Domingo, 26 de diciembre de 2004
Despedidas > Se extinguió el idioma que sólo hablaba el sexo femenino
La última palabra
Yan Huanyi era la última china que hablaba el nushu, un idioma exclusivo de mujeres. Acaba de morir.
Por Marta Dillon
Cuenta la historia que en una comarca al sur de China, en Jiangyong, hace más de cuatrocientos años, las mujeres decidieron cercar su mundo privado creando una lengua que sólo ellas hablarÃan. Ni señas, ni murmullos, ni cartas llevadas bajo la enagua, mucho menos diarios Ãntimos que se escriben sólo para ser violados. Ninguno de los artificios del secreto era suficiente para legar de madres a hijas, de hermanas a amigas, el saber que las mayores acumulaban a lo largo de la vida con los otros, los hombres. Los hombres que les negaban la escuela, les retaceaban el aprendizaje del mandarÃn, las tomaban por esposas como se toma una tierra y plantaban sobre ellas su bandera para después dejarla ahÃ, ondeando en el desierto de un cuerpo que se deja de visitar porque, en definitiva, la tarea del conquistador es buscar nuevos territorios. Que ellos lo creyeran asÃ: que se proclamen vencedores, que monopolicen la educación en las escuelas porque, total, ellas crearÃan su propia lengua, sus códigos secretos para bordarlos sobre las sábanas sobre las que los hombres dormirÃan sin saber qué cosas de ellos mismos les estaban siendo devueltas en esos diseños que se imprimÃan en sus cuerpos durante el descanso. O sobre los manteles en los que apoyaban los platos a la hora de comer. ¿Qué decÃa en el delantal de la señora de la casa que despertaba la sonrisa de la vecina? ¿Qué contestaba la vecina frente al impávido rostro del hombre de la casa? Cosas de mujeres habladas en lengua de mujeres en el único lugar del mundo en el que la resistencia de ellas generó un idioma hablado y escrito del que ya nada se sabrá porque el secreto se fue a la tumba de la última anciana que lo hablaba y escribÃa, hace apenas una semana.
Yang Huanyi habÃa aprendido el nushu –idioma de las mujeres– de siete ancianas que antes lo habÃan recibido, cada una, de siete más. En esos caracteres estilizados Yang Huanyi, de quien no sabremos nunca la edad porque sólo la decÃa en nushu, habÃa preparado la misiva del tercer dÃa, la que las madres entregan a las hijas como deseo de felicidad para sus dÃas de casadas. Pero ni las hijas ni las nietas entendieron el valor de su secreto, si ellas iban a la escuela igual que cualquier varón y poco les importó la desesperación de la abuela que tuvo que entregar a los otros –esos que todavÃa no pueden descifrarlos– los poemas, los consejos, hasta las pequeñas venganzas que sin duda se cobraban las mujeres que entre ellas decÃan lo que querÃan porque para ellas era la lengua que habÃan creado.
¿Qué cosas habrán perdido para siempre? ¿Qué saberes habrán muerto con la última mujer dueña absoluta de su lengua? Dicen que hay un hombre a quien Yang Huanyi se confió cuando nadie más querÃa escuchar las reglas de su secreto. Y este hombre dice que podrÃa hablar en esa lengua, claro que no tiene con quién y entonces no sabremos si es verdad que puede. Si es verdad que aprendió algo porque nunca se comunicó con nadie en esa lengua y tampoco está dispuesto a hacer diccionario alguno, y de hecho ni siquiera puede decir cuántos años tenÃa Yang cuando se llevó con ella la lengua de sus mayores. No sabremos lo que vio o escuchó ese hombre, aunque seguro no es lo mismo que aprendió Yang de las siete ancianas que la educaron, porque en el momento en que él pronunció la primera palabra, si es que lo hizo, la lengua de las mujeres dejó de serlo y lo que él tenga para decir, en definitiva, será cosa de hombres.
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