Cuando el año pasado hice una exposición retrospectiva en Rosario, en la inauguración recordé al Negro. Dije que en la última que habÃa hecho allá él todavÃa estaba, y ésa era la primera en la que faltaba. Aunque emocionalmente me administro bien, no pude evitar largarme a llorar con la evocación. Por eso estoy orgulloso de que el libro que me tocó ilustrar esté nuevamente en la calle. Porque era una pena que estuviese sepultado por una cuestión legal, y también porque es el libro de un amigo.
Lo conocà recién cuando empecé a publicar en Humor. Porque hasta ese momento yo dibujaba para mÃ, sin intenciones de publicar. Pero alguien le comentó a Cascioli mi trabajo y me llamó. Ahà los conocà a todos. Lo que más me llamó la atención del Negro era que su laburo proseguÃa cuando hablaba. Porque los artistas no suelen ser como sus obras. La mayorÃa no lo es, en verdad. Sólo interpretan un papel. Pero en el Negro habÃa una coherencia, una continuidad.
Al igual que sucede con Caloi, con su partida, más que una imagen, se apagó un sonido. Porque tanto con Inodoro como con Clemente, lo que desaparece es una forma de hablar: ese homenaje a los géneros gauchescos en el caso de Inodoro, al teatro de los Podestá, al radioteatro de Chiappe. Y en el caso de Clemente, esa forma de hablar en reo que ninguna historieta ya va a recoger.
Elegà ilustrar La mesa de los galanes porque es encantador, pero es muy difÃcil elegir entre sus libros. El Negro era un gran dialoguista, era su especialidad... Te podÃa armar toda una secuencia sólo con diálogos, una cosa genial.
Lo curioso era que él creÃa que no era un gran dibujante. Cuando me lo confesaba, yo lo sacaba cagando, porque andá a hacer un gaucho con dos palitos. Algo raro con los humoristas, que por lo general son dibujantes precarios que comunican ideas. No era el caso del Negro. Como yo soy muy dibujante y amo el dibujo, detecto, adoro y me encantan los tipos que se preocupan por esa cuestión. Y el Negro era uno de ellos. Su modelo, como muchas veces lo explicó, era Hugo Pratt.
Entre mis cuentos preferidos está el de las memorias de un jugador de metegol o el del argentino que arregla un transbordador con un alambre. Porque tipos como Fontanarrosa –o Dolina, que creo es el último que queda de su especie– se dedican a esa tarea, la de subrayar rasgos esenciales de la cultura argentina. Remarcan con un lápiz lo que nos identifica, y nos reconocemos leyendo sus cuentos o sus historietas.
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