Con el retraso con el que suelen llegar al paÃs este tipo de pelÃculas (independientes; pequeñas; de directores desconocidos; sin estrellas en su elenco, pero con una calidad muy por encima de la media de los estrenos que se amontonan cada jueves), la presencia de Cenizas del pasado (2013), del joven director estadounidense Jeremy Saulnier, es una bienvenida anomalÃa en la cartelera cinematográfica local. Y eso a pesar de que los detalles de su historia de venganza y violencia sean los mismos que ya han alimentado una enormidad de relatos previos, hasta erigirse en un prolÃfico género: el de justicia por mano propia. Pero sucede que la originalidad está sobrevaluada y la novedad no siempre es amiga de lo bueno, del mismo modo en que la repetición de un tema y de los elementos utilizados para desarrollarlo no impiden que con todo eso pueda crearse un objeto nuevo. El mismÃsimo Jorge Luis Borges solÃa repetir con insistencia que los anales de la literatura pueden sintetizarse en unos pocos temas y su propio trabajo es la prueba que confirma su afirmación. A veces una obra (un libro, una pelÃcula; esta pelÃcula), consigue traficar entre los mismos detalles de siempre la bendición de un objeto igual pero distinto. En esa certeza descansa la principal virtud de la segunda pelÃcula del desconocido Saulnier.
Dwight tiene unos treinta y algo y vive en la parte de atrás de su propio auto, que se encuentra varado en la arena de la playa del mismo modo en que su propia vida parece haber encallado en algún momento. Como ocurre con el personaje creado por Verónica Llinás para la pelÃcula La mujer de los perros –que ella misma codirige con Laura Citarella y fue presentada hace poco en el Bafici–, se percibe claramente que el linyeraje es una contingencia en la vida de Dwight, que no siempre ha vivido en la miseria y que algún acontecimiento en particular lo ha arrojado a esa existencia callejera. Pero no se trata de un loquito, sino de alguien que es muy consciente de su propia situación. Que su lectura nocturna sea la novela Boy wonder, en la que el escritor estadounidense James Robert Baker cuenta la vida de un productor de cine nacido en la miseria en el asiento trasero de un auto, es una forma de informar que el protagonista no atraviesa ese momento de su vida sin reflexionar sobre ello.
A diferencia de lo hecho por Llinás y Citarella, cuya pelÃcula es narrada en presente continuo, sin preguntarse por el pasado de su protagonista ni preocuparse por su futuro, ya desde el tÃtulo local se sabe que en la pelÃcula de Saulnier ese presente se verá alterado por algún acontecimiento del pasado, de aquella vida anterior que se intuye ha tenido Dwight. Que de las cenizas algo regresará para volver a poner su vida patas para arriba y el director no se demora mucho en revelarlo. Los padres de Dwight han sido asesinados hace más o menos diez años y el hombre que los mató acaba de ser liberado. No han pasado más de 5 minutos de pelÃcula cuando él recibe conmovido esa noticia y no pasarán más de 20 para que cobre su venganza, matando a cuchilladas (y de manera bastante torpe) al asesino de sus padres. Cumplida la venganza apenas consumado el primer acto, la pelÃcula duplica su apuesta narrando la cacerÃa que los hermanos del muerto desatan en contra de Dwight, tratando tramitar su propia reparación violenta. Un procedimiento que la pelÃcula repetirá más adelante, volviendo a hacer girar la espiral narrativa hacia el pasado.
Aunque Cenizas del pasado es claramente un film de justicia por mano propia, es también un retrato lúcido sobre las consecuencias de la violencia como recurso legÃtimo de interacción social, que se permite ser explÃcito en lo estético sin dejar de ser terminante en su discurso. El hecho de que el propio Dwight vaya acumulando en su propio cuerpo las secuelas progresivas de la violencia que él mismo desata al decidir que la Justicia formal no alcanza, es una reflexión interesante acerca del lugar que se le da a la violencia en la sociedad y sus consecuencias. Pero la pelÃcula también encierra una inesperada historia de amor trágico, suerte de versión white trash de Romeo y Julieta, en donde dos familias vecinas acaban sacándose las tripas intentando negar un amor prohibido. Parece que después de todo Borges vuelve a tener razón.
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