En el ciclo de la Sala Lugones se presenta este mes la obra de dos grandes directores del cine clásico japonés: Kenji Mizoguchi y Keisuke Kinoshita. El primero, cuyas ocho pelÃculas exhibidas la semana pasada constituyen la columna vertebral de su prolÃfica obra –se incluyó su primer largometraje sonoro, El paÃs natal, inédito en Argentina–, es uno de los nombres más repetidos entre los conocedores de la cinematografÃa japonesa. Kenji Mizoguchi (1898-1956) detenta merecida fama y renombre junto a otros de los exponentes del clasicismo nipón tales como Akira Kurosawa o Yasujiro Ozu, todos celebrados por la crÃtica internacional como los principales hacedores del despegue del cine oriental en la posguerra.
Keisuke Kinoshita, en cambio, es hoy uno de los grandes desconocidos de aquella época prometedora. ProlÃfico en sus primeros años, filmó más de 42 tÃtulos en sus primeros 23 años de carrera como realizador, que se extendió hasta la década del ’80, fue celebrado por la crÃtica y el público puertas adentro, pero su fama no trascendió las fronteras japonesas y recién en las últimas décadas algunas de sus pelÃculas han circulado en ediciones en DVD –sobre todo en Francia– y se han exhibido en cinematecas.
Nacido en 1912 en Hamamatsu, una ciudad ubicada entre la vieja Kioto y la moderna Tokio, Kinoshita parecÃa predestinado desde sus comienzos a ubicarse a mitad de camino entre el clasicismo y la modernidad. Fascinado por el cine desde pequeño, se introdujo en el mundo de los grandes estudios a fuerza de dedicación y tenacidad –su padre se oponÃa a su deseo de trabajar en el mundo del cine– y se convirtió en novel asistente de dirección de Yasujirô Shimazu, uno de los popes de los estudios Shôchiku, estudio para el que el mismo Kinoshita trabajarÃa la mayor parte de su carrera (en la década del ’30 la organización de los estudios japoneses adquirió una estructura vertical similar a la de Hollywood). Su formación junto a Shimazu, padre de los llamados gedaigeki o dramas contemporáneos, le brindó un profundo compromiso con la situación del Japón de aquellos dÃas, sobre todo desde el punto de vista humano. Al igual que Kurosawa, comenzó a dirigir en los primeros ’40 y los años duros de la guerra y la desazón y desesperanza de la inmediata posguerra dejaron una fuerte impronta en sus primeras pelÃculas.
Su tono ligeramente satÃrico le permitió abordar con inteligencia el eterno conflicto entre la inocencia rural y la viveza urbana ya desde su exitosa ópera prima, El puerto de las flores, donde dos estafadores convencen a un pueblo de isleños para financiar una compañÃa naviera en pleno esfuerzo bélico. Sin embargo, no todas fueron flores en su relación con la industria fÃlmica japonesa: también se las tuvo que ver con los censores. Como señala Donald Richie en A hundred Years of Japanese Film, en la escena final de Rikugun (1944) –rareza no exhibida en el ciclo– una madre corre desesperada al lado del tren que lleva a su hijo a la guerra. Ella está tan evidentemente dolida que los censores exigieron que la escena fuera eliminada porque se suponÃa que las madres japonesas debÃan estar orgullosas de enviar a sus hijos al frente de batalla. Kinoshita luchó y la escena permaneció; su mirada agria y desencantada sobre la guerra nunca cambiarÃa.
Admirador del francés René Clair, fue un gran artesano al acuñar un estilo visual único que trasladó a los diversos géneros que abordó, desde las comedias satÃricas, hasta los dramas contemporáneos y las tragedias históricas. EscribÃa casi todos sus guiones, trabajaba siempre con el mismo equipo técnico, y colaboró con algunos de los mejores actores de la época como Sano Shuji y Sada Keiji. Con los años, evolucionó de un montaje acelerado, más influido por Clair, hacia largas tomas contemplativas que le permitÃan una estudiada observación del comportamiento humano.
La veta moderna en el estilo de Kinoshita se hizo evidente a partir de los ’50. En La tragedia de Japón (1953), para muchos su obra maestra junto con La balada de Narayama (1958) –basada en la novela de Shichiro Fukasawa adaptada nuevamente en 1983 por Shohei Imamura–, la estructura narrativa experimental no sólo alterna dos tiempos, el final de la Segunda Guerra Mundial y el presente 1953, sino que combina fragmentos documentales con imágenes fijas de periódicos de la época, y fue un anticipo de muchas de las búsquedas formales que las vanguardias europeas consagrarÃan a finales de la década. En Ráfaga de nieve (1959), antecesora olvidada de la Nueva Ola japonesa en las puertas de los ’60, ensaya la forma de un rompecabezas a partir de una serie de flashbacks que van desentrañando la historia de una mujer que ha sobrevivido a un pacto suicida con su amante para dar a luz al hijo de ambos y luego verse sometida por la rica familia de su amor perdido.
Si bien ya habÃa incursionado en el Fujicolor en 1951 con Carmen vuelve a casa, el primer film japonés en color, su experimentación en ese terreno hizo cumbre en El rÃo Fuefuki (1959). Con una estética teatral que evoca la pintura tradicional japonesa sobre tablas de madera, la pelÃcula cuenta la historia de cinco generaciones de granjeros empobrecidos durante el siglo XVI, cuya suerte cambia cuando los jóvenes deciden dejar la vida campesina y convertirse en guerreros. La omnipresencia de la guerra, de la muerte, de la pérdida, se enfatiza con los colores brillantes que destacan de manera artificial sobre la superficie limpia del blanco y negro. En su crÃtica feroz al divorcio entre el Japón tradicional y el nuevo Japón individualista absorbido por los peores aspectos de la cultura consumista norteamericana, Kinoshita mira con lúcida atención la creciente influencia occidental en el nuevo sentir de una época donde el materialismo se convierte en el motor perenne de la tragedia.
Dedicada a Kenji Mizoguchi, la primera parte del ciclo Dos maestros del cine japonés terminó ayer. Hoy comienza la segunda sección, consagrada a ocho films inéditos de Keisuke Kinoshita, que se extenderá hasta el próximo domingo, 12 de febrero, en la sala Lugones, Av. Corrientes 1530. Más información en www.teatrosanmartin.com.ar.
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