Desde Viena
El Festival Internacional de Cine de Viena –o simplemente Viennale, como suele llamárselo familiarmente– no es un festival de cine más. Entre sus particularidades, este evento, que cumple por estos dÃas sus primeras cincuenta ediciones, mantiene una estructura de programación que va en sentido contrario de una tendencia prácticamente ineludible en la enorme mayorÃa de los festivales: la necesidad de bascular alrededor de una sección oficial competitiva. Esta obligación –usualmente autoimpuesta– ubica a un puñado de films en un nivel de exposición mayor respecto del resto del programa, y suele atentar en muchos casos contra el trabajo de curadurÃa de las otras secciones, particularmente cuando a ello se le suma la búsqueda de premières internacionales. Sin esa demanda estratégica, los programadores del festival austrÃaco, capitaneados desde hace varios años por su director artÃstico Hans Hurch, pueden navegar libremente por los mares de la oferta cinematográfica contemporánea, conjugando asà en la programación aquellas pelÃculas que han pasado recientemente por otros festivales con los descubrimientos.
El resultado es uno de los catálogos más apreciados por la crÃtica internacional, al tiempo que se le ofrece al público local una extensa muestra del mejor cine internacional. Los únicos galardones que se entregan al finalizar cada edición destacan la cosecha anual de films austrÃacos (se entrega un premio en metálico al mejor documental y otro a la mejor pelÃcula de ficción de origen local) y el premio de la crÃtica internacional (Fipresci) que debe juzgar una selección de primeras y segundas pelÃculas. A ellos se les suma, finalmente, un film elegido por el público, que recibe un acuerdo de distribución para su estreno comercial en el territorio austrÃaco.
La Viennale 2012, que dio su puntapié inicial hace algunos dÃas, no es un festival pequeño. Con más de 250 tÃtulos exhibidos durante quince dÃas, la programación está dividida en tres grandes bloques: uno concentrado en los films de ficción, otro en los documentales y, finalmente, un tercero que agrupa los diversos focos y la retrospectiva, que este año está dedicada a un vienés de renombre: Fritz Lang. A tÃtulos inevitables como Après mai, de Olivier Assayas; Outrage Beyond, de Takeshi Kitano o El muerto y ser feliz, de Javier Rebollo, el festival les suma pelÃculas que no han tenido demasiada difusión previa como Pearblossom Hwy, segundo largo del americano Mike Ott luego de Littlerock, y que tiene su estreno en la Viennale, o Berberian Sound Studio, el nuevo film del director de Katalin Varga, Peter Strickland, que tuvo su première mundial en el reciente festival de Edinburgo.
En cuanto a los documentales, la vasta lista de films incluye la última obra del alemán Romuald Karmakar, Attack on Democracy: An Intervention; Easy Rider, la última creación de James Benning, que se anticipa como una particularÃsima remake del famoso film homónimo de Dennis Hopper; y la versión Ãntegra de Death Row, la serie centrada en la temática de la pena de muerte, dirigida por Werner Herzog. Una de las presencias que más convocó a público y prensa fue el británico Michael Caine, a quien el festival homenajeó con una selección de diez pelÃculas de su extensa filmografÃa. Para la segunda mitad del festival –que no sólo se nutre de pelÃculas, sino que suele preparar eventos especiales como una suerte de plato de acompañamiento– se espera la presentación de la artista estadounidense Patti Smith, quien dará un pequeño concierto y leerá para el público algunos de sus poemas.
La presencia del cine argentino en el Festival de Viena suele ser importante, y este año la delegación rioplatense incluye varias pelÃculas, entre ellas El etnógrafo, de Ulises Rosell, y Leones, ópera prima de JazmÃn López que tuvo su estreno en el Festival de Venecia. Pero no se acaba allÃ, ya que además de invitar a la cineasta experimental Narcisa Hirsch, de quien se están viendo dos programas con algunos de sus cortometrajes, el festival editó una traducción al alemán de la novela Festival, del escritor César Aira, publicada en su idioma original un par de años atrás por ediciones del Bafici.
Las retrospectivas del Festival de Viena suelen ser completas, exhaustivas y en su formato de exhibición original. Este año, la muestra dedicada a Lang incluye no sólo las pelÃculas más reconocidas de su primer perÃodo alemán (Metrópolis, Dr. Mabuse, Los nibelungos, esta última recientemente restaurada) y de la etapa americana (La mujer del cuadro, Sólo se vive una vez, Mala mujer) sino también tÃtulos apreciados sólo por los cinéfilos más duros, como Harakiri –una particular versión de Madame Butterfly realizada en 1919 para el estudio alemán Decla-Bioscop– o La patrulla indómita (1950), uno de sus films hollywoodenses menos vistos. En otras palabras, un Lang integral que presenta su filmografÃa completa (con la excepción de aquellos films que se han perdido para siempre), su famosa participación en El desprecio de Godard, más una buena dosis de documentales con o sobre su figura.
El centro neurálgico de la retrospectiva, este año como en los anteriores, es el Filmmuseum vienés, una de las seis salas que integran el circuito del festival. Para el visitante extranjero, sitios que generan una sensación de sana envidia, ya que se trata de esa clase de locales de los que, desafortunadamente, ya no quedan en Buenos Aires. Desde la enorme pantalla del Gartenbaukino al pequeño pero acogedor espacio del Stadtkino, son cines con una larga historia, perfectamente conservados, y con todas las comodidades y actualizaciones tecnológicas de rigor, que sin embargo conservan intacta su personalidad, en contraste con el estilo vulgar y desangelado de los complejos multisala.
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