SegĂşn Google, nunca se estrenĂł en Argentina –ni en cine ni en video- , y la verdad es que no sĂ© con exactitud cĂłmo lleguĂ© a ella, pero estoy seguro de que vi por primera vez Harold y Maude en casa de mis abuelos, cuando no tenĂa más de once o doce años, un sábado a la tarde o un domingo de invierno. Lo recuerdo como en un sueño y en ese sueño aparecen las baldosas verdes y blancas, los azulejos de la cocina, la videocasetera. Tiene que haber sido entonces, tiene que haber sido ahĂ.
En esa Ă©poca, mis abuelos eran los Ăşnicos que yo conocĂa que tenĂan videocasetera. VivĂan en el campo, rodeados de gallinas y chiqueros y potreros de alfalfa y galpones con pilas de bolsas donde se escondĂan comadrejas y, para mĂ, no habĂa cosa más hermosa que irme a pasar un fin de semana con ellos.
Me buscaban los viernes a la tarde, cuando salĂa del colegio y tomábamos el camino de Boscariol y salĂamos derecho al campo, mientras anochecĂa. En una combinaciĂłn extraña, para mi “irme al campo” era tanto la libertad y la aventura de aprender a manejar por el medio del potrero, o salir de noche a tantear pechugas para encerrar a los pollos que matarĂamos a la mañana siguiente, o afinar la punterĂa con el rifle de aire comprimido, como el disfrute de ver pelĂculas en video, tirado frente al televisor, a la hora de la siesta. A veces las veĂa solo, los sábados a la tarde; a veces, con mis primos y mis hermanos, los domingos despuĂ©s del almuerzo. Y asĂ, mientras los hombres dormĂan y las mujeres desplegaban moldes sobre la mesa y pedaleaban frente a la máquina de coser, vimos todas las Locademias de policĂa, y La pistola desnuda y La fiesta interminable, con Peter Sellers, y Los dioses deben estar locos y Los cazafantasmas, Los Goonies, Tira a mamá del tren, Por fin me la saquĂ© de encima, Volver al futuro (aunque esa me parece que la vi en el cine, igual que a Roger Rabbit) y una donde John Cusak hacĂa de un dibujante que pasaba un verano en la playa y que me gustaba porque los dibujos cobraban vida. La mayorĂa no eran exactamente pelĂculas infantiles, sino más bien comedias ligeras, destinada a jĂłvenes y/o adolescentes, de las que supongo me perdĂa la mitad de los chistes, pero que, calculo, deben haber sido de lo Ăşnico más o menos disponible en el video club del pueblo.
VeintitrĂ©s o veinticuatro años despuĂ©s, cuando una noche de invierno, aburrido y siguiendo unas recomendaciones poco confiables, le di play en mi compu, no necesitĂ© ver ni cinco minutos de Harold y Maude para recordarla. Apenas empezĂł a sonar la mĂşsica de Cat Stevens, y mientras Harold, al ritmo de los tĂtulos, preparaba su primer suicidio, lo supe con una certeza sĂłlida y contundente: a esa pelĂcula ya la habĂa visto y la habĂa visto en el campo, tirado sobre la colchoneta celeste, levantándome de tanto en tanto para poner tronquitos en la cocina a leña.
A medida que la pelĂcula avanzaba, pude predecir lo que sucederĂa. RecordĂ© uno de los chistes que me habĂa hecho reĂr (Harold supuestamente quemándose a lo bonzo frente a la mirada aterrorizada de una pretendiente), y una a una fueron volviendo las imágenes que, aquella primera vez, me habĂan impresionado: el auto fĂşnebre coleteando en una curva del cementerio, el vagĂłn de tren donde vivĂa Maude, un espejo salpicado de sangre.
La historia es simple y un poco maniquea: Harold es un adolescente sumamente rico, sumamente solo y sumamente obsesionado con la muerte y la destrucciĂłn. Maude está a punto de cumplir ochenta años y es pura vitalidad bohemia, disfrute y rebeldĂa. Son los opuestos exactos, y la pelĂcula es una de las comedias románticas más bizarras que alguna vez se haya visto. Una prudente elipsis nos escamotea la escena de sexo, pero todo el resto chorrea miel, humor negro y buenas intenciones. Al final todo termina bien, como corresponde al gĂ©nero, pero no es un final exactamente feliz, sino un final con mĂşsica de Cat Stevens.
Es raro lo que pasa con las pelĂculas de nuestra infancia. Muchas, la mayorĂa, pasan ante nuestros ojos sin modificarnos en lo más mĂnimo. Otras, en cambio, lo modifican todo y sin que nos demos cuenta. Harold y Maude no es una pelĂcula para chicos pero, para mi, fue la pelĂcula que necesitaba ver en ese momento, (y la pelĂcula que despuĂ©s olvidĂ© por completo, tal vez para quitarle el crĂ©dito) ÂżCuánto de ella habrĂ© de verdad entendido? ÂżMe habrĂ© dado cuenta de que era una comedia? ÂżHabrĂ© captado la ironĂa? No recordaba el final y casi nada de la segunda mitad, y eso me hace sospechar de que tal vez me aburrĂ y apretĂ© stop, me fui a jugar afuera y nunca terminĂ© de verla. Pero eso es lo de menos. Reencontrarme con ella fue reencontrarme con algo que habĂa quedado prendido a la parte más inaccesible de mi memoria y estuvo durante años allĂ, actuando desde las sombras. Fue reencontrarme con la mirada del nene que alguna vez fui, una mirada que hasta entonces sĂłlo habĂa entrevisto la idea de la muerte de refilĂłn y de una manera tal vez demasiado solemne y escamoteada.
Como con el concepto de lo “agridulce”, concepto que en ese momento no entendĂa y me parecĂa ridĂculo (Âżensalada de cebollas y naranjas? Âżchancho con ciruelas?) Harold y Maude me expuso por primera vez a la complejidad sutil de los matices, de las mezclas contradictorias: la alegrĂa y la tragedia, el humor y el drama, lo protocolarmente ridĂculo y lo hedonĂsticamente tierno, las amistades insospechadas e irremplazables, los buenos que en verdad no son tan buenos, los malos que en verdad no son tan malos, la capacidad –siempre– de reĂrse de nosotros mismo y de todos ellos.
Si en algĂşn lugar se termina la infancia, para mi tiene que haber sido con esa pelĂcula. Volverla a ver fue como encontrar la pieza que faltaba, el eslabĂłn perdido entre el nene que yo habĂa sido y el adolescente que Harold y Maude me ayudaron a (o me permitieron) ser. Aunque durante muchĂsimos años la haya olvidado por completo.
Federico Falco nació en General Cabrera, provincia de Córdoba, en 1977. Publicó loslibros de cuentos 222 patitos y otros cuentos, 00 y La hora de los monos. También el libro de poemas Made in China y la novela breve Cielos de Córdoba.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.