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Sábado, 16 de enero de 2016
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Cines para todos

Una propuesta busca salvar piezas del patrimonio ferroviario para crear salas en localidades que nunca las tuvieron o las perdieron. Y con tecnolog铆a satelital.

Por Sergio Kiernan

Un cambio inesperado de la era digital es el de la escala de la imagen. No s贸lo andamos por la vida viendo cositas diminutas que se mueven en un tel茅fono, un iPod o, en el mejor de los casos, una computadora, sino que las vemos de a uno o de a pocos. La imagen en movimiento volvi贸 exactamente a donde naci贸 hace m谩s de un siglo, al p煤blico de a uno, y s贸lo falta la feria y el sentido de novedad para estar en 1890. De hecho, algo notablemente dif铆cil de explicarle a un chico es el sentido de comunidad que creaba el cine antes de Netflix, el evento material de ir a un gran edificio especialmente para ver una pel铆cula, compartirla con cientos de extra帽os, re铆rse o angustiarse en comunidad. Nada de eso ocurre en la experiencia digital.

Con lo que se entiende que la obcecaci贸n de ciertos barrios por mantener sus cines en funciones no es un tema de falta de Internet o de fobia tecnol贸gica, sino de construir comunidad. Los cines no s贸lo eran frecuentemente el mejor y mayor edificio de la zona, sino que eran un lugar donde cruzarse, saludarse, hacer algo en com煤n. Perderlos en demoliciones, iglesias pentecostales o supermercados es perder un edificio notable, un punto de referencia geogr谩fico y un lugar donde verse las caras. La falta de protecci贸n deja todo en una simple ecuaci贸n econ贸mica, un lote a vender o una pila de metros cuadrados a maximizar en su uso. Cuando queda en claro que esas soluciones no van, los cines pasan a ser recursos que requieren ingenio y paciencia, pero que son viables.

Y en esto entra la propuesta de dos arquitectos amantes de estas cosas, Ana Mar铆a Helena Mayor y Gabriel De Bella, presentada recientemente al Incaa. La idea es combinar dos cuestiones, o problemas, mutuamente relacionadas y a su vez relacionadas con el patrimonio: usar vagones ferroviarios en desuso, que los hay de a centenas, para crear cines port谩tiles que se puedan llevar a pueblos y lugares donde nunca hubo cines. De hecho, hay hasta un punto de justicia po茅tica en proponer una herramienta de construcci贸n de comunidad para pueblos que quedaron tan golpeados por el levantamiento del servicio ferroviario.

Lo del cine sobre ruedas es viej铆simo y un invento de los ferroviarios. El primero argentino fue fabricado en cosa de d铆as en 1949, cuando los t茅cnicos Luis Wedmaller y Angel del Castillo le sacaron los asientos a un vag贸n de pasajeros, los reemplazaron por butacas de cine, alfombraron el piso, colgaron cortinas pesadas y una pantalla, y crearon una peque帽a cabina con un proyector de 16 mil铆metros. El vag贸n tom贸 dos d铆as de trabajo apenas y sali贸 de los talleres de Alta C贸rdoba del Belgrano para alegrar a los pasajeros del servicio a Tucum谩n. La idea fue un exitazo y los vagones cine se multiplicaron, ganaron aire acondicionado y proyectores de 35 mil铆metros, con acomodadoras en uniformes celestes. Para los a帽os sesenta, reservar turno para el cine era parte de sacar el pasaje a varios puntos del pa铆s.

Como esta Argentina de formaciones de pasajeros cenando sobre vajilla de loza 鈥搚a no de porcelana, pero vale鈥 y viendo pel铆culas mientras cruzaban el pa铆s ya no existe, quedan cientos de vagones en diverso estado de ruina esperando un uso. Estructuralmente, un vag贸n es un habit谩culo prefabricado, muy flexible en cuanto a su reutilizaci贸n y transportable con cierta facilidad, sobre todo a lugares donde no hayan levantado las v铆as aunque s铆 el servicio. Mayor y De Bella explican que un vag贸n del tama帽o de uno de pasajeros como los de la l铆nea San Mart铆n puede acomodar 104 personas y venir con sus sanitarios listos. Estas salas tendr谩n recepci贸n satelital digital codificada de estrenos y sonido 7.1, m谩s o menos lo que se usa en un multicine urbano.

