Son doce retratos, tomados con desacostumbrada calma a lo largo de varios años de trabajo. Doce retratos de chicos y chicas que, en algún momento de sus vidas, supieron que eran "nietos", que habÃa abuelos, tÃos, hermanos que los buscaban, que tenÃan un pasado desconocido, papás que no iban a conocer y que su historia, además, constituÃa una de las páginas más negras de los azares polÃticos argentinos. Doce retratos en que cada uno de ellos aparece en imagen con una de las personas que fueron parte de su búsqueda, un miembro de esa familia que hoy saben propia. El resultado forma parte de ADN, un proyecto fotográfico-documental que MartÃn Acosta, reportero gráfico, emprendió en 2001.
"En aquel momento, advertà la falta de una opinión fotográfica sobre el tema de la dictadura. Yo, al igual que otros miembros de mi generación – hoy tengo 47 años– lo habÃa padecido en carne propia como una derrota. Con este trabajo, justamente, quise descubrir la única victoria que podÃamos esgrimir de nuestro lado, sobre todo en un momento en que el indulto y las leyes de impunidad ofrecÃan un panorama de 'tema cerrado'. Desde esa perspectiva, la única victoria visible era la recuperación de estos chicos que habÃan padecido un proceso atroz: la alienación de sus hogares, la negación de su identidad y una puesta en custodia que se proponÃa 'reinsertarlos' en la sociedad siguiendo los moldes ideológicos dictados por las mismas personas que habÃan asesinado a sus padres".
El tÃtulo, según su autor, alude al rol central que la ciencia ocupa en la determinación de la identidad, la lucidez con que las abuelas que buscaban supieron hacer de la genética no sólo un aliado en el presente sino también hacia el futuro: "Dentro de 70 años, por suerte, quienes tengan dudas sobre su identidad todavÃa van a poder encontrarse. Aunque no haya abuelas ya, ni tÃos, aunque nadie se acuerde, cuando ya no sean nietos sino abuelos, todavÃa esa carta robada los va a estar esperando."
Las doce historias que hoy forman parte de ADN –luego de un largo proceso en que la búsqueda, realizada con la colaboración de Paula Sanssone, de Abuelas, fue acomodándose a la disposición o no de los protagonistas– conforman un apretado mosaico que revela los distintos trayectos que se esconden tras la palabra "recuperación". Allà está Tatiana Ruarte, la primera nieta (encontrada, junto a su hermana, en 1980), hay chicos que fueron raptados junto a su familia y otros que nacieron en cautiverio, chicos que no se lo esperaban y otros que se buscaron a sà mismos, jóvenes que se muestran confiados, felices, y otros nerviosos, incómodos, apesadumbrados por la presión de un pasado que se debate entre lo personal y lo colectivo, fotos luminosas, brillantes, y otras oscuras. "Hubo algunos casos en que los chicos habÃan aceptado hacer las fotos, ya habÃamos pasado la primera entrevista, y luego se arrepentÃan. Es totalmente entendible. Muchos han tenido demasiada exposición, están cansados de dar entrevistas, y yo quise respetar eso; de ahà que nos haya llevado tanto tiempo. Es más, ellos no sólo decidÃan si tenÃan o no ganas de hacer la foto, sino que me interesó, también, dejar que eligieran el espacio, el lugar donde Ãbamos a tomar las fotos, y yo adaptarme a ese deseo."
Los retratos muestran, en efecto, una gran variedad entre sÃ. No se trata de un proyecto en que las personas y las situaciones se adapten a un concepto fotográfico general, rector de todas las decisiones, sino de una aventura en que el dispositivo se rinde, en cada oportunidad, a los designios de sus propios materiales, a lo que el acto fotográfico ofrezca y demande. "El punto de partida era modificar un poco la estética en cada uno de los retratos, y también pesaba mucho mi formación dentro de la escuela del fotoperiodismo, que valora la improvisación y ante todo el uso de la oportunidad, lo que surja en el momento. Técnicamente, lo único predeterminado era el blanco y negro, que en ese momento me convencÃa más que ahora, tal vez, y la utilización de una cámara mediana, de 6 x 6, en vez de la que siempre uso, de 35 mm. La idea de echar mano a una cámara que no me resultase tan familiar tuvo que ver, básicamente, con imponerme un freno contra la ansiedad y el automatismo que uno desarrolla como parte de la profesión periodÃstica. Tener entre manos una cámara que no es la de costumbre obliga a respetar otros tiempos, a manejarse de otro modo frente a la situación."
Visto hoy, el resultado trasciende una búsqueda puramente formal de la variedad gráfica para permitir que cada foto, cada chico o chica y cada uno de los familiares encuentre sobre el papel algo más que una estética: su propia identidad fotográfica, casi a modo de puesta en acto de esa victoria contra el olvido y la muerte que constituye la recuperación. De este modo, los retratos de Acosta evitan el mayor peligro al que están expuestas este tipo de iniciativas, el de construir un museo hagiográfico que sepulte, bajo una pose heroica siempre igual a sà misma y un modo estandarizado de representar al otro como mero ejemplar de un caso, las sutiles diferencias que se agitan detrás de cada historia, lo que tiene de personal y único la experiencia de cada nieto o nieta, con toda su luz pero también todas sus sombras, todos sus miedos, con esa parte terrible que ellos llevarán siempre en el cuerpo a modo de fractura expuesta que, sin importar lo que hagamos, no tiene vuelta atrás ni costura.
Mañana 22 de octubre, fecha declarada DÃa Nacional al Derecho a la Identidad, las Abuelas de Plaza de Mayo cumplen 30 años. El ensayo de MartÃn Acosta es un work-in-progress que Radar publica a manera de homenaje.
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