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Lunes, 1 de julio de 2002
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OPINION

Uno querĂ­a que ganara Brasil

Por Diego Bonadeo

Cuando el cuadro de uno no juega, no hay rivalidad. PodrĂĄ haber despecho, envidia, inquina. Lo que sea, pero no rivalidad. Por eso, uno hinchaba por Brasil. Porque, dentro del fĂștbol, Brasil se parece mucho mĂĄs a nosotros en cuanto a cĂłmo nos gusta que se juegue, que Alemania; y porque –ya fuera del fĂștbol– Brasil es mucho mĂĄs como nosotros somos, que Alemania. Pero en el fĂștbol Alemania no tiene ni un Ronaldinho GaĂșcho, ni un CafĂș, ni un Rivaldo, ni un Ronaldo, ni un Denilson, ni un Juninho. Aunque gane, no hay ningĂșn alemĂĄn que te haga saltar de la cama desde los antĂ­podas de Corea-JapĂłn a las dos y media, a las tres y media, a las seis, a las ocho o a las ocho y media de la mañana.
AdemĂĄs, Alemania no tuvo nunca un equipo como el de Brasil del ‘70, ni como el Santos de PelĂ©-Coutinho. Por todo esto, no se entiende bien por quĂ© tantos compatriotas futboleros y no futboleros querĂ­an que ganara Alemania, salvo por el freudiano amor/odio que nada tiene que ver con la pelotita. Aunque Alemania tenga a Oliver Kahn y haya tenido en el ‘74 a Wolfgang Overath y a Beckenbauer, y en la dĂ©cada del ‘80 a Schuster.
Y, por todo esto, y a pesar de todo, uno se alegra de que la final haya sido para Brasil. Aunque esta final fue solamente algo mejor que aquella de 1994 en Estados Unidos, cuando el mismo Brasil le ganĂł a Italia por penales, en la mĂĄs olvidable y menesterosa de las definiciones de mundiales que se recuerde.
Y aunque los goles hayan sido de Ronaldo y las participaciones de Ronaldinho y Rivaldo; Lucio y Kleberson –que uno supone que por ser brasileño debiera escribirse Cleverson– tuvieron tanto o mĂĄs que ver en ganarle a Alemania que los mĂĄs consagrados. No solamente por lo que impidieron sino por lo que generaron.
QuizĂĄ por quedar bien, Scolari hizo entrar a Juninho para el cuarto de hora final y al gran Denilson cuando se jugaba el descuento. Algunos dirĂĄn que son los lujos que se puede dar el fĂștbol brasileño. Es que a veces la estupidez aparece como una verdad revelada, cuando se dice cualquier cosa sin saber bien lo que se estĂĄ diciendo. Porque el lujo serĂ­a, para el fĂștbol brasileño y para el fĂștbol de mundo, ponerlos a todos juntos, en vez de andar hurgueteando por los videos y por los pizarrones, en busca del bendito “equilibrio”.

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