Los alemanes Kraftwerk no sĂłlo son a la mĂşsica electrĂłnica lo que Los Beatles al rock: además fueron los primeros en pensar en trasladar al escenario las creaciones en las que la máquina tiene tanto de incidencia como el hombre. La estĂ©tica del cuarteto fue tomada como una biblia –casi tanto como sus descubrimientos sonoros, rĂtmicos y melĂłdicos– por varias generaciones de artistas del tecno, al punto de que es extraño encontrar alguno que no proponga un contrapunto visual –en especial con pelĂculas proyectadas en pantallas– a las notas que generan con computadoras portátiles de Ăşltima generaciĂłn u obsoletos (y maravillosos) sintetizadores analĂłgicos. Pero el trabajo de imágenes de Kraftwerk, con su germánica precisiĂłn, se destaca sobre el resto no sĂłlo por el hecho de haber sido pionero sino porque complementa el concepto de las canciones al punto de quedar Ăntimamente ligado en la memoria de los fans.
Además, los conciertos del cuarteto son notables, por más que algĂşn troglodita pueda describirlos como “unos tipos parados detrás de computadoras”. Claro que no se verá a Ralf HĂĽtter y Florian Schneider (el nĂşcleo del grupo) rompiendo mouses ni arrastrándose por el piso. La iconografĂa de Kraftwerk no abreva de esos clichĂ©s. En todo caso, crea los propios: el movimiento de los mĂşsicos es mĂnimo, las emociones parecen haberse suprimido, la Ăşnica frase que se pronuncia es un “gracias” al final... Buenos Aires recibiĂł dos veces a Kraftwerk. En 1998, cuando parte de los mĂticos estudios Kling Klang, en los que la banda grabĂł sus discos, habĂa sido empacada y rearmada sobre el escenario de Obras; y en el 2004, cuando el traspaso del archivo sĂłnico del grupo al formato digital estaba ya terminado y hacĂa falta poco más que unas laptops para desatar un show robĂłtico y gĂ©lidamente intenso. Para la Ă©poca de la segunda visita ya estaba listo el dvd doble Minimum-Maximum, que acaba de ser publicado aquĂ como media naranja perfecta para el disco en vivo del mismo nombre, y que se parece mucho al concierto que el pĂşblico argentino cerrĂł al grito de “OlĂ© olĂ© olĂ© olĂ©, Kraftwerk, Kraftwerk”.
La paradoja es que sentarse frente al televisor a ver Minimum-Maximum tiene más en comĂşn con lo que significa experimentar un show de los alemanes que lo que sucede con la mayorĂa de los DVD grabados en vivo. AquĂ, las cámaras nunca se detienen en el pĂşblico –un clichĂ© más de las filmaciones de recitales–, a lo sumo se ven las siluetas oscuras recortadas sobre la luz de la pantalla de fondo. Y, signo de los tiempos, las lucecitas de los celulares que “inmortalizan” el momento en una foto (de bajĂsima resoluciĂłn... ¡el anti-Kraftwerk!). Hay muchos planos abiertos del escenario, como si se viera el concierto desde el pullman de Obras, que se parecerĂan demasiado a postales si no fuera por las imágenes de la pantalla. El movimiento no está en los mĂşsicos sino en las canciones, en las lĂneas melĂłdicas y rĂtmicas que se entremezclan, en la temática que cruza al hombre con la máquina o que destila las palabras (prescinde de casi todos los verbos y artĂculos, por ejemplo) para transmitir con claridad las ideas. Eso se reafirma en la pantalla, detrás de los mĂşsicos. AllĂ Kraftwerk completa su idea del movimiento. Puede ser con añejas filmaciones en blanco y negro de autopistas alemanas (para Autobahn), de ciclistas en la carrera más famosa (Tour de France) o de vagones de tren (Trans Europe Express). TambiĂ©n hay movimiento en la repeticiĂłn de palabras, siempre en tipografĂas que hacen pensar en cĂłmo se imaginaba el futuro en los ’70. “Radioactivity”, “Machine”, “Electro-kardiogram”. Unos pocos sustantivos combinados con una melodĂa memorable pueden dar como resultado una gran canciĂłn.
Para ser un DVD doble, la falta de material extra (sĂłlo hay una versiĂłn de Aero Dinamik en una entrega de premios) es un punto negativo. Minimum-Maximum es un show en vivo grabado, eso es todo. Pero cada track tiene un tratamiento visual especial, que complementa las variaciones que Kraftwerk propone sobre el escenario. De pronto las imágenes del fondo pasan al frente, lo que provoca un efecto parecido al de los conciertos: a veces atraen más las antiguas modelos desfilando (The Model) que ver a cuatro señores cincuentones que manipulan su arsenal. De repente, ellos aparecen dentro de la gráfica que representa a una calculadora (Pocket Calculator), sĂşbitamente convertidos en teclas. En The Robots los mĂşsicos son reemplazados en el escenario por cuatro ciborgs, mientras el pĂşblico estalla. Y despuĂ©s vuelven con sus trajes surcados por lĂneas de neĂłn verde (los de la tapa del DVD), hasta que se despiden con Music Non Stop en la que cada uno de ellos ¡hace un solo! Son pocas pero jugosas las ocasiones en las que la cámara se ubica a un costado de la mesa de operaciones de alguno: entonces hasta el más tozudo deberá entender que sĂ, que esos señores alemanes están tocando y que, pese a que la propia banda suscribe a la idea del hombre máquina, cada concierto de Kraftwerk es Ăşnico e irrepetible.
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