Conocà a Ignacio en el ’95, yo tenÃa 19 años y empezaba a considerar con seriedad la idea de ser artista, aunque hasta ese momento sólo habÃa dibujado unos bodegones muy correctos, un tanto rÃgidos. VivÃa con mis padres en Escobar y habÃa acondicionado un galpón pequeño que se encontraba en la parte posterior de la casa, en el cual trabajaba y dormÃa.
Un dÃa tomé un tren y bajé en Campana. Era otoño. Llevaba un cuaderno de hojas lisas en la mano, algunos lápices. Elegà un sector de la estación y empecé a dibujar. QuerÃa captar algo de esa majestuosa estructura, aunque no tenÃa gran experiencia. Después de un momento, apareció Ignacio. Me hizo algún comentario acerca de mi trabajo, dijo que él también pintaba y dibujaba. Que cuando era joven habÃa frecuentado los talleres de Victorica y Spilimbergo. Que el mismÃsimo Santiago Cogorno habÃa besado su mano, en señal de una admiración impostergable.
Si bien, en principio, los hechos que narraba me resultaban confusos, no pude ocultar mi curiosidad. Al dÃa siguiente Ignacio vino a casa con una carpeta llena de dibujos, principalmente carbonillas. También llevaba algunas fotos de pinturas. Se trataba de obras que por diversos motivos ya no poseÃa. Eran muchas. Al final de la tarde, me sentà extenuado pero con la sensación de que algo importante habÃa sucedido. En esa época miraba mucho a los modernos, sobre todo a Cézanne, a Vincent, y habÃa empezado a interesarme por esa lectura bien lineal del modernismo en torno de una tradición de pintura europea. Pero Gerry era parte de otra historia, en su obra están presentes Cogorno, Urruchúa, los pintores de la Boca y sobre todo el Spilimbergo de blancos-ocres y azules quebrados.
Fluctuación que golpea la roca, Gerry es un tipo enorme, gruñón amable, tierno. Fui al campo, decÃa, y descubrà un medicamento nuevo. Los yanquis quieren mi fórmula. Protagonista de una novela épica: Acogotani, Falopoli y Gerry persiguiendo al enemigo invisible. Gerry incendiando el auto del supervisor, la camisa salpicada y el saco tÃpico. Gerry dibujando bajo un foco de luz titilante.
Cuando vi el cuadro por primera vez, me pareció bello y simple. Y sentà que en él estaba presente mucho de lo que Ignacio pensaba acerca de la pintura.
(No hay un gran arte, sólo vehÃculos, trascendencia. Que si bien vislumbramos el reflejo material de las cosas, la pintura es principalmente acumulación de energÃa...) En el retrato, una mujer joven sentada de frente al espectador dirige la mirada hacia su costado derecho. La figura domina la imagen, y atraviesa la composición verticalmente, dejando un mÃnimo respiro entre la cabeza de la modelo y el borde superior del cuadro. Gerry siempre nos pedÃa que utilizáramos al máximo el espacio del soporte. Ahora me parece un tanto asfixiante, pero lo cierto es que en sus cuadros el recurso funcionaba bien. La mujer parece desprotegida, frágil, y la escena transmite una leve sensación de inestabilidad, tal vez potenciada por ese fondo despojado y la ausencia de referencias temporales, exceptuadas por algunos detalles del vestido.
Pienso en esa pintura intimista de Gómez Cornet, en los Juanitos, pero en el caso de Gerry las referencias a una posible crÃtica social son mÃnimas o apenas visibles. No eran realizaciones de caballete en estudios espléndidos y luminosos, la vida de Gerry transcurrió entre la frugalidad y cierto grado de mendicidad latente. Una especie de transfiguración anarquista. El pintor que recorre pueblos en trenes desvencijados, que duerme a la intemperie en estaciones de provincia.
Quizás el tiempo ilumina lo más preciado, y permite desprender el detalle absurdo o mundano. Pero los cuadros no son entes aislados. Condenado a una suerte de marginalidad histórica, la obra de Gerry sobrevivió y hoy se encuentra diseminada en casas de personas que lo conocieron, formando parte de algunas colecciones erráticas. La excepción es Mujer de azul, donado a la Comisión de EnergÃa Atómica en 1999, que puede ser visitado con cita previa. (En el Museo SÃvori se encuentra Balneario Municipal, un óleo pequeño que no se exhibe desde 1963, año en que fue adquirido.)
Poco tiempo antes de cerrar este escrito, e impulsado por una atracción casi obscena hacia el mito, intenté encontrarme con Ignacio en una dirección que me habÃa proporcionado la última vez que lo vi, hace más de diez años. Hice sonar el timbre pero nadie contestó. Era un edificio contiguo al bar Como en casa. Después pregunté por él a una mesera, que confesó conocerlo. Le comenté mi intención de escribir sobre un cuadro suyo. Me dijo que a veces Ignacio bajaba a desayunar al bar, pero ella no sabÃa que era pintor, aunque lo describió como yo lo recordaba. Guardé el papelito con la dirección en el bolsillo y volvà a casa, con el desafÃo de unir los fragmentos dispersos de la historia.
(Gerry extendió su brazo y pintó
amablemente
Columnas bajo la noche azul
Apenas se veÃa el mar
Detrás
La espantosa succión del
VacÃo
Soy un ser, me dijo
Que origina el espasmo
Atención! Ni respires
Deja que el mundo hable)
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