El corpus artÃstico legado por Bill conformaba la anatomÃa de un auténtico fantasma, y no porque toda obra de arte creada por alguien hoy ya muerto sea un vestigio que esta persona ha dejado en el mundo, sino porque la obra de Bill en particular constituÃa una investigación sobre las carencias de las superficies simbólicas, de esas formas explicativas que tan pobremente logran representar la realidad. A cada instante, el deseo de localizar, de sorprender, de determinar las normas establecidas de su pintura se veÃa burlado. Crees que sabes, parecÃa decirme Bill con cada una de sus obras, pero no sabes nada. Yo subvierto tus certezas, tu tan acomodada comprensión, y te ciego con esta metamorfosis. ¿Dónde acaba una cosa y comienza la siguiente? Tus fronteras son invenciones, son burlas, son absurdos. La misma mujer se encoge y se dilata, y en cada extremo desafÃa el reconocimiento. Una muñeca yace de espaldas con la boca cubierta por la inscripción de un diagnóstico caducado. Dos niños se intercambian. Ves números procedentes de informes financieros, números precedidos por el sÃmbolo del dólar y números grabados a fuego en un brazo. Nunca habÃa visto su obra con tanta claridad, y al mismo tiempo me parecÃa zozobrar en ella, asfixiado por las dudas y por algo más: por una intimidad sofocante.
* Fragmento de Todo cuanto amé.
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