Si la vida es en technicolor, como propone en su Ăşltimo disco (Viva la Vida or Death and All His Friends), Coldplay se encargĂł en su show del viernes en el estadio de River de subirle el contraste y saturarle la temperatura, casi al punto de sobresaturar algunos tonos. ÂżCuáles? Esos ya conocidos aquĂ para recitales importados: el celeste y blanco de la bandera, los anaranjados y verdes de la pirotecnia, el rojo de la vergĂĽenza ajena al ver un extranjero intentando hablar en castellano, los colores cálidos de los detalles hippies, los frĂos de las canciones melancĂłlicas y angustiadas, el blanco infinito de las canciones perfectas, redondas, sin aristas que osen golpear demasiado. Las condiciones sonoras fueron ideales y las interpretaciones de los grandes Ă©xitos, inmaculadas. Pero en lo visual y lo dinámico, aspectos que tambiĂ©n ponen a un recital en la tensiĂłn entre el lugar comĂşn y la sorpresa, tantos elementos probados reiteradamente por cada visitante opacaron el balance de la segunda visita de Coldplay, luego de los tres conciertos ofrecidos en el Gran Rex en 2007.
A las 21, un bailarĂn ocupa, a puro breakdance, una de las pasarelas que se desprenden del escenario y se internan en el campo VIP. Uno a uno, los siete globos ubicados en lo más alto de los muros que separan River de la ciudad (donde los vecinos denuncian “el ruido” del rock) se iluminan en el sentido de las agujas de un reloj. Las luminarias se conectan arriba del escenario, donde Chris Martin y compañĂa aparecen con estrellitas en mano (¡!), para ubicarse y lanzar “Life in Technicolor”. Las pantallas laterales se encienden junto a los más de 60 mil que ocupan el Monumental, mostrando a Coldplay en altĂsima definiciĂłn durante “Violet Hill”. Enseguida llega el primer gesto altruista, con el regalo de “Clocks”, un hit que demuestra una escuela post punk en la rĂtmica. El solo con sustain galopante de Jon Buckland en “In My Place” tal vez le haya recordado a Gustavo Cerati, presente en River, el suyo en “Un millĂłn de años luz”. Pero enseguida viene “Yellow” con la obviedad a cuestas: si “Violet Hill” iluminĂł de violeta el tablado, estaba claro que la reconocida pieza de su debut, Parachutes, lo harĂa de amarillo. Coldplay tiene una escuela clásica y una idea lineal de lo conceptual, demasiado literal, lo que se desandará en el resto del show. No propone una ruptura, sino una reelaboraciĂłn a gran escala de lo clásico, donde lo clásico incluye mĂşsica, actitud y despliegue. Esto puede verse en “Glass of Water”, en ese “¿Todo bien?” que Martin lanza antes del fade out, traducciĂłn del “Are you OK?” que pone en el mismo instante en LeftRightLeftRightLeft, el disco en vivo que serĂa souvenir gratuito a la salida. Pero, adentro, están tocando “Cemeteries of London” (otra conceptualidad lineal en un tema de “Viva la vida”). Entre los estrenos, “42” es una grata sorpresa, con idas y vueltas en la intensidad y el tipo de arreglos, sobre todo percusivos.
El ascendente final de “Fix You” da lugar a los primeros fuegos artificiales y al coro de un pĂşblico emocionado que descansará luego con “Strawberry Swing”. En tanto que “God Put a Smile” ve acrecentado su valor bailable con el recurso a la percusiĂłn electrĂłnica y el cuarteto en lo más profundo del pĂşblico, no sĂłlo emocional sino espacialmente: los cuatro en el extremo de la pasarela derecha, en hilera. Martin se queda solo en “Hardest Part/ Postcards from Far Away”, un medley dedicado a su padre. El corte deja al pĂşblico angustiado, como querĂa el cantante. Para “Viva la vida” regresan con el multifacĂ©tico Will Champion en doble bombo de pie y una campana que libera polvo en cantidades, tal vez la Ăşnica suciedad que habrá en todo el recital. Un asistente se mete en la escena y le ata al cuello una bandera enorme a Buckland. La polĂtica en escena se torna clarĂsima: es un mecanismo de estĂmulo y respuesta que da sus resultados. La gente salta y grita enardecida.
La llovizna, que habĂa servido de introducciĂłn al estadio, regresa durante “Lost!” y libera lo que parece lo Ăşnico no programado: Gene Kelly aparece como Ăşnico invitado (virtual) y entona “I’m Singing in the Rain” desde una grabaciĂłn de mitad del siglo pasado. Otro corte. El interĂ©s que Coldplay mostrĂł en el Ăşltimo tiempo por explorar los folklores del mundo (la world music, se dice ahora) se patentiza con “Death Will Never Conquer”, una canciĂłn de aires folk estadounidenses que se inscribe en cierta lĂnea de recursos gregorianos y flamencos. Y entonces, la curiosidad: “Billie Jean”, de Michael Jackson, le abre a Martin las puertas del falsete y el jugueteo con el estadio. “A ver, a ver, vamos a hacer la ola con los celulares, ÂżsĂ?” Y son dos las vueltas olĂmpicas de la tecnologĂa en el Monumental. “De acuerdo con BeyoncĂ©, Buenos Aires tiene el mejor pĂşblico del mundo. Y nosotros pensamos lo mismo, por eso les hicimos esta canciĂłn, que hoy estrenamos”, dice. Su “Don Quixote” suena a un folk (demasiado) parecido al “Dancing in the Dark” de Springsteen, pero logra aplausos.
Regresan con “Politik”, que cierra con una fusiĂłn jazzero-tanguera, y siguen con “Lovers in Japan”. Para no romper con la conceptualidad lineal, en la pantalla del fondo se lee “Haiku”, se ven construcciones orientales y se da el choque cultural entre tropas niponas y cowboys yanquis. Pero en el pico de la alegorĂa bĂ©lica, de la fosa que separa pĂşblico de banda surgen decenas de miles de mariposas de papel crepĂ©: verdes, fucsias, amarillas, violetas. La idea se refuerza con la llegada de “Death and All His Friends”, que precede al gran final: “The Scientist” y “Life in Technicolor 2”. Cierra por todas partes, pero tiene demasiada redondez para resultar genuino.
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