Cuando todos se habÃan percatado de la presencia entre el público de un par de figuras ilustres del rock británico de las últimas dos décadas – Liam Gallagher y Andy Bell, liadas hoy al grupo Beady Eye, que formaron parte además de la batalla campal de cervezas desatada en el Ãnterin–, The Stone Roses volvió al escenario para permitirse entonar uno de los pocos bises de su accidentada historia. A estas alturas, qué más daba hacer una excepción en su reinserción en el circuito tras 16 años de secesión. La salvedad debÃa guardar algún tipo de connotación, un plug-in para que no pasara desapercibida. Asà que a la mejor banda de la movida Madchester se le ocurrió desenfundar I am the Resurrection, para que no quedara ningún tipo de dudas: habÃan regresado de entre los muertos. Y tal parece que rondarán entre los vivos hasta sacarse el culto de encima.
Aunque en la entrada a la Sala Razzmatazz de Barcelona (un Obras con el matiz de antro de Cemento, ubicado en un barrio industrial) la nostalgia le ganó la pulseada a la sospecha, el primero de los shows de la gira de reagrupación de los Stone Roses originales no acabó en postal de antaño. Tras el ensayo a puertas abiertas de mayo, brindado en la ciudad inglesa de Warrington, el combinado al que le bastaron dos discos de estudio y quince sencillos para rotular su nombre en el cenit del rock sorprendió el pasado viernes 8 con un recital plagado de clásicos que no sólo demostró que aún gozan de una envidiable vitalidad sino que no pretendÃan quedar prendados al universo de flequillos y sombreros Kangol –popularizados en la Argentina por Pablito Lescano– de una audiencia mayormente inglesa que convirtió los 90 minutos de show en otra escena de 24 Hour Party People.
Después de que el bajista Mani (Mounfield, que estuvo aquà el año pasado como parte de Primal Scream) arañara con su bajo los acordes inaugurales de I Wanna Be Adored, himno que abre su homónimo álbum debut de 1989, los de Manchester diseccionaron una colección propia de una agrupación de rock que por momentos se creÃa maquinada por DJs. Asà que si bien la ceremonia atravesó parajes de vocación beatle, con Sally Cinnamon, Mersey Paradise o She Bangs the Drums, la suite de psicodelia pop alternó con la veta acid house de Fools Gold y Waterfall, mientras que los nobles Where Angels Play y Shoot you Down devenÃan en buches de oxÃgeno en medio del arengue. En el cierre, antes de que pasaran This is the One (en el que el vocalista Ian Brown se señalaba a sà mismo) y Love Spreads, el cuarteto habÃa subido al máximo los decibeles gracias a un John Squire inspirado que le sacó chispas a su viola hasta tornarse en un eventual holograma de Pete Townshend.
Al igual que Squire, el baterista Reni Wren fue partÃcipe de una noche inolvidable. Sin embargo, no lo hizo desde la pirotecnia, pese a ese doble bombo que llevaba estampado en ambos parches la famosa rodaja de naranja (que decoró la tapa del primer disco de los Stone Roses) sino sirviendo de capataz en el equilibrio de las fuerzas de una agrupación que nunca se jactó de dar buenos shows, pero que recordó por qué siempre estuvo encima de Happy Mondays o The Charlatans UK. Luego de que el brioso Brown, quien se concentró en cantar y hacer coreografÃas con sus panderetas –de la que destacó un sÃncope de hombros–, le regalara lo que encontraba a su paso a una masa ebria de alcohol y de felicidad, el grupo se enredó en el abrazo. Uno sincero. Fue el inicio de la odisea. Ya veremos en qué termina.
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