Sábado, 16 de octubre de 2004
La estocada final
LA CIENCIA CONTRA BUSH
Por Sergio Di Nucci

Células madre, clonación, disolventes estudios demográficos o sanitarios: el lector conoce todo sobre la oposición de la administración del presidente George W. Bush contra la biologÃa, la medicina o la sociologÃa. Pero desde hace un tiempo, la polÃtica exterior norteamericana se ha infiltrado por uno de los resquicios más eficaces para influir sobre la investigación cientÃfica: los fondos imprescindibles para cualquier avance de base. Esta vez se trata de las publicaciones cientÃficas y de su circulación. Desde finales de septiembre, un centenar de editores y de asociaciones cientÃficas presentó en los tribunales una demanda contra el Tesoro norteamericano (el Ministerio de EconomÃa de Washington).
Los editores cientÃficos no están solos. Al lado de ellos se presentan el Pen American Center –irónicamente presidido por Salman Rushdie, el novelista británico condenado a muerte por una fatwa de los ayatolás iranÃes– y la American Association of Publishers (AAP). En conjunto reclaman el levantamiento de las restricciones impuestas por los servicios del Departamento del Tesoro contra “la libre circulación de la información y de las ideasâ€. Lo que exigen es uno de los principios más originarios de las sociedades democráticas liberales. Queda a los tribunales federales de Nueva York pronunciar su veredicto sobre la cuestión.
TOP SECRET
Las quejas de las asociaciones cientÃficas no son nuevas. Se remontan al otoño boreal del 2003. Fue entonces cuando la división del Tesoro encargada de velar por la aplicación de las sanciones comerciales contra los paÃses bajo embargo comercial norteamericano (Office of Foreign Assets Control, OFAC) intimó a varias asociaciones que dejaran de editar y de publicar los resultados de investigaciones que provengan de paÃses embargados. Según los expertos del Tesoro, la publicidad que ganaban tales contenidos era análoga a la comercialización de un servicio. ¿Qué significaba esto en concreto? Que si los editores querÃan publicar un trabajo de un médico cubano, un farmacólogo sudanés o un historiador iranÃ, antes debÃan pedir un permiso al Tesoro.
Algunas asociaciones, como el Institute of Electrical and Electronics Engineers (IEIEEE), aceptaron en un principio los lineamientos del Tesoro. Otras, siguiendo el ejemplo de la American Association for the Advancement of Science (AAAS) –editora de la prestigiosÃsima y orgullosÃsima revista Science–, se rehusaron desde un principio, por juzgarlos contradictorios con la primera enmienda de la Constitución norteamericana, garante de la libertad de expresión. Finalmente, la mayorÃa de las asociaciones se unió a esta posición.
DAÑOS Y PERJUICIOS
El 5 de abril, la OFAC habÃa retirado sus exigencias, ante las amenazas de demandas judiciales. Pero la victoria de los editores cientÃficos duró lo que la primavera. Durante el verano, los servicios del Tesoro lanzaron una serie de interdicciones, particularizando a ciertos universitarios y medios contra toda colaboración con paÃses bajo embargo. Las revistas creÃan que se habÃa restablecido su libertad de publicar según sus propios criterios, sin importar la nacionalidad de los investigadores. Ahora, el Tesoro busca prohibir la publicación de trabajos sobre el sismo de Bam(Irán), trabajos que muy entendiblemente fueron compuestos con la colaboración de cientÃficos iranÃes.
Los ejemplos se multiplican. La editorial de la Universidad de Alabama tuvo que interrumpir la publicación de dos obras de universitarios cubanos sobre arqueologÃa e historia. La revista Mathematical Geology se vio forzada a anular la publicación de una nueva metodologÃa de la previsión de sismos, porque era la obra de un geólogo iranÃ. La colaboración cientÃfica internacional, en especial en las ciencias habitualmente llamadas duras, es un hecho que investigadores y universitarios dan por sentado: es un axioma de la ciencia tal como se la entiende al menos desde la Ilustración. Ellos fueron los primeros en sufrir la injerencia de la OFAC, y los primeros en presentar sus demandas. En su presentación, apuntan un hecho obvio: que todo el negocio de la edición en su conjunto, tanto cientÃfica como literaria, puede caer asà a depender de la OFAC.
Cuando la carrera presidencial norteamericana entró en su recta final, la revista cientÃfica británica Nature entrevistó a los dos candidatos sobre sus polÃticas en el tema ciencia. El tema del derecho de las publicaciones cientÃficas a publicar por sà solas, sin la tutela del Tesoro, estuvo muy presente. Por cierto, el demócrata John F. Kerry aprovechó para fustigar, con retórica electoral, a la “administración Bush como una de las más anticientÃficas de la historia norteamericanaâ€. Más interesante fue la opinión de Bush, sobriamente republicana: “Es imposible detener la difusión de la cienciaâ€. Acaso el presidente sea menos celoso que el Tesoro o el Departamento de Defensa.
Ahora les toca decidir a los tribunales federales de Nueva York. Si les dan la razón a los editores cientÃficos, terminará una amenaza, la única exterior, que se cierne sobre las publicaciones del paÃs que más cientÃficos internacionales divulga. Y el Tesoro deberá pagar un millón de dólares, repartidos entre muy diversas revistas y editoriales, por daños y perjuicios ya constatados.
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