En 1870, cuando Julio Verne publicó 20.000 leguas de viaje submarino, no habÃa nada parecido al submarino Nautilus, con todo su lujo, velocidad y autonomÃa. En realidad, los submarinos, tal como los conocemos ahora, ni siquiera existÃan. ExistÃa sÃ, el concepto de navegación submarina que se remontaba, por lo menos, a la Grecia clásica y a las campanas de buceo, descriptas por Aristóteles en el siglo III a.C.
Una campana de buceo consiste, esencialmente, en un recipiente suficientemente grande como para albergar a una persona y que se sumerge boca hacia abajo en el agua. El aire retenido dentro de la campana le permite sobrevivir al ocupante que, con ventanas adecuadas, puede inspeccionar el entorno. Umberto Eco describe una campana de buceo en su novela La isla del dÃa de antes, publicada en 1994.
El submarino como nave, como vehÃculo, es posterior a las campanas de buceo, pero muy anterior a la novela de Julio Verne. Hacia 1620, el inventor holandés Cornelius Drebbel construyó un submarino tripulado para la marina inglesa. Se impulsaba a remo y podÃa llevar hasta dieciséis tripulantes. Fue demostrado ante el rey Jacobo I pero no fue aprobado por las autoridades y nunca participó en acciones militares.
En 1775 el estadounidense David Bushell construyó otro submarino al que llamó Tortuga. También tenÃa propulsión humana, pero no con remos sino con una hélice impulsada a manivela. La Tortuga es considerada el primer submarino militar y fue usada durante la guerra de independencia de Estados Unidos. En 1776 se acercó bajo el agua a una nave británica anclada en el puerto de Nueva York e hizo estallar una bomba de pólvora. La explosión no produjo daños debido a que la nave enemiga tenÃa una cubierta metálica en su casco. Pero la acción demostró la factibilidad de la navegación submarina.
El inglés Robert Fulton también experimentó con submarinos. A fines del siglo XVIII construyó un submarino a hélice, accionado a manivela, por encargo de Napoleón Bonaparte. Este submarino se llamó Nautilus. El gobierno británico se interesó por la nave de Fulton en 1801 pero, finalmente, rechazó el proyecto.
Hubo muchos más prototipos durante todo el siglo XIX, pero todos chocaban contra el problema de la propulsión. La principal fuente motriz en ese tiempo era la máquina de vapor que, con un hogar encendido para alimentar la caldera, no podÃa funcionar bajo el agua sin agotar rápidamente todo el oxÃgeno disponible.
Entonces, en 1864, el catalán NarcÃs Monturiol tuvo una idea ingeniosa: buscó reacciones exotérmicas que generaran suficiente calor como para alimentar una caldera pero que, a diferencia de la combustión, no consumieran oxÃgeno. Luego de analizar distintas opciones se decidió por una reacción que involucraba magnesio, zinc, potasio y agua oxigenada. Esta reacción tenÃa la ventaja adicional de que liberaba una cierta cantidad de oxÃgeno, que podÃa usarse para renovar el aire de la nave.
Monturiol, que ya habÃa creado un submarino propulsado a manivela, el IctÃneo I, construyó una máquina de vapor cuya caldera era calentada por esta reacción. La máquina fue instalada en un submarino más grande, el IctÃneo II, que fue botado en el puerto de Barcelona en 1865. Aunque las pruebas fueron exitosas, Monturiol tuvo problemas financieros y el IctÃneo II fue vendido como chatarra en 1868.
El problema de la propulsión submarina se resolvió definitivamente hacia 1880, con el perfeccionamiento del motor eléctrico. Los primeros submarinos propulsados con electricidad fueron el Peral, desarrollado por el militar español Isaac Peral en 1884, y el submarino francés Gymnote, en el mismo año. En 1886 los ingleses también construyeron su submarino eléctrico al que llamaron Nautilus, no en homenaje a Julio Verne sino al prototipo de Robert Fulton de principios del siglo XIX.
Luego de la 2ª Guerra Mundial comenzaron los experimentos con naves propulsadas por energÃa nuclear. En 1951 la armada de Estados Unidos autorizó la construcción de su primer submarino nuclear. Realizó su primer viaje en 1955 y tres años más tarde alcanzó la fama al navegar bajo el hielo del Polo Norte.
Con todo lo que progresó la navegación submarina desde sus inicios, aún hoy hay un rubro en el que el Nautilus imaginado por Julio Verne sigue siendo insuperable: el espacio interior.
Tal como se describe en la novela, el Nautilus de Verne tenÃa habitaciones amplias y cómodas. En la versión cinematográfica de Walt Disney, la sala donde el capitán Nemo toca el órgano tiene las dimensiones de una catedral. Por el contrario, y tal como podemos ver en las pelÃculas de guerra, los submarinos reales tienen salas reducidas y pasillos estrechos. Los tripulantes se rotan en el uso de las camas y, cuando se cruzan en un pasillo, deben ponerse de perfil para poder pasar. Todo el espacio parece estar lleno de cañerÃas y mecanismos.
Esto no tiene que ver con el hecho de que los submarinos sean naves militares, carentes de todo lujo. Muchas naves de guerra de superficie tienen camarotes privados para los oficiales y hasta salas de juego. La razón por la que el espacio interior es tan reducido en un submarino es estrictamente fÃsica, y tiene que ver con el hecho de que no es fácil mantener sumergido un vehÃculo tripulado.
Imaginemos un submarino de las caracterÃsticas de una camioneta tipo van. Sus dimensiones serÃan, aproximadamente, cuatro metros de largo, dos metros de ancho y un metro y medio de alto. Eso representa un volumen de 4 x 2 x 1,5 = 12 metros cúbicos. Tal como enseña el principio de ArquÃmedes, sumergido completamente en agua recibirÃa un empuje igual al peso de doce metros cúbicos de agua: doce toneladas. Pero un vehÃculo de esas caracterÃsticas pesarÃa escasamente dos toneladas. Para que pueda mantenerse sumergido habrÃa que agregarle un lastre de diez toneladas. La única forma de encontrar lugar para ese lastre (formado, en realidad, por equipos, suministros y tripulación) es reduciendo al máximo el espacio interior. Por supuesto, podrÃa obtenerse lastre adicional cargando masas de plomo en cantidad suficiente. Pero serÃa muy antieconómico.
Los submarinos seguirán perfeccionándose. Hoy existen no sólo submarinos militares de gran capacidad y poder, sino también pequeños submarinos para uso personal y turÃstico. Pero, mientras rija el principio de ArquÃmedes, el lujo que Julio Verne puso en su Nautilus estará más allá del alcance de la fÃsica.
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