El entretenimiento invade otras esferas a velocidad crucero: lo hizo con la publicidad y asà fue como la incorporó a la ficción en forma de avisos no tradicionales; llegó a Internet y fundó paraÃsos virtuales; se expandió al videojuego, a la gastronomÃa, y ahora acapara el territorio de la moda, bajo la forma del Barbie Store. La clave que lo diferencia del spa o el salón de belleza es la prevalencia del proceso sobre el resultado: ellas (salvo que compren ropa en la boutique) se van con lo puesto; se prueban y lo devuelven; se maquillan y se lavan; se peinan y despeinan esa misma noche, instalando publicitariamente el disfrute de embellecerse sin fines dirigidos, por fuera de los objetivos del coqueteo o la conquista, solamente para el espejo, la vendedora-hada o princesa o el grupito de amigas.
Hasta se festejan cumpleaños de adolescentes devoradas por el espÃritu del fashiontainment, que no es precisamente mejorar según las claves del mundo de todos los dÃas sino exagerar, remarcar, extremar rasgos, maquillaje artÃstico, ropa de tules y volados: el colmo de una feminidad mediática que aquà se despliega sin culpas. Este mundo es prefeminista, preanoréxico, prepolÃticamente correcto; las nenas, las mamás y las tÃas vuelven a empezar, retroceden al ‘49, cuando el sueño Barbie comenzó; no promueven la silueta perfecta sino que se desentienden del asunto. Una mayorÃa consultada dijo no estar a dieta; pero hay que verlas admirar el 90-60-90 de la muñeca (ellas suponen que asà son sus medidas); si la acción prioritaria del fashiontainment es sacarse y ponerse tal vez sea por la necesidad de acaparar más imágenes ante el espejo, de atesorarse ellas mismas en el recuerdo ya que esos trajes exhibidos en las perchas no están a la venta, o quizá sea la imposibilidad de sostener sobre la piel la ropa de la muñeca, que quema, que asfixia cuando se lleva puesta, y convalida la condición del fashiontainment como género del espectáculo: como tal, estas usuarias están destinadas al rol de espectador.
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