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Jueves, 4 de agosto de 2016
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Alicia Barberis habla de Pozo ciego, su primera novela para adultos

“La historia ya estaba escrita en mí desde hacía años”

Reconocida por sus libros para jóvenes, como Cruzar la noche, la escritora construye un potente relato con múltiples ecos sociales, basado en una historia real que ocurrió en su pueblo de infancia santanfesino.

Por Karina Micheletto
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Barberis se basó, para la novela, en el testimonio de una guardiacárcel y en sus propios recuerdos.

La noticia de un crimen conmociona a los habitantes de un pequeño pueblo de Santa Fe: la Negra Torres asesinó a su marido y ocultó el cuerpo en el patio de su casa. La Negra va a la cárcel, porque así tiene que ser. Y no vuelve a ver a sus hijos, que corren distintas suertes. Lo que es primero la comidilla del mes y luego parte de la historia oral de un pueblo, va mostrando poco a poco, mientras se cuenta la historia de una vida, un entramado social hecho de sometimiento y amor propio, de machismo y aceptación por generaciones, de pobreza y empeño en salir adelante. Allí se hace fuerte Pozo ciego, de Alicia Barberis, editado por Colihue. Reconocida por sus novelas para jóvenes como Cruzar la noche, Barberis construye en esta, su primer novela “para adultos”, un potente relato con múltiples ecos sociales, basado en una historia real que ocurrió en su pueblo de infancia santanfecino.

Aunque hoy no pueda saber con absoluta certeza qué cosas tomó textuales y cuáles adaptó, el recuerdo, más o menos exacto, sitúa a Barberis a los 19 años, embarazada de su primer hijo, en la cola de la carnicería. Allí se enteró del crimen, y allí exactamente empieza la novela. “En un pueblo de poco más de mil habitantes, un crimen resulta siempre demasiado inquietante. Sobre todo por las características del asesinato y por la forma en que fue descubierto. Y seguramente a mí, que estaba a punto de ser madre por primera vez, me resultaba mucho más fuerte el hecho de que la Negra, como todos la llamábamos, no iba a poder ver más a sus hijos”, recuerda la autora.

“Por si fuera poco, en aquella época no se difundían demasiado noticias de este tipo. La tele no ocupaba el lugar que ocupa hoy, y mucho menos las noticias sensacionalistas”, sigue Barberis. “La imagen de esa mujer, su historia, quedaron grabadas en mí con mucha fuerza, tal vez por todo lo que menciono y también porque tenía conciencia de lo injusto que era para la mujer, las consecuencias del machismo reinante en el pueblo”. Ese machismo es narrado en la novela con la precisión de detalles que le dan forma, y con un ritmo en el que se luce el otro oficio de Barberis, también narradora oral. Hay hechos que, como suele suceder, son reales y sin embargo parecen literarios. Comenzando por el detalle de que La Negra, una mujer joven y atractiva, trabaja cavando pozos ciegos para mantener a sus hijos. Un trabajo que antes hacía su marido “hasta que se echó a la vagancia y tuvo que agarrarlo todo ella… el trabajo y las riendas de su familia”, como comenta Selva Almada en la reseña del libro.

“No me rebelaba demasiado, más bien acataba, como la mayoría, los mandatos sociales que ese machismo imponía, pero en mi interior, tenía una percepción bastante clara de cómo eran las cosas. Sin embargo pasaron varios años antes de que yo misma pudiera desligarme de esos mandatos, y muchos años más hasta que pudiera contar la historia desde el lugar en que elegí contarla”, sigue repasando Barberis el modo en que apareció esta novela. Para construir ese lugar recurrió a relatos de una detenida que entró a trabajar en la misma cárcel donde estaba detenida la Negra, de una guardiacárcel que (no es literario) ya jubilada terminó haciendo reiki (“la Colo” en la novela), a su propio recuerdo de hechos como la inundación del 2003 en Santa Fe (aquí llevados a Clorinda, con el agua arrasando todo en cuestión de minutos), a su propia trabajo en cárceles, invitada a dar charlas sobre sus novelas.

–Parece que, como suele decirse, la realidad supera la ficción. La guardiacárcel que hace reiki, por ejemplo...

–Sí, eso me llamó poderosamente la atención y, al mismo tiempo me dio la excusa para que, en la ficción, su personaje y el de Lali, la hija de la Negra, se conocieran. Además, siento que cuando un hecho de la realidad te sorprende, por lo poco previsible, también puede sorprender al lector. A la guardiacárcel fue a la única persona que entrevisté. El resto de los datos que necesitaba prefería construirlos desde la ficción y desde mis propios recuerdos. De todos modos ella me aportó muchas cosas, descripciones de la vida en la cárcel de entonces, de las presas, de las guardias, de algunos hechos que ocurrían, relatos que la propia protagonista le hizo, y otras cosas que me impactaban cuando ella me las contaba.

–¿Qué otro trabajo de “reconstrucción” emprendió?

