Dos curiosas maneras de interpretar la adolescencia se juntaron en el Club Ciudad de Buenos Aires, el nuevo centro-shopping de la escena rock local. Una, la de Madness, esa cosa de rude boys que ha, hecho del ska una postura sobre el escenario, que el viernes tuvo 32 mil espectadores, que están como duros pero no están posando, que tocan todos esos ritmos ya escuchados –los que decenas de bandas argentinas interpretaron alguna vez–, y que representan todo aquello que era rudo y duro a comienzos de los ’80, y que llegĂł aquĂ más bien a fines de la dĂ©cada y fue una influencia indiscutible, junto a los Specials. La adolescencia de una trecena de hombres impolutos en escena, que lideraron lo que se conociĂł como ska revival en esa Ă©poca –Graham “Suggs” McPherson tenĂa sĂłlo 17 años cuando saltĂł a la fama como lĂder de Madness–, pero son parte de la historia presente. La otra, la de Black Eyed Peas, la banda hypeada del momento cuya Ăşnica estrella parece haber nacido dentro del ondulado cuerpo de Fergie, la ÂżlĂder? del cuarteto de raperos que atestĂł el campo con jĂłvenes deseosas de ser como ella, y de algĂşn que otro joven deseoso de estar con ella.
Una adolescencia, la de Madness, amparada en cánones que hoy parecieran en retirada: nada de sound system ni bases electrĂłnicas, nada de rapeos sobre DJ’s. MĂşsicos sobre el escenario con polenta envidiable, una postura que parecĂa salida de la pelĂcula X-men (o al revĂ©s) o de CQC (o al revĂ©s), con toda la carne en el asador para la banda que supo dar los conciertos más duros del pospunk del Camden Town, donde todo terminaba siempre bastante mal. La otra, bien presente, sobre la base de ritmos hip hop, dos negros y un chicano, apuntando todas las fichas a las curvas de la Âżrubia?, rogándole al cielo que alguien mejore su sonido, que les devuelva la fuerza de hit que traen Elephunk y Monkey Business, sus discos de estudio, y apuntalando su discurso pacifista anti Bush como para darle un poco de ese aura social que toda banda pop necesita en tiempos de guerra para despertar pasiĂłn en el espĂritu adolescente. Lo suyo no tuvo mucha razĂłn de ser: un combinado de demagogias efectistas, para un pĂşblico dispuesto a concederles eso. Una banda “de radio” que nadie recordará en un lustro, que gritĂł “Aryentina” cada vez que pudo, que sonĂł mal y no estuvo a la altura de sus promocionados discos. Lo que sĂ tuvo fue una potente respuesta del pĂşblico adolescente, cuyos presuntos padres les dieron lugar una vez que terminĂł Madness.
Lo de Madness fue un encuentro con el pasado, es cierto, con la adolescencia de los cuarentones que no pararon de bailar mientras durĂł el set que incluyĂł “Baggy Trousers”, “House of Fun”, “It Must Be Love”, “Madness”, “Night Boat to Cairo” o “Pig Bag”, para el cierre, hasta que se fueron hacia atrás en busca de una hamburguesa; los que –con no mucha imaginaciĂłn– pensaron que “Suggs” no era otro que un Luca Prodan lookeado, un tipo divertido y capaz de cualquier cosa sobre y bajo el escenario al frente de un grupo de muchachos enloquecidos, capaces de demostrar que no es necesario usar pelo largo ni vestir como rockero para ser rockero, y que uno querrĂa invitar a comer un asado. A Black Eyed Peas uno querrĂa invitarlos a otra cosa. TambiĂ©n a The Rasmus, que en un escenario secundario avisaron –ante un pĂşblico femenino jovencĂsimo de estricto negro delineado, y mucho candor– que se quedarĂan unos dĂas en Buenos Aires (“cuando normalmente nos vamos al otro dĂa”, dijeron los de la banda finlandesa, con claras intenciones de llevarse alguna de las chicas del pĂşblico). Pero sus padres estaban allĂ, y no las dejarĂan. Incluso bailaron con ellas los ritmos brasileños del divertidĂsimo Carlinhos Brown, cuya puesta en escena parecĂa la danza de una agrupaciĂłn africana reconvertida en Ă©pocas de floreciente turismo.
Más temprano, en el resto de las carpas, Imperfectos y Dante dieron rápido paso al show de Arbol, el primero sin Eduardo Schmidt. Ellos, junto a Estelares y Lisandro Aristimuño, fueron una buena selecciĂłn para la primera y familiera jornada festivalera, y junto a No Lo Soporto, Rosal o Azafata pueden ser la esperanza de un recambio nacional, aunque por lo pronto el lugar que viene ocupando el rock argentino en las Ăşltimas tres semanas no ha sido otro que el de banda soporte para grandes marcas de tecnologĂa, bebidas y ropa a precio internacional.
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