“Tantas veces me mataron / tantas veces me morĂ / sin embargo estoy aquĂ, resucitando.” La noche es divina y cada palabra de La cigarra, materializada en la voz de Mercedes Sosa, remueve muchas sensaciones. En el Rosedal de Palermo hay más de 70 mil personas que las sienten profundo. Permanecen mudas, solemnes, introspectivas, quietas. La impresiĂłn es que un reguero de hormigas corre por unos y otras. Es que la Negra de todos, a los 70 años, no le estaba cantando al sol –como la cigarra de Walsh–, pero sĂ a la hermana luna, despuĂ©s de haber asistido a cierto entierro en vida, “sola y llorando”. Ella estaba ahĂ, Ăntegra, como si las internaciones, descompensaciones y depresiones que marcaron la cotidianidad de sus Ăşltimos años hubiesen sido exorcizadas por el canto. Sana y feliz se presentĂł para cerrar el ciclo de recitales veraniegos –y gratuitos– organizados por la SecretarĂa de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Y hasta bailĂł.
Su hilo poderoso y claro de voz, intacto, cautivĂł a la multitud durante dos horas, con un set que incluyĂł clásicos de toda su carrera y varios invitados. Hubo zambas y chacareras –inevitable–. TambiĂ©n pañuelos al viento y algĂşn que otro zapateo masivo en temas puntuales (Volver a los 17 de Violeta Parra, Chacarera del olvidado de Duende Garnica), o rescates sesentosos como Al jardĂn de la RepĂşblica, que la Negra aprovechĂł para cachetear sutilmente –y otra vez– a Bussi: “Hace mucho que no la canto, ahora puedo”. Pero, estĂ©ticamente, lo que primĂł en su noche porteña fueron esas cálidas y trabajadas canciones que atraviesan las fronteras del gĂ©nero. Ya para el quinto tema –Alfosina y el mar– el rumbo que la Negra querĂa imprimirle a la noche estaba dado: el objetivo era pegar ahĂ, cerquita del alma colectiva, más que centrarse en el agite de los cuerpos. En ese nicho, premeditado y consciente, habrĂa que ubicar los temas que enmudecieron a la muchedumbre: Los niños de nuestro olvido –tema de VĂctor Heredia y RenĂ© Vargas Vera, que abre su Ăşltimo disco, CorazĂłn libre–, He visto al otro paĂs –grito libertario de Teresa Parodi–, una conmovedora versiĂłn de Palabras para Julia, de Paco Ibáñez, en dueto vocal con Liliana Herrero; SĂłlo se trata de vivir, de Litto Nebbia, poblada de interesantĂsimos arreglos cruza de tango con bossa nova; y una canciĂłn que, segĂşn ella, sĂłlo canta por, para y en Buenos Aires: El dĂa que me quieras. Todas irreprochables, igual que –casi– todo el bloque que dedicĂł, como es tĂpico, a canciones del acervo rockero nacional.
Antes de encarar una celestial versiĂłn de Desarma y sangra, Mercedes hizo un stop y dijo: “Es hora de que le den un Premio Nobel a Ernesto Sabato. ÂżPor quĂ© no? Si todos los de mi generaciĂłn hemos crecido leyendo Sobre hĂ©roes y tumbas, El tĂşnel, y todos esos libros maravillosos”. Ideal para la alegorĂa –y no sĂłlo por su pasado–, porque el descenso al infierno sabatiano no apareciĂł en ninguna de las canciones que sobrevinieron al pedido. Ni en Yo vengo a ofrecer mi corazĂłn o Y dale alegrĂa a mi corazĂłn, de Fito Páez. Ni en el bloque a dĂşo con Charly GarcĂa –¡quĂ© bueno es que no se brote!–, que incluyĂł una antigĂĽedad de Sui Generis (Cuando ya me empiece a quedar solo), la inoxidable Inconsciente colectivo y De mĂ, con un contrapunto entre gritos agudos de Mercedes y ronquidos de vigilia marca Charly.
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