De todo el desorden surge un emblema, un grabado
un joven negro al amanecer de sombrero de paja y overol,
emblema de una profecÃa imposible, una multitud
que se divide como el surco que ara la mula,
abriéndose para su presidente: un campo nevado de algodón
de cuarenta acres, cuervos con augurios predecibles
que el joven granjero ignora por sus ancestros
de pelo de algodón, nunca olvidados, mientras en una rama hay
una tensa corte de lechuzas anteojudas y, en el borde lejano del campo,
un espantapájaros le gesticula y patea con bronca.
El pequeño arado sigue en esta página de renglones pasando
la tierra que gime, el árbol de linchamientos, la negra venganza del tornado
y el joven granjero siente el cambio en las venas,
en el corazón, los músculos, los tendones,
hasta que la tierra queda abierta como una bandera y la luz segura
de la aurora toca el campo y los surcos esperan al sembrador.
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