Cuando tenÃa diez años, mis cinco hermanos y yo caÃmos enfermos de hepatitis.
Tres fuimos reclutados en la habitación de uno de mis hermanos, que en ese momento tenÃa diecisiete años y era el mayor de los tres. Después de verlo hostigar a MarÃa, mi hermana, desde el otro extremo de la habitación con una caña de pescar –reconozco que ella también estaba insoportable, preadolescente– supe que me tendrÃa que aliar con él para sobrevivir ese cautiverio de tres meses.
El tenÃa el monopolio del control remoto. En la mañana veÃamos Club 700 y a continuación la serie Cosmos. A la tarde se interrumpÃa la programación y se retomaba a las cinco en punto.
Ahà fue cuando lo conocà a Carl Sagan. Me cautivó su nave espacial, el saco, la polera y ese asombro al relatar las anécdotas de ArquÃmedes o el efecto Doppler. Por suerte, mi hermano sabÃa mucho del universo Carl, y con la ayuda del libro Cosmos, me explicaba algunas cuestiones básicas. Hojeándolo, me encontré con esta imagen.
Creo que en ese momento no sabÃa que era una ilustración, debà creer que ese lugar era real, que existÃa. Y eso es lo que me sigue intrigando aún hoy, que no es una imagen surrealista ni tampoco fantástica, pareciera ser una ilustración de alguien que viajó a ese lugar inaccesible para nosotros y, en todo su derecho, se tomó algunas libertades artÃsticas.
Esta pintura siempre me llenó de intrigas; como si fuera portadora de algo atemorizante y atractivo a la vez. Se trataba de un sentimiento parecido a cuando vi por primera vez el afiche de la pelÃcula Tiburón, la tapa de Orca, la ballena asesina o el arte de los discos de Yes.
Unos años más tarde, cuando conocà la pintura proveniente del romanticismo inglés y alemán –artistas como Blake, Fussli y Frederich– comprendà porqué me habÃan cautivado tanto esas imágenes visionarias del libro Cosmos. Estos artistas también muestran una naturaleza que desborda, amenazante, que no gusta sino que atrae. Es una belleza que no es contenida ni armoniosa, sino que es el exceso. Es ese placer que sentimos como observadores al descubrir nuestra insignificancia, casi como un alivio y parecido a un fuerte sentimiento religioso.
La imagen tiene algo de épico también, como si algún pionero se hubiera animado a esas tierras. Como en una pintura de Turner, pareciera que uno está ahà en el ojo de la tormenta.
Su verdadero origen es mucho más desopilante que cualquier cosa a la que me pudo haber remitido. La pintó Adolf Schaller. Es una ilustración de formas vivas imaginarias pero posibles en la atmósfera de un planeta de tipo joviano. Las formas en las nubes son las que en su mayorÃa descubrió el Voyager en Júpiter. Los cristales de hielo en la alta atmósfera causan ese halo alrededor del sol.
No puedo explicar cómo, en el momento en que me convocaron a escribir este fan, el libro Cosmos apareció en mis manos. Ese universo misterioso y romántico que me acompañó durante gran parte de mi enfermedad infantil y que fue testigo de la tiranÃa impuesta por mi hermano en esos dÃas de encierro, fue el elegido indiscutible. Será tal vez porque tanto Schaller como Sagan personifican para mà ese mundo mágico de héroes y romanticismo.
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