Escribo el viernes porque el domingo no sé qué será de mÃ.
Por qué determinada combinación de notas musicales nos estremece, nos pone eufóricos o nos lastima. Qué hay ahÃ. Por qué nos gustan ciertos ritmos, canciones e intérpretes y otros no. Y lo que a mà me conmueve, a otro ni fu ni fa. Allà debe haber herencia, geografÃa, identificaciones, sensibilidades, imaginarios, ideologÃas, representaciones. Como sea, en un punto esas melodÃas pasan a ser parte nuestra. Nos las apropiamos. Yo soy esa canción que elegÃ. Me constituye. ¿Mi vida serÃa la misma sin The Cure a los diecisiete años? No. ¿O sin ese recital de Radiohed del 24 de marzo de 2009? No. Y para otro su paso por este mundo no serÃa lo mismo sin los Beatles, Mercedes Sosa o Ricardo Arjona. El ejemplo se puede ampliar todo lo que uno quiera. ¿SerÃa yo sin La otra mujer de Woody Allen? Para los que nos gusta el fútbol, o al menos para mÃ, la elección de nuestro equipo es igual de fundante que la identidad. No es algo ajeno, es algo muy propio, y a la vez colectivo. ¿Qué importancia tiene si River gana o si pierde, si sale campeón o sale último, si juega en primera o juega en la B? Que allà estoy yo. El que gana o pierde soy yo, el que sale campeón o último soy yo, el que juega en Primera o en la B soy yo. Es asà de absurdo. Cada semana. Y como dice mi suegro, ganamos, perdemos, pero mejor que ganemos. Vamos a estar más contentos. Es asà de básico. Es la vida cotidiana. Sin embargo, creo que la clave está en lo que sigue: en medio de esa cotidianidad se va enredando la vida de uno. Se construye historia. ¿O serÃa lo mismo la relación con mi papá sin las apuestas de chocolates Jack cuando jugaban River y Boca y yo tenÃa seis, siete, ocho años? El, a manos de Boca, mi hermano y yo, a favor de River. En Boca jugaban Mouzo y Gatti, y en River, Passarella y Fillol. Son imágenes grabadas para siempre. ¿Y ahora mi hija Dana de seis años se divertirÃa igual si yo no le dijera, para convencerla de que se haga hincha de River, que existe el monstruo de Boca y si te muerde te pasa lo peor del mundo, que es que convertirte en bostera? Y las horas de profunda amistad compartidas en el Monumental con Gabriel desde los quince años hasta no hace tanto, charlando de todo mientras por la cancha pasaban Francescoli, Alzamendi, el Mencho, Ramón DÃaz, Astrada, Aimar, Saviola, D’Alessandro, Cavenaghi, el Pipita. Y qué otro valor tendrÃa en mi recuerdo el regalo que me hizo mi abuela el 14 de enero de 1986, cuando cumplà 16 años. Me dio unos australes que para mà fueron como oro, porque con esa plata fui hasta River y me hice socio hasta el dÃa de hoy. ¡Y el primer partido que me tocó ver como socio fue el 5 a 4 contra Argentinos! Puedo seguir contando mi vida sin interrupción desde aquella infancia hasta ahora, pasando por el empate 1 a 1 con Nueva Chicago el dÃa que me casé, el gol de Fabbiani a Central cuando nació RocÃo, el baile que le pegamos a Colón cuando me mudé a Caballito. Si nos tocó irnos a la B –insisto en que estoy escribiendo el viernes– no pasa nada, y lo es todo. Cualquiera lo sabe. Lo mismo al revés.
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