–Algo que me sirvió mucho fue haber visitado cárceles, de hombres y de mujeres. Fui a dar una charla sobre otras novelas mías a los Empa que funcionan en cada una de las cárceles y creo que eso me aportó cosas que no hubiera tenido: palabras que surgieron en las charlas, detalles de la jerga tumbera, descripciones de los lugares, atmósferas… Por más que alguien te cuente cómo es una cárcel, o que veas películas o imagines, sólo se sienten ciertas cosas estando ahí. Escuchar, por ejemplo, el ruido del cerrojo, ver la ropa tendida en las ventanas altísimas, o las mantas raídas colgadas alrededor de las camas para poder tener privacidad, en pabellones gigantescos. Sentir la opresión que flota en esos sitios…

–¿Qué quiso contar en Pozo ciego, qué le interesaba transmitir?

–Lo que más me conmovió siempre de esa historia fue la separación brutal que tuvo esa madre de sus hijos, que no quisieran verla, que no pudieran perdonarla. Pero también la condena social que tuvo esa mujer, sin que nadie analizara nunca lo que le tocó sufrir con un marido violento, en un pueblo tan marcadamente machista. También la doble moral de los hombres que tanto en la ficción como en la vida real tuvieron un vínculo con ella. Pero además, también creo que en la historia de la Negra quise contar otras historias. O tal vez una historia en común de lo que les (y nos) ocurrió a muchas mujeres en los vínculos sociales y de pareja, en un pueblo pequeño donde reinaba el machismo, donde las mujeres estuvieron siempre relegadas a un segundo lugar, condenadas a “aguantarle” todo al marido, a acallar sus propios deseos, a posponer sus sueños.

–En ese sentido, a pesar de basarse en un recuerdo, no parece una historia en tiempo pasado…

–Lamentablemente, esto todavía sigue ocurriendo, muchísimo más de lo que se cree en muchos lugares. Y no me refiero solo a la violencia de género más extrema. La mujer sojuzgada, que pone en una familia todas sus aspiraciones, la mujer impedida de desarrollarse, y hasta de descubrir lo que más le gusta hacer, condenada a ejercer un rol que no siempre es lo que más quiere, o al menos no a tiempo completo. La mujer que debe silenciar sus verdaderos deseos, la que es sometida a la violencia de todo tipo desde muy pequeña. Muchas mujeres van naturalizando todo eso, y aceptando los mandatos sociales y familiares, o bien rebelándose a ellos de la peor manera. Y ese machismo no está solo en los hombres, también hay un machismo ejercido desde las propias mujeres. Eso es lo que más desconcierta.

–Este es su primer libro “para grandes”, tras haber trabajado mucho con lectores niños y jóvenes. ¿Por qué sintió la necesidad de dirigirse a otro público?

–Creo que la historia estaba entera dentro de mí. Empecé a tirar del hilito y fue apareciendo y, por las características de los hechos, no podía estar destinada a otro lector que no fuese un adulto. Sin embargo, en otra novela mía para chicos, La casa del crimen (publicada en Ecuador en 2009 y distribuida por el Plan de Lectura el año pasado en las escuelas), ya hay indicios de esta historia. Es decir, aunque cambio totalmente los sucesos, la casa que aparece en la novela, la casa del crimen, es esa misma casa que me producía tanta inquietud en mis recuerdos… Esa casa donde ocurrieron los hechos está casi pegada a la casa donde vive hoy mi hijo y su familia, en ese mismo pueblo. Y la he seguido viendo durante años…

–¿Y cuáles son las diferencias que establece al dirigirse a uno y otro público?

–Cuando escribo para niños y jóvenes tengo presente los intereses propios de esas etapas en lo formal (la extensión, el ritmo) y también las emociones, miedos, angustias, deseos, que puedan tener esos lectores. Pero no me propongo nunca reducir ni acotar el universo literario a algo infantilizado, simplista, o políticamente correcto para esas edades. Tampoco me autocensuro pensando que tal tema o determinada manera de abordarlo podría condenar a ese posible libro a no entrar en las escuelas. Saco de mi mente cualquier condicionamiento, y escribo. Por lo tanto no excluyo temas, por más que sean fuertes o dolorosos: dictadura, abuso sexual, violencia física o psicológica, mentiras, apropiación de niños, abandono, muerte, engaños, cuestionamientos a los mandatos… son temas que aparecen en muchas de mis novelas para niños y jóvenes.

–En la historia hay muchos detalles cotidianos, imágenes, texturas, olores. ¿También surgen de su propio recuerdo?

–Quizás es que, como digo, estaba escrita en mí desde hacía más de treinta años y al tirar de ese hilito fui reviviendo todo: no solo el crimen, sino también los bailes de pueblo, los personajes, construidos en buena medida sobre personas que recordaba, las características del lugar de entonces, el barro en las calles, los pasillos de cemento para no pisarlo (que ya no existen), la ropa que se usaba... De pronto apareció la carnicería… pero no la carnicería de cuando me enteré de la noticia, sino otra, de cuando era muy chica… cuando siendo una nena de 8 años mi mamá me mandaba a comprar la carne. Esto mismo me pasa cuando escribo para chicos o jóvenes, eso de que afloren los recuerdos de infancia que están siempre en los archivos de la memoria.

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