Primero la palabra parece plegada a esa rutina del Congreso donde ya estarÃa delimitada por el discurso de las negociaciones, de la inmediatez polÃtica. Pero la soledad que se instala en el recinto cuando una diputada y sus asesores se reconocen abandonadxs en ese lugar convertido en laberinto por el artilugio del silencio, provoca pequeñas imprecisiones, dificultades en la sucesión de las letras que delatan una torpeza, un mecanismo interno que comienza a desajustarse.
Antes, un ex diputado los habÃa aislado con su voz delirante y ese desvÃo los dejó en una zona irreal, atascadxs frente a una manifestación muda que disparó el escape. Ante la falta de lenguaje lxs diputadxs respondieron con la huida.
Pero la dramaturgia de Andrea Garrote se estructura en paralelo. Estos personajes tienen una réplica exacta que utiliza sus nombres y habita su casa mientras ellxs permanecen en suspenso, fatigadxs en pequeñas rencillas, como una suerte de retazo onÃrico en lo que parecÃa una escena realista.
Sus dobles se dejan ganar por la belleza de armar una revista polÃtica con un diseño ilegible, donde Badiou se combina con el dadaÃsmo y la matanza de pollos. Ellxs quieren hacer algo con todo ese conocimiento, con todas sus lecturas y sus ejercicios abstractos. Quieren combatir la dialéctica. Demostrar que un concepto no tiene por qué definirse en oposición a otro. Ellxs, en ese mundo donde el dinero devaluado de los ochenta convive con los celulares táctiles como un destello vintage que, tal vez, anticipe otro surrealismo económico, descubren, más allá de la parodia y la risa dulzona con la que el público resguarda su candidez intelectual, que el poder reside en construir un artefacto polÃtico que no pueda ser refutado.
El Parlamento es el coliseo del virtuosismo oratorio. Allà tiene lugar una contienda que deberÃa ganar el que mejor argumenta. Pero la polÃtica nunca podrá contarse solamente en esos términos, más allá de la monumentalidad edilicia que alberga a esa palabra. Una serie de prácticas buscaron históricamente socavar su sentido para que las decisiones ocurrieran por fuera de esa escena.
Lo que muestra Combate de los pozos es esa desarticulación donde el pensamiento parece encerrado en una casa, en la torpeza de una publicación sin lectores, mientras las riñas de familia deciden acuerdos polÃticos. Todo se vuelve banal, motivo de risa para lxs espectadores, hasta que Garrote decide correrse del ya transitado lugar de la ironÃa para instalar un escenario que, atrapado en cierto delirio, se vuelve contundente al asumir la polÃtica como una materialidad, una acción a la que se deberá apostar.
Donde parecÃa que nada iba a ocurrir, más allá de comer empanadas y enumerar sumarios irrealizables, el descubrimiento del silencio como el medio ejemplar para evitar la refutación opera como un diálogo de la autora con el presente más inmediato.
Mientras la polÃtica se alimenta y deshace en una voluntad argumentativa, algunos pensadores se ocupan en señalar que no es por la vÃa de la razón que lxs sujetxs pueden ser convencidxs. La delimitación de espacios vacÃos donde circulen numerosos sentidos que no se cristalicen de forma permanente en un nombre, como explica Alain Badiou su concepto del acontecimiento, podrÃan formar parte de la inspiración teatral de Garrote cuando aparecen como un recurso para neutralizar el poder estatal.
Si la confrontación ideológica que expresa una vitalidad, un conflicto deslumbrante, manantial de protagonistas, fue ensombrecida por la televisión al convertirla en un cotorreo morboso, Garrote juega a imaginar que el silencio será algo asà como el arma que dañe los fundamentos de la polÃtica. Similar a lo impolÃtico que propone Roberto Espósito. Un poder que no sea soberano, como anuncia el filósofo Giorgio Agamben. La potencia de no, que aquà se expresa como la posibilidad de hablar y elegir no hacerlo, instancia que Agamben define como libertad.
Combate de los pozos, escrita y dirigida por Andrea Garrote, se presenta los viernes a las 20.30 en el Teatro Beckett, Guardia Vieja 3556, CABA. Tel.: 4867-5185.
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