La Cámara de Diputados está discutiendo en comisión un proyecto de ley para la promoción del hidrógeno. Esta iniciativa, como la Ley de Biocombustibles que recientemente se votó en la Cámara, es reflejo del lugar central que la estrategia energética nacional ha tomado en la agenda polÃtica. ¿Pero exactamente qué es el hidrógeno? ¿Cuál es el rol que podrÃa tener en el panorama energético nacional? ¿Qué lecciones podemos aprender de experiencias en otros paÃses?
El hidrógeno no es en sà mismo una fuente de energÃa; es, como la electricidad, un portador de energÃa. Internacionalmente, el principal interés en el hidrógeno es como combustible para vehÃculos. Para propulsar un vehÃculo, la energÃa contenida en el hidrógeno puede ser convertida en energÃa térmica en el cilindro de un motor de combustión interna, o en electricidad a través de una célula de combustible. En el largo plazo, el deseo tanto de las compañÃas de autos como de gobiernos y grupos medioambientales es de llegar a la comercialización de vehÃculos a célula de combustible (VCC).
Para la industria, los VCC tienen el potencial de competir exitosamente con los vehÃculos estándares a gasolina, dado que ofrecen al consumidor beneficios adicionales. Los costos de producción y mantenimiento de los VCC podrÃan a su vez ser menores, al permitir la reducción del número de partes móviles y el rediseño del chasis. Los beneficios sociales de la adopción del hidrógeno son múltiples e incluyen menores emisiones de contaminantes (de hecho, los VCC no emiten ninguno), un menor impacto en el calentamiento global (la total emisión de gases efecto invernadero depende de la forma en que el hidrógeno es producido), y una mayor independencia energética (el hidrógeno puede ser producido a partir de fuentes de energÃa locales, como energÃas eólica o solar, biomasa, y gas natural).
Aun cuando el hidrógeno pareciera la mejor opción en tiempos en que la cotización del barril de petróleo ha mostrado una sostenida tendencia alcista y ha superado repetidamente los 70 dólares, todavÃa quedan cuestiones por resolver. En primer lugar, una transición al hidrógeno involucrarÃa una fundamental reestructuración de los dos sectores industriales más poderosos: la industria automotriz y la petrolera, con todas las consecuencias institucionales, económicas, y polÃticas que ello implicarÃa.
Durante los últimos cuatro años, el Instituto de Estudio de Transportes de la Universidad de California en Davis ha estado estudiando las diferentes facetas de una hipotética transición al hidrógeno. Los estudios muestran que los principales desafÃos son el de mejorar la vida útil y reducir el costo de las células de combustible (una compañÃa lÃder proyecta costos competitivos alrededor del 2015), incrementar la capacidad de almacenamiento de hidrógeno a bordo (la mayorÃa de los prototipos actuales lo almacenan en forma gaseosa en tanques muy seguros de alta presión, pero esperan desarrollar sistemas de almacenamiento sólido para los modelos comerciales), y crear un sistema de distribución de hidrógeno al consumidor. En este último punto, la participación del Gobierno es fundamental.
El hidrógeno podrÃa tener un rol importante en una estrategia energética nacional a largo plazo, entre otros motivos porque permitirÃa una mayor diversificación de la matriz energética y porque nos podrÃa independizar de combustibles fósiles del exterior. Sin embargo, la definición de este rol debe ser acordada con inteligencia y cierta cautela. Abundan los ejemplos de proyectos (incluso en nuestro paÃs) que han intentado vender más de lo que el hidrógeno puede ofrecer. Aun cuando muchos ambicionamos que, en el largo plazo, el hidrógeno sea producido a partir de fuentes de energÃa renovable, los costos involucrados aún no son siempre competitivos. Esto es particularmente cierto cuando, una vez producido, el hidrógeno debe ser transportado por grandes distancias hasta los centros de consumo. Por eso, hoy por hoy, un gran desafÃo reside en encontrar mercados viables para el uso de hidrógeno. En esta tarea, los gobiernos pueden colaborar estableciendo mecanismos de estÃmulo, como incentivos fiscales, fondos para investigación y desarrollo, y canales de transferencia tecnológica. En el paÃs ya hay gente llevando a cabo trabajos interesantes, como Miguel Laborde y su equipo en la Universidad de Buenos Aires. SerÃa importante promover este tipo de actividades dentro de una polÃtica de investigación y desarrollo coherente en el marco de una estrategia energética nacional.
* Universidad de California en Davis.
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