Qué anticuado fue este hombre. Uno de esos escritores que hasta el final creyó que tenÃa algo que decir. Que nuestro paÃs merecÃa ser pensado, interpretado, querido. A diez años de su muerte, los lectores que lo extrañamos no podemos dejar de fantasear con la novela que habrÃa escrito en estos años, esa novela que nos habrÃa ayudado a soportar y quizás a entender un poco las recaÃdas, catástrofes y hecatombes de nuestra pobre historia nacional.
Contra el fracaso ético y estético de una narrativa revolucionaria, Soriano propuso una narrativa rebelde. Rebelde a la preceptiva de nuestra crÃtica, que la pretende puro juego verbal, como Macedonio, o pura operación sobre el mundo, como Sarmiento. Allà está A sus plantas rendido un león para mostrar que es posible contarnos la Argentina desde un ignoto paÃs del Africa, lleno, por cierto, de gorilas. Que es posible, como Arlt, hacer literatura fantástica sin dejar de ser rigurosamente realista.
Soriano hablaba de nosotros, con nosotros, por nosotros. Nos devolvÃa el idioma de todos los dÃas convertido en literatura, en una visión del paÃs que era también visión del mundo, y de ahà su éxito internacional. El mundo de Soriano era disparatado, cruel y sin sentido, pero al mismo tiempo colmado de una ternura Ãntima, privada, que sus personajes entregaban sin reservarse nada. Para nosotros, Colonia Vela fue un pueblo cualquiera y todos los pueblos del paÃs. Para el mundo, Colonia Vela fue un microcosmos de la corrupción y la miseria de la sociedad occidental. Pero también fue, para todos, más que eso, porque de otro modo no habrÃa sido gran literatura: ese lugar aleph donde se concentra el universo entero, la revelación de la condición humana.
Soriano podrÃa haber escrito policial negro, pero prefirió el policial gris oscuro de la pampa. Sus protagonistas tenÃan algo de esos detectives borrachos, cÃnicos y desencantados, quijotes cuerdos y por lo tanto tristes. Quijotes fracasados (¿pero acaso no es el fracaso la esencia misma del quijotismo?), incapaces de confundir con gigantes a los molinos de viento y que sin embargo se lanzaban igual, lanza en ristre, en modestas aventuras, jugándose el alma y los sueños en un partido de truco. Porque aunque la lucha esté perdida de antemano, parece decirnos Soriano, igual vale la pena: porque dejarÃamos de ser humanos si no hubiera entre nosotros esos locos geniales, dispuestos a apostarlo todo sabiendo que van a perder, y ganándose la eternidad en el acto mismo de jugarse. Eso es literatura.
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