Como se ve, la propuesta es simple y abre la posibilidad de que tantos no tengan que esperar para ver una pel铆cula nueva por el pecado de vivir lejos de una ciudad. Ni hablar de las posibilidades de difusi贸n de contenidos educativos o de estar creando un lugar p煤blico para localidades que muchas veces no los tienen o los perdieron. La idea incluye una fuerte identidad gr谩fica pensada para que el vag贸n sea el centro de un lugar f铆sico, creando un entorno urbano, un parque o espacio que protagonice y sirva a la comunidad como referente. Y la simplicidad del objeto-vag贸n hace que el mantenimiento sea posible como algo local, sin mayores gastos o vueltas.

Mientras, en Roma

Quien tenga la menor idea de c贸mo es la capital de Italia, o cualquiera de sus ciudades o pueblos, ver谩 con asombro argentino la naturalidad con que se reutilizan espacios concebidos y constru铆dos hace siglos para usos hoy olvidados. Loggias y palazos son hoy tiendas y departamentos, y edificios asombrosos creados para signorias o ducatti alojan hoy con holgura registros de patentes, intendencias o batallones de bur贸cratas. Excepto por alg煤n hospital, que permite ver scanners de alta tecnolog铆a entre arcadas renacentistas, casi nada parece haber sido construido originalmente para su funci贸n actual.

Esta amable situaci贸n no es apenas un rasgo de cultura o amor a la historia, sino una expresi贸n de un profundo sentido pr谩ctico. Un edificio es un objeto valioso, que se mantiene y arregla, que no se descarta porque es m谩s barato en dinero y en energ铆a repararlo y utilizarlo. Los italianos no tienen encarnado el valor casi filos贸fico de que s贸lo lo nuevo es bueno, y no reaccionan asintiendo ante la frase 鈥渁 estrenar鈥. S贸lo los autos 鈥搚 la ropa, y la electr贸nica鈥 son asociados a la novedad y por tanto a lo descartable, a la obsolescencia planificada. Para m谩s claridad, las ciudades antiguas est谩n rodeadas de interminables barrios de p茅sima calidad, feos y berretas, que crean un violento contraste. Tan violento, que lo m谩s caro que hay por esos lados es vivir en un edificio de siglos, reacondicionado por dentro con todas las comodidades.

Por supuesto, los especuladores inmobiliarios detestan esta manera de ser y se cuelan por todo hueco que encuentren. Como las leyes de preservaci贸n italianas son tan a帽ejas que hasta los chicos las conocen, el currete pasa por los bordes de las ciudades y los sitios. Para ver espantos en Italia basta cruzar una avenida o una autopista que marque el l铆mite tradicional de una ciudad o pueblo: de un lado, como en un mal sue帽o, se ven edificios a帽ejos y s贸lidos, del otro basura utilitaria de la peor cala帽a, construida hasta peor que entre nosotros, como parece ser la costumbre en el sur. Lo mismo ocurre en no-lugares como las estaciones terminales ferroviarias, todas al parecer demolidas en un ataque de progreso y reemplazadas por 鈥渢ermini鈥 de una mediocridad inmitigable. Como las terminales son enormes, este acto de vandalismo descalabra cualquier entorno y parece que permiti贸 la proliferaci贸n de hormigones varios, estacionamientos multinivel y otros espantos. Pero ni as铆 se hacen torres demasiado altas, excepto en periferias antes rurales o en lugares enloquecidos como Mil谩n.

Estas lecciones las dan los italianos sin darse cuenta y son 煤tiles porque no se puede responder con la excusa facilonga del 鈥測 bueeeeno, es Europa鈥: Italia es el m谩s argentino de los lugares y una de sus mayores empresas constructores se llama Mafia. Es francamente notable que se pueda ver entidades urbanas en equilibrio y reposo en un pa铆s donde se sabe que hay coimas, la pol铆tica es un antro y la falta de controles la norma. Es el mismo pa铆s en el que se conservan los empedrados de los distritos hist贸ricos, se dejan las placas de anuncios antiguos (como los papales que prohib铆an hace siglos tirar basura en las calles, hechos de m谩rmol) y se toma un caf茅 en un mostrador modern铆simo justo al lado de una columna vieja de siglos que no se puede tocar, apenas disfrutar.

No es casualidad que el lugar regale identidad, car谩cter, textura.

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