter, Torrijos, por el asunto del Canal de Panamá. Y esto lo consigna Joaquín Morales Solá en su editorial del domingo siguiente: “Y le tiraron el telegrama sobre la mesa a Videla: Alfredo Bravo, el presidente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, desapareció”.
“Durante la tortura tuve alguien que me dio la fuerza suficiente para aguantar, una voz. Yo estaba tabicado, y encapuchado, desnudo, y con las manos atadas. El frío me atacaba los intestinos, me hacía las cosas encima, porque no podía ni siquiera golpear o llamar. Vivía así.”
“Uno pierde la noción del tiempo, la noción del mundo. Vos ahora tenés algo, pero yo te digo: ‘cerrá los ojos durante una hora’, y yo te traslado en esa hora y vos perdés noción del mundo en que vivís. Aun así, sin que te pase nada. Entonces, esa voz me trajo ese mundo de afuera, que era el mundo al que yo necesitaba aferrarme, que era el mundo del que yo venía... Ahí dentro tenía ese mundo interior, un mundo nuevo, y lo único que había recibido de afuera eran castigos por todos lados.”
“Cuando me bajan por primera vez de la parrilla, me dice: ‘Maestro, escupa todo, y no trague nada’. Claro, porque cuando te ponen la picana, la lengua te queda como un... tomate..., casi que te asfixiás. Y si tomás agua se te hincha todo. Después, cuando me queman los pies, las piernas, me dice: ‘Maestro, aguante que falta poco’.”
“Esa fue una de las sesiones más dolorosas, más jodidas, todavía tengo eso grabado. Te metían las piernas en agua hirviendo y en agua fría, no te quemaban de una vez. Yo ahora no puedo tomar un vasodilatador ni por mula, porque no sabés en qué estado tengo las venas y las arterias.”
“La tercera vez, cuando me hacen la crucifixión, me dice: ‘Maestro, pegó en el palo’. ¿Sabe lo que eso significa?”
“Uno estaba esperando el único día en que te tocaban visitas. Y ahí venía mi señora, y mi hijo mayor, Daniel, y el menor, Gustavo. La primera vez que ellos me vieron fue cuando me legalizaron. El día antes, Boca estaba jugando por una copa, y Gatti atajó un penal. Yo escuchaba a los guardias mientras me bañaban que decían: ‘Atajó, atajó el penal’. Y escuchando ese partido, mi mujer se entera de que me habían legalizado. José María Muñoz dice en el medio del partido: ‘El profesor Alfredo Bravo, el dirigente de la Ctera, está detenido en La Plata’.”
“Se imagina cuando vi a mi familia por primera vez, un gran llanto, una gran angustia. No, no había llorado hasta ahí: nosotros íbamos en un camión, de ida iba arriba de todos los cuerpos, y cuando volvía, iba abajo. Y en el primer viaje había uno que venía diciendo: ‘Hay que gritar, hay que gritar, relajarte, es la mejor manera de no sufrir’. Lo que hacías en ese momento era gritar, gritar, hasta que te extenuaras, entonces el cuerpo recibía menos, parecía que te dolía menos. Así que no había llorado. No sabés la alegría, la emoción de ese momento. Bueno, viejo, vieja, a los abrazos. Lo único fue que yo no me podía parar, arrastraba los pies, y cuando me preguntaron qué me pasaba me levantaron los pantalones y vieron todas las piernas marrones. ¿Qué iban a decir? No podíamos tampoco decir mucho. Uno estaba en una sala, pero estaba rodeado fuera de la sala, y no sabía si adentro había micrófonos o no. La comunicación era muy pedestre. ¿Cómo estás? Bien. Pero nada más. ¿Qué podía hacer? El abrazarse, el agarrar la mano, tenerlo al otro, eso. Ellos te hablaban de las cosas lindas, de los pajaritos de colores. De mamá, de los chicos, que estaban bien. Y no era así, el pobre Gustavo ya había entrado en una cura de sueño.”
“Cuando me dan la libertad viene a buscarme el mayor Gasparini, que era el nombre de guerra de Guglielminetti. El tipo me dice: ‘Rápido, rápido, que nos tenemos que ir’. Yo no sabía por qué, en menos de cinco minutos agarré mis cosas y salimos disparando. Los tipos ponen una baliza arriba del auto, y empezamos a subir por todos lados para rajar de la provincia, porque la provincia no me quería largar... Al punto que me vinieron a buscar de nuevo. Yo ya estaba con libertad vigilada, y me vinieron a buscar y me salvaron los vecinos, que me hicieron saltar a la casa de al lado, ir por los techos, salir de ahí, porque me estaban esperando para reventarme esa noche. Los mismos policías que cuidaban la casa me decían: ‘Profesor, haga algo, porque para matarlo a usted, estos tipos no se van a detener con nada, y nos van a matar a nosotros’.”
“Cuando llegué a casa, lo primero que hice fue recorrerla, saludar a los míos, llorar, ver mi jardín: estaba un poco como alelado. Quería estar solo, sentarme en el jardín. Y comerme el plato que más quería: milanesas con papas fritas.”
“Esa noche no pude dormir, extrañaba la dureza de la otra cama... Fue todo muy difícil, recomponer la vida sexual fue muy jodido. Me dolía todo el cuerpo. Llevó su tiempo porque depende mucho de la cabeza. Tenés que serenarte, recomponerte. Y sí también tardaba en tener ganas. Fue un proceso. La primera noche me levantaba, iba a caminar por la casa, por el jardín, no me dormía. Nadie dormía prácticamente, hasta que a las 4 o 5 de la mañana se cayeron todos palmados.”
“Hay una imagen que vuelve siempre: es la del tipo que me encañona con el arma, y el recuerdo de las voces. Eso lo tengo grabado. Pasamos por todo Boedo, de Boedo agarramos Caseros y después el puente Uriburu. Apenas bajamos el puente me hicieron el primer... bueno, ahora digo simulacro de fusilamiento, porque en ese momento no sabía que era un simulacro. Entonces me acuerdo de la pelea que tenían ellos dos porque no habían llevado querosén para quemarme, además de una goma que no habían traído. ‘Porque estos bolches de mierda dan un olor’, escuchaba yo... y la discusión y entonces pum, pum, los tiros.”
“Y yo sentía al lado mío la tierra que se abría, por los tiros. Eso te volvía loco. Y después decían: ‘Dejalo, dejalo, después lo hacemos’. Eso te queda grabado permanentemente.”
“Es decir: ver la muerte.”